Lo mismo que un sistema matemático de tipo decimal no puede funcionar si sostenemos que dos y dos son cinco, los sistemas morales también necesitan de coherencia interna, por eso si partimos de un relativismo en el que no hay unos principios básicos ciertos y se prescinde del derecho a nacer por considerarlo una cuestión opinable, por qué el robo no va a ser también una cuestión opinable.    

      Una situación parecida ya se vivió en los tiempos decadentes del imperio romano cuya caída no se produjo, como muchas veces nos cuentan de una manera simplista, por el empuje de los bárbaros culpables de asolar la civilización grecorromana, sino que el desorden se produjo por la corrupción del propio sistema, en el que, entre otras situaciones anómalas –baja natalidad, negativa de los ciudadanos a prestar servicio en el ejército- por ejemplo los recaudadores de los impuestos se dedicaban al robo de los mismos, causando un verdadero cataclismo económico detonante del colapso social que se venía gestando, lo que permitió la entrada de los bárbaros.      

    Todo esto no hace más que corroborar el proceso que ya anunció, en el primer tercio del siglo, XX Oswaldo Spengler, en su obra la “Decadencia de Occidente”, por lo tanto si se quieren atajar los problemas de una manera eficaz no bastará con la adopción de una serie de medidas de tipo economicista sino que será preciso proceder a un rearme de la moral sobre la que se base la actuación de la sociedad y consecuentemente la de los poderes públicos, eliminando de la misma toda una panoplia de dislates instalados hoy por el pensamiento políticamente correcto que están conduciendo a nuestro mundo al delirio.      

    Ciñéndonos a la realidad española, ya indicábamos al principio que en la campaña electoral sólo se había hablado de economía y siendo en verdad el económico un problema muy grave, existen otros que incluso le superan en importancia y además coadyuvaron al nacimiento y crecimiento del mismo.

         Ya nos referimos con anterioridad a cómo el incumplimiento del deber generalizado, como consecuencia de una falta de moralidad coherente y sensata condujo al nacimiento de la crisis y luego a su agravamiento por la negación de la misma.      

    La estructura política que se estableció en España en el régimen en el que nos encontramos en la actualidad encarece de una manera desorbitada el funcionamiento de la Administración ya que deben sufragarse diecisiete gobiernos y sus correspondientes parlamentos, dos instituciones al frente del Ejecutivo, así como un senado del que también podría prescindirse con una organización menos dispersa de nuestra Entidad política, sin que por otra parte nos olvidemos de la conveniencia de la reducción del número de municipios, aunque en este caso conviene señalar que no se debería utilizar un mero criterio cuantitativo de habitantes porque en unos casos se debería fusionar municipios de cierto tamaño y sin embargo en otros no es posible llevar a cabo una fusión indiscriminada de municipios de poca población prescindiendo de criterios de distancia.       

   El desarrollo de los pormenores para llevar a cabo la reforma de nuestro sistema administrativo excede el propósito de nuestras reflexiones que sólo desean incidir en un cierto análisis de los principios generales, por desgracia tan olvidados en estos tiempos en los que casi todo y sobre todo la legislación suele empantanarse en una casuística farragosa, desmedida y para colmo mal redactada.  

 Esteban Alú