Ésta no es una carta de despedida: es una carta de amor. Porque cuando uno ama de verdad, ni la muerte puede impedir que ese amor permanezca. Y vosotros siempre estaréis conmigo porque os he querido mucho y os seguiré queriendo siempre: porque entre todas las gentes del mundo, cada uno de vosotros sois únicos para mí; “porque sólo tú, eres tú”.

Y lo que quiero que recordéis en este momento es que améis con pasión, que viváis con intensidad, que piséis todos los charcos que aparezcan en el camino y disfrutéis intensamente de la vida, que es maravillosa. No esperéis a mañana para ser felices. Exprimid cada segundo de vuestra vida: no perdáis el tiempo. “Carpe diem”. Pero la felicidad no la encontraréis en el vitalismo dionisíaco que propugna Nietzsche: la borrachera de Baco sólo os dejará una buena resaca y más vacío en el alma.

Dios es un Padre bueno que nos ama y quiere que seamos felices. Yo he sido muy feliz con vosotros intentando enseñaros, no sólo lengua y literatura, sino cosas mucho más importantes: que seáis hombres y mujeres con honor como el Cid; que seáis místicos como Juan de la Cruz y que os unáis a Cristo, que es el Amor pleno; y que unidos a Él, seáis mensajeros y portadores de ese Amor en medio de un mundo que vive en la oscuridad del pecado y del mal. Sed luz,  por favor. Ya hay suficientes ladrones, embusteros, sinvergüenzas, asesinos, violadores, pederastas y corruptos de toda calaña. Ya hay suficiente maldad en el mundo; y suficiente estupidez (hay más gilipollas que botellines). Vosotros no seáis así. Sed auténticos, id con la verdad por delante y con la cabeza bien alta. Sed soldados de Cristo, como los niños de Narnia, combatid contra la bruja y no os dejéis engañar por ella. No dejéis nunca de soñar y de luchar por un mundo mejor (aunque os muelan a palos): o moriréis como don Quijote, desengañados y desesperadamente cuerdos. Intenté enseñaros que la vida no es un lugar absurdo y sin sentido, como lo era para Andrés Hurtado o para el Rubén Darío de Lo Fatal. Que sí: que en el mundo hay mucho mal y dentro de nosotros, también tenemos muchos pecados: pero yo os anuncié a Jesucristo: Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Seguidle a Él. Él es el único que nos puede salvar. Seguir a Cristo hoy es una locura, una bendita locura. Pero es lo que me hace feliz a mí y lo que sé que puede haceros felices a vosotros.

Dios me trajo a Murcia y a vosotros; y ahora me lleva no sé muy bien a dónde ni por qué. Yo no tengo respuestas para todo. Los caminos del Señor son sus caminos. Yo acepto la voluntad de Dios. De momento, me voy al paro. No escucharéis de mi boca un solo reproche hacia nadie. Yo bendigo a quienes me maldicen y amo a quienes me desprecian. Eso me ha enseñado mi Maestro. En eso consiste “poner la otra mejilla”: en que, aunque te persigan o te humillen, permanezcas firme en la fe. Y Dios no me abandonará ni a mí ni a mi familia. “Hágase su voluntad”.

 Si ahora yo me dedicara a llamar “hijos de puta” a quienes me dejan sin trabajo, ¿en qué me diferenciaría de ellos? No todos somos iguales. Y yo he decidido que prefiero ser santo (no digo que lo sea, ¡ojo!: digo que es lo que quiero ser), porque desalmados ya hay bastantes. Y a mí me gustaría que vosotros también tratarais de ser santos: hombres y mujeres para los demás, sensibles al dolor del prójimo, cercanos, amables, educados, respetuosos y dignos; dispuestos a combatir el mal con las armas de Dios: la fe, la esperanza y el amor.

Contad con mi cariño y mi amistad. Sed buenos y que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias.

Besos y abrazos,

Pedro L. Llera