Por una parte hay una enorme sensibilidad ante los casos de pederastia, pornografía infantil y hechos relacionados, que acaparan primeras planas en los periódicos y ocupan, con preferencia, los trabajos de la policía en el ámbito cibernético.

Por otro lado se educa desde la primera infancia en la actividad sexual indiscriminada como un ámbito de relación positivo y natural en cualquier circunstancia. El tan repetido “hazlo con quien quieras, cuando quieras y como quieras”.

Esta forma de educar está monopolizada por grupos artificialmente creados a base de subvenciones y otras formas de control ideológico mientras familias y otros grupos de educadores hacen dejación de funciones en dicho ámbito.

La edad de consentimiento sexual se va disminuyendo en nuestro ordenamiento legal hasta los doce años, cosa lógica si en los entornos educativos se les está invitando y facilitando dicha actividad.

Tenemos, de este modo, unos sujetos menores de edad, con plenitud de facultades para ejercer libremente su incipiente sexualidad, con preservativos gratuitos y manuales de uso con todo tipo de ideas en el bolsillo y todo ello a costa del erario público.

Todo apoyado por la maquinaria abortiva precisa para el caso de desliz en la inocua actividad.

Y tenemos, al mismo tiempo, a una ciudadanía escandalizada por la proliferación de la pornografía – consumida por esa misma ciudadanía. Pornografía que no es otra cosa que la manifestación gráfica de eso que estamos inculcando en los niños.

Pero la mayor paradoja es que ese niño, adolescente o joven, que, libremente puede y es animado a ejercitarse en el mundo sexual, si publica esa actividad en la web y un adulto la visiona comete éste último uno de los delitos más censurados en la actualidad.

Si ese jovencito de, pongamos 14 años, se acuesta con su amiga, amigo o simple conocido ocasional, – pues todo es válido – el juicio social es que es algo tan natural y sano como si hubieran jugado un partido de tenis.

Sin embargo, si ese mismo joven ejerce la misma actividad con su amiga, amigo o conocido de 18, 19, o más, éste último se expone a duras penas de prisión y el desprecio más hipócrita de los defensores del “sexo libre”.

Si el delito es la diferencia de edad también debería ser delito en el caso del tenis entre edades desiguales.

Si no es esa la única causa es que el sexo no es algo tan banal como se está inculcando actualmente.

Más paradojas: Rubalcaba invita a prohibir los anuncios de contactos en los periódicos. Al mismo tiempo reconoce que no es una actividad ilegal, pero es que… no le gusta.

El argumentario relativista no llega a más que un pobre “me gusta o no me gusta”, pero ¿por qué?

Qué pensamiento más débil el que tenemos. No me extraña que sean cada vez más quienes le ponen fecha de caducidad a nuestra sociedad occidental.  

                                                Víctor Luis Díaz Haces  

victorhaces@gmail.com