La jerarquía del Partido Popular insiste en obviar que la derecha no es fiel a ningún partido y que si quiere sobrevivir, ha de ser el partido el que ha de ser fiel a sus votantes. El electorado de derechas no es de tal o cual partido, de tales o cuales siglas, sino de una serie de principios, valores y convicciones. Así como en le izquierda prima el factor emocional y la obediencia ciega, no lo es en la derecha o por lo menos no lo es en el mismo grado.

 El PSOE tiene a sus espaldas más de 120 años de existencia, mientras que el Partido Popular a penas llega a los 20 y su antecesor como referente del centro derecha sociológico, la UCD, no llegó a los 6 años de vida y si nos remontamos algo más, la CEDA ni tan siquiera cumplió el lustro. Pero no por ello la derecha sociológica desapareció, sino que siguió buscando nuevos cauces de expresión y representación política y así seguirá siendo. 

Mariano Rajoy y los jerarcas del Partido Popular deberían tener esto muy presente en su acción de Gobierno, pero me temo que les podrá la ceguera del poder y harán caso omiso a las ya primeras y apreciables grietas que empiezan a aparecer en el partido. Mariano Rajoy piensa que el Partido Popular es eterno y que podrá liderar indefinidamente al voto conservador, ignorando que una vez que la brecha sea demasiado gruesa, la aparente consistencia del Partido Popular se disolverá vertiginosamente sin que absolutamente nadie pueda evitarlo y sin que él se de cuenta hasta que ya todo esté perdido para su formación política.

 Lo más lamentable de todo el asunto, es que el Partido Popular se está haciendo el harakiri cuando disfruta de sus mayores cotas de poder, en el momento cumbre de su existencia. Normalmente la descomposición de los organismos y de las instituciones se produce cuando están en horas bajas, en los momentos de debilidad. Pero curiosamente no este el caso del Partido Popular, que precisamente amenaza colapso cuando tiene todo el poder y justo cuando se dan las circunstancias idóneas para enmendar los errores y las cesiones tácticas del posibilismo cometidas durante la Transición. 

Pero no es la pena o el deseo de dar la voz de alerta lo que me mueve a escribir el presente artículo. No pretendo hacer reaccionar a los jerarcas del Partido Popular, no, el Partido Popular está ya acabado y sin solución, no le lloraremos. Lo que me ha movido a redactarlo ha sido el deseo de que el estallido se produzca cuanto antes y que las energías del movimiento conservador se vuelquen rápidamente en un nuevo proyecto potente y atrayente que evite -en la medida de lo posible- la confusión que siempre acompaña a toda ruptura, evitando el largo periodo de fragmentación y atomización acostumbrado y que frene las opciones populistas. 

Partido Popular, requiescat in pace.