No soy una persona aficionada a los toros, asistí a muy pocas corridas, en más ocasiones los tengo visto en la Televisión, pero tampoco soy contrario y, sí puedo ver o apreciar las habilidades que despliegan los lidiadores, especialmente los rejoneadores. Por eso, en las discusiones en pro y en contra del toreo casi podría ser neutral si no fuera porque hay una serie de personas, en número muy considerable, por cierto, que sí son partidarias. Además, dadas las tropelías de toda índole, algunas incomensurablemente graves, que se  cometen en estos tiempos, el asunto de la tauromáquia no dejan de ser un tema menor.

            La moral clásica, si bien no reconocía derechos a los animales, no consideraba una buena acción el hacerlos sufrir por mero placer pues ante todo consideraba que él que así actuaba sentía placer infligiendo dolor.

            Ahora bien, las corridas de toros me llevan a una reflexión: salvo algunos vegetarianos extra-radicales, todos, en mayor o menor medida, utilizamos animales en nuestra alimentación porque así lo requiere el hecho de pertenecer a una especie omnívora. Y si no podemos decir que un guepardo comiendo a una gacela o unos leones a un ñu estén cometiendo un asesinato (cosa que implicaría una conciencia moral que los animales no dan muestras de tener) sino que simplemente están alimentándose, de acuerdo con sus condiciones fisiológicas,  para subsistir, entoces la especie humana, aunque sí tenga conciencia moral por su dimensión espiritual, no deja de tener unas necesidades que satisfacer de su parte animal.

            Si se puede comer ganado vacuno destinado a carne, al que se le mata en un matadero, cosa que según muchos veterinarios e investigadores neurológicos les produce un enorme estrés, no sé por qué se va a considerar una tortura la lidia, cuando además, aunque sea una posibilidad muy remota, el toro puede ser indultado y pasar a disfrutar de una vida de pachá o cuando menos se le da la ocasión de luchar. En esa traslación que se tiende a hacer de nuestra mente a la del toro debería pensarse que de vez en cuando se llevan algunos de sus enemigos a mejor vida porque, aunque se argumente que los muertos humanos en este lance son muy pocos, no lo son tanto, lo que sucede es que sólo se piensa en los matadores pero todo el mundo se olvida de los novilleros, banderilleros, picadores y subalternos; sin olvidarnos de que sin llegar a la muerte las cogidas son frecuentes y a veces de gravedad. Por otra parte si el toro no quiere entrar en la pelea puede hacerlo, de hecho no es un acontecimiento tan infrecuente que un toro sea devuelto al corral,  en ese caso ya sigue la suerte del ganado vacuno destinado a la carne. Esta digresión no deja de ser más la síntesis de las especulaciones más habituales de unos y otros pues al fin y al cabo, que yo sepa, ningún humano fue toro y el Minotauro no dejó escritas memorias conoci

En el mundo mediterráneo hay alguna relación, quizá cultural, quizá telúrica, entre los humanos y los toros ya que en una de las culturas más antiguas entre las conocidas, como la cretense, existía algún tipo de actividades tauromáquicas, actividades que en el transcurso de la historia inspiraron muchas obras de arte, desde el cretense hasta el de nuestros días, podemos citar a manera de ejemplo a Goya y Picasso en las artes plásticas o a Lorca en la literatura con su archifamosa elegía a Sánchez Mejías.

            En algún momento tengo pensado que quizá los toros no deberían llevarse a cabo por el riesgo que corren los lidiadores pero reflexionando más sobre el tema, considero que si adoptamos esa postura habría que prohibir el alpinismo, el puenting y toda la caterva de deportes de riesgo tan apreciados ahora e incluso hasta el mismo montañismo que parece inofensivo porque no practica escaladas, pero que todos los años aporta una serie de cadáveres.

            Sin caer en la temeridad, hay que asumir que la vida es un riesgo constante y que la única certeza que se tiene al nacer es que en algún momento se morirá. Este pensamiento me viene a la mente como consecuencia del ataque despiadado sufrido por un niño, que además padece cáncer, por el mero hecho de ser muy aficionado a los toros, acometido, en primer lugar por una descerebrada, lo cual en sí mismo podría no tener importancia por tratarse de una perturbada pero parece que no es así puesto que tuvo muchos seguidores aunque por supuesto haya habido antitaurinos que reprocharan esta actitud.

Qué vamos a pensar de una sociedad en la que hay un número considerable de individuos que desean la muerte de un niño pequeño y en una situación vital muy comprometida por querer ser torero, es decir, dan prioridad al toro sobre el niño. Quizá nos encontremos ante ejemplares del eslabón perdido entre el hombre y la bestia al que ahora no se suele citar pero  muy en boga hace años.

            Además entre los antitaurinos no todos son defensores del toro, hay un sector importante que lo es porque cree que así atacan a España.