Ahora que todo el mundo quiere modernizarse y los que jamás pisaron una biblioteca, hacen gala de manejar con soltura y como si fuera indispensable, ese electrodoméstico llamado internet y claman para que sus descendencias hablen inglés y chino cuando no saben hablar español, nos encontramos con que sigue ignorando de manera clamorosa la historia de España, como si a nadie interesara y fuera un conocimiento inútil. De hecho, en la disparatada España de las autonomías (según mandato constitucional, que decía González, ese tipo siniestro y sólo digno de olvido, a quien la derecha complaciente considera “mejor” que Z., cuando sólo era más “cuco”, y en la España que gobernaba todavía estaban en pie los llamados “poderes fácticos”), se explican diecisiete historias diferentes  del mismo país, y en algunas de ellas se ignora a Carlos V, porque seguramente no hablaba la lengua del lugar ni hacía política de campanario. Y de la ignorancia de la Historia, con mayúscula, naturalmente, se suceden perjuicios muy graves, que no va a reparar el aprendizaje en la exótica lengua de los mandarines. La Historia, es, entre otras muchas cosas, el recuento de los errores de una nación. La historia española  está plagada de errores. Muchos de ellos proceden del campo ideológico y progresista. No dudo que los progresistas de todo cuño y en todos los lugares y épocas aman tan desmesuradamente al ser humano que su propósito es hacerle feliz aunque sea a la fuerza. Y como consideran al ser humano de manera abstracta, poco importa masacrar a la mitad para que el resto no píe y de esta manera no haya discrepancias en la felicidad. Por fortuna, en España no llegó a implantarse la terrible ingeniería social del “socialismo real” (aunque estuvo a punto), pero como norma general podemos señalar que todos los gobiernos “progresistas” que aquí hubo siempre, fueron ridículos, atroces o depredadores. No hay uno solo que se libre.

El período constitucional de 1820-1823, entre insensatez y despropósito, tuvo como consecuencia una nueva invasión francesa y la exasperación absolutista de Fernando VII, repuesto en todas las funciones. La primera república fue una astracanada que acabó de manera bufa y la segunda en guerra civil y tragedia. El gobierno socialista de Felipe González se hundió en el fango de una corrupción como jamás se había visto, salvo en alguna república bananera, y el racionalismo disgregador de Z. (volvió a dividir las dos Españas, sentó las bases de la ruptura de la nación, etc), tuvo como consecuencia la quiebra económica, no más grave y acuciante que el hundimiento político, cultural y, principalmente, moral.  Esos han sido los resultados de los “progresismos” en España: la bufonada, la tragedia y el saqueo.

La alternancia en el poder es imprescindible en una democracia. Pero en España, tal parece como si nos hubiera mirado un tuerto. Aquí, cuando la izquierda gobierna, sólo piensa en cambiarlo todo sin saber por qué y para qué. Como decía Dostoievski, lo peor del socialismo no es que pretenda destruir el viejo mundo, sino que no es capaz de sustituirlo por otro nuevo. Y en tanto, se destruye lo que se puede. Socialistas y separatistas coinciden en que hay que destruir España mientras otros socialistas más constructivos se contentan con mejorar sus cuentas corrientes. Por algo se empieza.

Ignacio Gracia Noriega.