Sabado, 23 de noviembre de 2024
Once años en que se han cerrado todas las puertas a nuevas investigaciones
11-M, vergüenza nacional
Once años en los que se ha afianzado por todos los medios imaginables una versión infumable de una matanza terrorista sin precedentes. Once años en que se han cerrado todas las puertas a nuevas investigaciones, con el archivo de las múltiples querellas contra agentes y testigos protagonistas de episodios más que oscuros. Once años que han arrastrado a vía muerta cualquier nuevo hallazgo, dando el caso por juzgado y cerrado. Once años que ponen en evidencia que se puede inducir impunemente un cambio de régimen con golpes de estado encubiertos, y que todos somos victimas potenciales ante cualquier nuevo ensayo.
Cuando miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad, en casi todos los niveles, colaboraron en el engaño masivo sobre explosivos, aparición de cientos de pruebas falsas y desaparición de las verdaderas.
Cuando la justicia, sometida al poder fáctico, y como culminación de los despropósitos de una instrucción calamitosa, ha colaborado en esta ocultación de la verdad, admitiendo testimonios y declaraciones contradictorias y absurdas. Y cuando se han eliminado las pruebas verdaderas, incluso en fecha reciente con los restos del único vagón que se salvó de la increíble e injustificable destrucción de trenes y efectos personales ordenada y llevada a cabo a las veinticuatro horas del atentado.
Cuando se ha emitido una peregrina sentencia, sin autores intelectuales, y con autores materiales previamente suicidados y un chivo expiatorio condenado sin evidencias concluyentes.
Cuando las múltiples peticiones de investigación sobre nuevas pruebas o revisión de la causa han topado con el rechazo sistemático por parte de todas las instancias judiciales.
Cuando la justicia, actúa de la forma que lo hace ante tal masacre, vendiéndolo como proteccionismo necesario a unos ciudadanos que, no estamos preparados para conocer la verdad (en palabras del juez ponente "Hay cosas tan graves en el 11-M que por ahora es mejor que no se sepan).
Cuando todos los partidos políticos del arco parlamentario- incluido el que sufrió de forma directa las consecuencias políticas del 11M - cierran filas para aceptar e imponer la mentira y el silencio en todo lo que atañe a este crimen masivo. Y cuando casi todos defienden de forma excepcionalmente coordinada las comprobadas y razonadamente inadmisible pruebas falsas (incluso las eliminadas por el propio tribunal, que ya es decir), cabe preguntarse ¿que intereses inconfesables aglutinan a todas las formaciones políticas para adoptar este unánime, posiblemente concertado y deleznable comportamiento?
Cuando la mayoría de los medios de comunicación de nuestro país contribuyeron desde el momento cero- y algunos de forma especialmente activa - en propagar las mentiras que iban ocultando los hechos reales, y cuando esta actitud pervive después de los once años transcurridos, se abren sospechas sobradamente fundadas sobre las posibles causas de tal confabulación.
Cuando una nación se asienta cínicamente desde hace once años sobre el asesinato indiscriminado y cobarde de 193 ciudadanos y sobre casi dos mil heridos, es que esa nación está en avanzado proceso de degradación moral.
La inmensa mayoría de los españoles- movidos en un principio por el horror y encauzada hábilmente nuestra ira hacia objetivos políticos inmediatos- salimos a la calle a exigir la verdad de la masacre. Once años después, cuando se siguen removiendo legítima e incansablemente- viejas causas y viejas fosas, en el 11 M todo parece estar claro y amortizado. Once años después, han quedado satisfechos, unos, por el engaño, y resignados y apáticos, otros, por la magnitud del caso y el convencimiento, selectivamente conformista, de que jamás se sabrá la verdad. Quienes mueven los hilos saben que el tiempo juega a favor del olvido, la apatía, la trivialización de la masacre y el silencio de los cabritos.
No sé si algunos de los que vivimos aquel fatídico 11M llegaremos alguna vez a conocer toda la verdad sobre quienes fueron los autores intelectuales y materiales de este crimen, ni quienes fueron los encubridores que, desde puestos claves, se afanaron en borrar cualquier pista que condujera a los asesinos. No creo que los remordimientos de conciencia de alguno de los muchos, que durante once años han demostrado tenerla tan bien amaestrada, surjan en forma de confesión pública, libro escandaloso o rentable espacio televisivo y más cuando no pocos han sido generosamente compensados profesionalmente para que no derivara el 11M por derroteros confusos. Pero quienes idearon, planificaron, ejecutaron o no impidieron la masacre tienen nombres y apellidos, no se si marroquíes, sirios, franceses, rumanos o españoles, pero, desde luego, ninguno de los más de cien impronunciables, inidentificables e ilocalizables señuelos que nos fueron lanzando desde pocas horas después del atentado. Identidades que, con distinto número de capas de calzoncillos y regueros de propaganda coránica, iban siendo sistemáticamente cambiadas según las conveniencias para embarullar la realidad y afianzar la versión oficial. Mucho me temo que los nombres de algunos de los verdaderos culpables pudieran sernos mucho más familiares y fáciles de pronunciar.
Sin embargo ha habido y seguirá habiendo homenajes a las víctimas, buena parte por la de todos aquellos que han hecho lo posible e imposible por ocultar la verdad, apoyar versiones rocambolescas y sembrar pruebas falsas. La Historia está llena de estas farsas. Y lo harán con caras compungidas, sabiendo que el verdadero homenaje es el que están negándoles sistemáticamente desde su cruel asesinato: obstaculizar todo lo que pueda conducir al conocimiento de la verdad y condenar a los verdaderos culpables.
Que Dios tenga en su Gloria a los muertos del 11M, reconforte a sus familiares y a todos los que sufren secuelas físicas y psicológicas, muchos de por vida. Y que el diablo lleve al infierno a todos los que hicieron, supieron, callaron, saben y callan.
Columnistas
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