Jueves, 09 de enero de 2025

El santo de la semana

San Buenaventura

Nacido probablemente en 1217 y muerto en 1274, vivió en el siglo XIII, una época en la que la fe cristiana, penetrada profundamente en la cultura y en la sociedad de Europa, inspiró obras imperecederas en el campo de la literatura, de las artes visuales, de la filosofía y de la teología. Entre las grandes figuras cristianas que contribuyeron a la composición de esta armonía entre fe y cultura destaca precisamente Buenaventura, hombre de acción y de contemplación, de profunda piedad y de prudencia en el gobierno

Se llamaba Giovanni da Fidanza. Un episodio que sucedió cuando era aún muchacho marcó profundamente su vida, como él mismo relata. Había sido afectado por una grave enfermedad y ni siquiera su padre, que era médico, esperaba ya salvarlo de la muerte. Su madre, entonces, recurrió a la intercesión de san Francisco de Asís, canonizado hacía poco. Y Giovanni se curó

En torno al año 1243 Giovanni vistió el sayal franciscano y asumió el nombre de Buenaventura. Fue en seguida dirigido a los estudios y frecuentó la Facultad de Teología de la Universidad de París, siguiendo un conjunto de cursos muy difíciles. Allí llegó a ser catedrático de Teologia.

En 1257 fue elegido Ministro General de lso franciscanos. Desempeñó este cargo durante diecisiete años con sabiduría y dedicación, visitando las provincias, escribiendo a los hermanos, interviniendo a veces con una cierta severidad para eliminar los abusos.

En 1273 la vida de san Buenaventura conoció otro cambio. El Papa Gregorio X lo quiso consagrar obispo y nombrar cardenal. Le pidió también que preparara un importantísimo acontecimiento eclesial: el II Concilio Ecuménico de Lyon, que tenía como objetivo el restablecimiento de la comunión entre la Iglesia latina y la griega. Él se dedicó a esta tarea con diligencia, pero no llegó a ver la conclusión de aquella cumbre ecuménica, porque murió durante su celebración.

Un anónimo notario pontificio compuso un elogio de Buenaventura, que nos ofrece un retrato conclusivo de este gran santo y excelente teólogo: “Hombre bueno, afable, piadoso y misericordioso, lleno de virtudes, amado por Dios y por los hombres... Dios de hecho le había dado tal gracia, que todos aquellos que lo veían quedaban invadidos por un amor que el corazón no podía ocultar”

(De las catequesis de Benedicto XVI)


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