“Si bien el Verbo –la Segunda Persona de la Santísima Trinidad- existía desde siempre, no ocurre así con Jesús de Nazaret. Hubo un momento en la historia en que esa Segunda Persona se hizo hombre. Antes era sólo Dios. Desde ese instante fue Dios verdadero y también hombre verdadero. Como hombre no existía antes de tomar carne en el seno de María, pero sí existía como Dios”.  

“La fe en la verdadera divinidad y en la verdadera humanidad de Cristo no fue asumida por todos desde el principio. Este asunto fue tan importante que es la causa de las primeras herejías, las cuales desgarraron a la Iglesia primitiva en los primeros siglos. Unos -como Arrio, condenado en el 325- negaban la divinidad de Cristo. Otros -como Nestorio- proclamaban que en Cristo convivían dos personas distintas, la humana y la divina. Otros -los docetistas gnósticos- decían que era verdadero Dios pero que sólo tenía apariencia humana. La Iglesia proclamó siempre que era a la vez Dios verdadero y hombre verdadero. Y esto no por la convivencia de dos personas, sino por la convivencia de dos naturalezas, la humana y la divina. “La humanidad de Cristo -dice el Catecismo en el nº 466- no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el Concilio de Éfeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona del verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne”. Posteriormente la Iglesia se tuvo que defender de la herejía monofisita, que afirmaba que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. El Concilio de Calcedonia (año 451) proclamó que Cristo es “perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad y consubstancial con nosotros según la humanidad, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado... Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único de dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona” (Catecismo, nº 467)”. 

“La respuesta a la cuestión sobre cuántas personas hay en Cristo no se dio de forma plena hasta el Concilio de Constantinopla del año 553, insistiendo en que “no hay más que una sola persona, que es nuestro Señor Jesucristo”. Esa persona es la persona divina y por eso se afirma (Catecismo, nº 468) que “todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto, no solamente los milagros sino también los sufrimientos y la misma muerte: El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima Trinidad”.”  

En Cristo hay una sola persona, la divina, y dos naturalezas, la humana y la divina. Eso es Jesucristo. Y es por la existencia de esa única persona por lo que podemos decir que María es la Madre de Dios”.

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