Ahora se habla constantemente de la corrupción generalizada y desmadrada de los políticos.

Es verdad que esa corrupción es perjudicial para el desarrollo correcto de la sociedad porque detrae fondos destinados a unos fines necesarios que no se pueden llevar a cabo; es más, esa corrupción al ser tan generalizada y extendida acaba cayendo en una serie de prácticas que incluso detrae inicuamente fondos privados de los ciudadanos como, por ejemplo  la tan extendida práctica de los municipios resistiéndose a declarar en ruina los edificios que se encuentran en esa situación, sin importarles la seguridad de las personas, mientras someten a los propietarios a una verdadera sangría económica a base de pedirles toda suerte de informes, tener que correr con los gastos de las medidas de seguridad e incluso tener que pagar por las ocupaciones de acera que estas medidas conllevan, etc.

Pero aunque todo lo anterior sea horroroso, la mayor corrupción política que se puede producir es la de aquellos que intentan destruir, desintegrar o fragmentar el estado porque esto además conlleva unos daños económicos superiores a los anteriormente descritos, y, a parte de una serie de trastornos que perturban gravemente la vida de los ciudadanos, no se debe olvidar, aunque en estos tiempos pueda parecer altisonante, que la nación no es sólo patrimonio de las generaciones presentes sino que también lo es de las pasadas que nos la trasmitieron, incluso a costa de su vida, y tenemos la obligación de trasmitirla a las futuras.

Para terminar, no podemos dejar de referirnos a la concepción errónea que del Estado democrático y de derecho se tiene por parte de los políticos en general y también de las gentes del mundo de la información, el votar cualquier cosa, no importa en que lugar ni de que modo, no es democracia; por supuesto que la votación forma parte de la democracia pero ésta tiene que ejercerse dentro de los marcos legales. El Estado democrático de derecho tiene derecho a defenderse, es más, tiene la obligación de defenderse y por tanto atentar contra el mismo, aunque sea mediante discursos disolventes encaminados a su perturbación, no entra dentro de la libertad de expresión porque ésta tiene sus límites, por ejemplo: en base a ella nadie puede hacer una campaña promoviendo el asesinato de otro ciudadano y por lo mismo el que intenta abatir a su propio estado simplemente es un traidor.