Lunes, 13 de enero de 2025
Vestirse de comunión
Era una de nuestras ciudades con sus calles principales llenas de tiendas con escaparates. Al caer de la tarde se encienden sus luces, y se muestra tras el cristal un señuelo irresistible que te obliga a mirar, a asomarte a lo que te dice con sus colores y complicidad: mírame, detente un rato, no te fijes en el precio, dilata tus ojos, enciende tu deseo... cómprame.
Pero en esta ocasión no era una tienda de productos informáticos, ni tampoco de ropas con la moda de estación, ni de artilugios seductores, ni siquiera de libros premiados de última edición. Eran fotos, sólo fotos. Y como un carrusel de celebridades, aparecían niños y niñas ataviados de un montón de maneras. Los niños estaban bien colocados y se nos ofrecían como los marineros y los capitanes de la Armada, los comandantes de vuelo, pasando por toda una variedad de trajes elegantes sin ninguna divisa marinera o volandera. Las niñas eran también recurrentes en sus hábitos tras el cristal del escaparate: novias en pequeño con todo su tul, o monjitas con túnica sencilla y velo como tocado en las cabezas, aunque también los vestidos vistosos sin alusiones casamenteras ni remedos de convento.
Era claro que el escaparate estaba lleno de fotos de nuestros más pequeños que se acercan a hacer su primera Comunión. La tienda era un estudio fotográfico que chistaba su reclamo con quienes celebran ese momento importante en su historia cristiana. Uno recuerda aquel inolvidable día en que nos acercamos gozosos y llenos de respeto a recibir a Jesús en la santa Eucaristía. Era la primera vez. Luego vino la segunda, y tantísimas otras junto a los mayores en cuya fila de comulgantes nos íbamos colando como un cristiano más. Debidamente preparados, acudíamos a recibir a Jesús sacramentado.
Siempre se corre el riesgo de quedarse en la escenografía, en los trajes especiales, en los regalos incluso con listas de caprichos en las tiendas del consumo. Pero hay niños que viven este momento con más seriedad y hondura que sus propios mayores, dándonos una preciosa lección de cómo el Señor también trabaja ese santuario de inocencia que es el alma de los más pequeños.
Comulgar a Jesús, significa amarle a Él, dejarnos amar por Él y amar lo que Él ama. Esta es la verdadera comunión al recibir su santo Cuerpo en la Eucaristía. Y esto los niños lo entienden, porque normalmente no tienen una visión confusa o complicada del amor auténtico: amar, dejarse amar y amar lo que el otro ama.
En este sentido, me he acordado de los pequeños que hacen su primera Comunión en Benín, en nuestra misión diocesana de Bembereké. Allí no hay trajes de marinero, ni de comandantes, ni de novias. La sencillez de lo externo en ropas, banquetes y regalos, es garantía para vivir ese momento sin distracciones inadecuadas. Sería algo muy hermoso que nuestros niños y niñas de primera Comunión aquí, pudieran tener un gesto solidario con los niños y niñas de allá. Unos y otros aman a Jesús, se dejan amar por Él, y podrían tener ese gesto de amarse mutuamente compartiendo algo siquiera de lo que en ese día tanto recibirán.
Los trajes al uso en la primera Comunión sólo sirven para un momento de excepción, jamás luego los utilizamos. Y recibir a Jesús es tan suficientemente intenso e importante que todo lo demás es secundario. Pero hacer la primera Comunión debe ser también vestirse de comunión de dentro hacia fuera, cuando desde el corazón lleno de Jesús sacramentado sale otro modo de revestir con amor a aquellos que Jesús ama. Es la moda que como el amor verdadero, jamás caduca ni pasa.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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