Hablaba Vintila Horia del  viaje a los “centros” de la tierra,  en ellos están las fuerzas que dominan desde lejos nuestros destinos. Hoy, en esta España desarbolada por los vientos que la azotan constantemente, es claro lo que afirmaba el autor citado, el poder político sólo es un subproducto derivado de los verdaderos centros de poder, y más en el caso de nuestra nación por la ineptitud de la mayoría de la clase política.      

    En la actualidad, la soberanía nacional  no reside en el pueblo español, como  afirma nuestra Constitución del 78, por lo que, en consecuencia, los poderes del Estado no emanan de los españoles, tanto es así que Eugenio Gay, abogado y vicepresidente del Tribunal Constitucional ha afirmado: “tenía la sensación de formar parte de un tribunal secuestrado".     

      Igual ocurre en otras muchas naciones, tal es el caso de Grecia que ha perdido su soberanía económica y que es un juguete roto en manos de fuerzas inconfesables. Grecia, Portugal, Irlanda, fichas caídas de un dominó siniestro, en el que  las Instituciones son sólo la fachada de un decorado y cuya única misión es la de ser la milicia testaférrica que ahogue los anhelos nacionales de libertad, imponiendo políticas maltusianas y convirtiendo a los ciudadanos en siervos de poderes innombrables.     

    El subproducto político español, tiene en su actuar influencias muy notables de la “trova portuguesa”, dando por resultado un conjunto de hechos inconexos, cantos repetitivos y majaderías varias que conducen a una política placentera, que subordina el hipotético contenido a una melodía triste que preludia la tragedia final.    

    Togas y Dignidad, al igual que Eugenio Gay, tiene la sensación de que ciertas Instituciones están secuestradas, no actúan al servicio del fin que según nuestras leyes tienen, sino a otro muy distinto que consiste en implantar principios, categorías y conceptos rechazados por nuestro ordenamiento jurídico y el campo en el que fundamentalmente actúan esas Instituciones es el del derecho de la persona, previa actuación de los poderes mediáticos con cantos muy simples y repetitivos,  que son seguidos por masas sólo atentas a lo primario, creando una “realidad social” que sólo existe en los laboratorios en los que se  diseña y fabrica nuestra futura servidumbre.      

    Existe una localidad asturiana, en la que todo lo anterior está perfectamente acreditado, tal vez por aquello que Jovellanos no entendió en su día y que consiste en la transformación por los “grupos de poder” de la   tradición del pueblo, bien en las interpolaciones efectuadas en los antiguos romances o en la interpretación de la realidad conforme a interesadas concepciones ideológicas, confundiendo la cobardía con la prudencia, el respeto con la templanza, la soberbia con la fortaleza y la prevaricación con la justicia, tal vez en la creencia de la certeza del estribillo del romance: ¡Qué bien trilladito está!