Esta labor fue iniciada con fuerza por Benedicto XVI, y parece que está siendo retomada por el Papa Francisco, bien consciente de la situación cuando declaró que:

"También en la comunidad cristiana hay de estos trepas, ¿no? Que buscan su propio beneficio y consciente o inconscientemente fingen entrar por la puerta pero son ladrones y bergantes. ¿Por qué? Porque roban la gloria a Jesús y buscan la suya propia"

La necesidad de purificación es evidente, pero es imposible sanar algo cuando la enfermedad se oculta. Pedían la sanación a Jesús y le mostraban las llagas. Quien no quiere sanarse las oculta bajo el manto de una prudencia que sólo es su degeneración: la astucia. Si los miembros de una diócesis, de una universidad, de una orden religiosa, de una asociación de fieles, etc. no alzan su voz como comunidad contra los inmorales que acceden a ellos, que prosperan dentro de ellos, que alcanzan la responsabilidad de su dirección y en todo la encallan… entonces ese pedazo de Iglesia morirá antes o después. Ya se pueden tener colegios católicos, hablar de nueva evangelización, escribir un pestiño semanal en prensa, dar baculazos a diestro y siniestro, lo que se quiera… porque ese trocito de Iglesia agonizará hasta su desaparición, si es que Dios no lo remedia.

Pero cuando se muestra la llaga, salta una legión de mendaces dispuesta a defender a las autoridades eclesiales (religiosas y laicas) por encima de Bien, Verdad y Justicia; cegados por la ilusión de que tales cosas son defendidas indefectiblemente por dichas autoridades. Y no siempre es así, como muestran la historia y escándalos recientes ya pasados o aún supurantes. Pero el coro se escandaliza en grupo y, como lobo atroz, muerde no a los malos, a los falsos, a los injustos, sino a aquellos que ponen el dedo en la llaga, deprimiéndoles, aplastándoles, poniendo en grave riesgo su fe.

El caso es que el Papa Francisco ha recordado algo que San Agustín ya señalara: que esa realidad existe. Y parece dispuesto a ponerle remedio en la medida de sus posibilidades. Sólo con este gesto ha llenado de ilusión a esos católicos que esperamos el verdadero aggiornamento de la Iglesia; no consistente en modificar formas (mover altares, deteriorar la liturgia, introducir música pop en Misa, reuniones ecuménicas, etc.), o en promover neo-movimientos de corte liberal, protestante o judaizante. No hay más aggiornamento que corregir lo torcido, y parece que la Iglesia precisa una corrección masiva de liturgia digna, pobreza, caridad, corrección fraterna, reparaciones y espíritu martirial. Gracias Santo Padre por devolvernos la esperanza de que un Tertuliano moderno pueda volver a escribir algo así sobre los cristianos en general:

“…esta demostración de grande amor lo notan con murmuración algunos. Mirad, dicen, cómo se aman entre sí: admíranse, porque ellos recíprocamente se aborrecen. Mirad cómo cada uno está aparejado á morir gustosamente por el otro: extráñanlo porque ellos más dispuestos están para matarse” (Apologeticum, XXXIX).