Viernes, 24 de enero de 2025
Los centroafricanos deben entender que cada uno tiene su lugar en el mundo y que en RCA cabemos todos, defienden
El cardenal y el imán de Bangui huyen de la religión y culpan a la política de la guerra en RCA
El cardenal Dieudonné Nzapalainga y el imán Kobine Layama empezaron su particular cruzada en 2012, cuando la alianza musulmana Séléka se alzó en armas contra el Gobierno de François Bozizé desatando una guerra a la que pronto se sumaron las milicias cristianas anti-balaka. Desde entonces, miles de personas han muerto y abandonado sus hogares. Millones necesitan ayuda humanitaria urgente.
"Vimos que los musulmanes estaban matando a cristianos y que los cristianos empezaron también a matar musulmanes. Cinco días después nos juntamos", cuenta Nzapalainga en una entrevista concedida a Europa Press en la revista 'Mundo Negro', de los misioneros combonianos, que les ha concedido el premio a la fraternidad 2016.
Junto al pastor evangélico Nicolás Nguerekoyame crearon una plataforma interreligiosa para "tener una sola voz" con la que dirigirse al pueblo y a los gobernantes centroafricanos para trabajar en la reconciliación de las comunidades y frenar así las "atrocidades".
"Hoy podemos decir que la fraternidad es una realidad en Bangui", celebra Nzapalainga y señala al barrio Kilómetro 5, habitado mayoritariamente por musulmanes pero en el que "circulan libremente los hermanos cristianos". "Es una gran alegría para todos nosotros", afirma.
Los 'mellizos de Dios' o 'los tres santos', como les han bautizado los propios centroafricanos, predican con el ejemplo. Durante uno de los momentos de mayor violencia en Bangui, el cardenal acogió al imán en su casa durante seis meses.
"Los dos somos hijos de Dios, él es mi hermano", dice mientras Layama asiente con una sonrisa. "Lo único que nos distingue son nuestras diferencias, que son nuestra riqueza, porque si fuéramos iguales sería muy aburrido. Al ser distintos nos complementamos", sostiene Nzapalainga.
Layama admite que "no ha sido fácil" hacer entender a la población centroafricana que, a pesar de las características religiosas y étnicas de cada grupo, "todos somos miembros de la misma familia humana", más cristianos y musulmanes --subraya-- a quienes la Biblia define como "hermanos".
Por eso los dos niegan que el origen de la violencia en República Centroafricana esté en la fe. "Esto no es una crisis religiosa", dice el representante católico. "La religión nunca puede ser la causa de la guerra, del odio, del miedo al otro, porque la religión es paz, amor y fraternidad", apostilla Layama.
El imán aprovecha para aclarar que "el islam es una religión de paz". "Según el Corán, la mayor recompensa viene cuando salvas una vida porque es como salvar a toda la Humanidad", explica al tiempo que lamenta que se haya identificado a la religión de Alá con el terrorismo.
"Son prejuicios que no tienen ningún fundamento", señala y recuerda que en los siete países sobre los que Donald Trump ha impuesto un veto de entrada a Estados Unidos "hay musulmanes combatiendo el terrorismo", que "destruye por igual mezquitas e iglesias", que "mata por igual a musulmanes y cristianos".
Layama, acostumbrado ya a este tipo de preguntas, se atreve a bromear sobre este tema. "El terrorismo ya existía antes de que los musulmanes lo difundieran por todo el mundo", dice y busca a Nzapalainga para preguntar "¿quién fue el primer terrorista?". El cardenal se encoge de hombros entre risas.
Nzapalainga sostiene sin tapujos que se trata de un conflicto político que hunde sus raíces en las "muchas riquezas" que República Centroafricana guarda en sus tierras --"oro, diamantes, madera"-- y "a las que muchas potencias extranjeras" y los propios gobernantes "quieren meter mano".
"Están poniendo en primera línea de frente a grupos armados pero quienes dan las órdenes están detrás" y se aprovechan de la pobreza y del analfabetismo, ingredientes de un caldo de cultivo perfecto para el odio entre comunidades.
El cardenal apunta "al mal gobierno", que ha catapultado a puestos de poder a gente poco capaz que ha basado su carrera política en fomentar "el tribalismo y el nepotismo" dando como resultado "un país absolutamente dividido".
"Hay gobernadores pero en muchas provincias cuando hay un problema quienes deciden son los señores de la guerra que siguen con las armas ¿entonces para qué queremos al Gobierno y a la comunidad internacional?", plantea indignado.
En la misma línea, Layama señala a la impunidad que permite que "quienes tienen su manos manchadas de sangre se paseen con sus armas por delante de las fuerzas de Naciones Unidas y éstas no hagan nada". "La gente se ha quedado sin alguien que les proteja", denuncia.
Para ambos "la clave para abandonar este infierno es la educación", que permite "salir de la caverna, de la ignorancia --la principal fuente de conflicto en la región--". "Educar a un pueblo es darle la posibilidad de que pueda acceder a la luz", defiende Nzapalainga.
Los dos asumen que el actual Gobierno de República Centroafricana es netamente "figurativo" y que el país necesita la ayuda de la comunidad internacional, pero exigen que sea "sin hipocresía", sin "generalizar", "llamando al perro perro y al gato gato".
La presencia de tropas armadas no es de su gusto, si bien son conscientes de que es necesario contener la violencia, y se muestran seguros de que "la salida de la crisis tiene que pasar por el diálogo" entre los centroafricanos.
"La mirada está empezando a cambiar", celebra Nzapalainga. "Ya hay muchos que entienden que el otro no es un enemigo para mí", destaca. El "sueño" de los dos es que el pequeño milagro de Bangui se extienda pronto a otros puntos de la geografía nacional.
"Los centroafricanos deben entender que cada uno tiene su lugar en el mundo y que en República Centroafricana cabemos todos", dice Nzapalainga. "Si no seguimos el camino de la reconciliación, vamos a acabar destruyendo a nuestro propio pueblo", alerta.
Columnistas
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