Hace unos meses la revista para homosexuales Shangay Shangay traía en portada a Miguel Bosé coronado y sentado en un trono, bajo el titular: “Tengo cuatro hijos”. El polifacético personaje –en todos los sentidos y en todas las posturas- ya entrados los 50, daba a conocer su paternidad de dos pares de gemelos de encargo. Fue su amigo de juegos y divertimentos, Ricky Martín, quien le dio tan maravillosa idea. Así, de manera limpia y aséptica, el señor Bosé –progre donde los haya- tras aflojar una nada despreciable cifra de dólares - porque estas cosas suelen pagarse en dólares yanquis- eligiría de un book de una agencia de alquiler de vientres (que así es como llaman a este tipo de prostitución) a la agraciada portadora de su simiente. Fácil y limpio, y sin mancharse de pringosos fluidos ajenos, como quien encarga un mueble a medida o quien contrata los servicios de un jardinero.

Así, por arte de la técnica de la probeta y la jeringuilla, el señor Bosé se ha unido al grupo de celebrities que coleccionan niños de encargo -y normalmente a pares- como quien colecciona zapatos  “Manolos” o coches de lujo. Y es que no eres una auténtica celebrity si no tienes tu parejita de encargo. Cierto es que algunos al menos los compran ya nacidos, y no traen niños al mundo por el tan sólo placer de ser snob. Ese parece ser el caso de Angelina Jolie y Brad Pitt. Ellos son de los que los prefieren ya nacidos, pero cuentan con la ventaja de poder coleccionarlos por colores. Los tienen blancos, negros y amarillos, todo muy intercultural, muy progre.

Esos niños se les arremolinan entre los pliegues de las faldas –el señor Bosé es de aquellos que, por dar la nota, también gusta de ponerse faldas- y juguetean a su alrededor como fox terriers. Esos niñitos preciosos, tan de fábrica, luego son confiados a legiones de cuidadoras, menos –eso sí-  cuando toca posar y hacer declaraciones cursis y huecas para Vanity Fair, Vogue o Shangay Shangay. Entonces, los niños mascota aparecen a los pies o en el regazo de sus propietarios –que no padres- peinaditos y vestiditos como Mariquita Pérez, impolutos, angelicales. Los propietarios: sonrientes, orgullosos de su colección de petkids.

Niños cosificados, fruto del capricho de unos personajes inmaduros y egoístas. Niños mascota, futuros juguetes rotos, carne de jeringuilla, de alcohol y anfetaminas.

Algunos ceden fácilmente ante esos infantiles papos sonrosados o esos preciosos ojos rasgados. Les ciega la indudable ternura desplegada por la visión de esos niños y se esconden detrás del trampantojo de la sensibiliría fácil, de un falso humanitarismo que les impide ver la cruel realidad: son niños de encargo, niños mascota coleccionados para solaz y entretenimiento de unas personas que, al tiempo que compran criaturas humanas, no suelen tener ningún reparo en posicionarse a favor del aborto, de la eliminación de seres humanos indefensos. Personas que se enternecen más ante la visión de una foca herida, que ante un feto triturado.

Personas para quienes la vida humana no es digna por sí misma, sino tan sólo en la medida que sea por ellos deseada o no molesta. Para los que la vida humana no es más que un mero bien de consumo. Sucede también que esas personas que coleccionan petkids suelen ser progres, izquierdistas anticapitalistas contra el mercado, pero que se alimentan de un mercado de alquiler de vientres, de mujeres desesperadas que conciben bebes extraños en su vientre por un puñado de dólares. Mujeres fábrica y niños mascota.