Sabado, 23 de noviembre de 2024
entorno al sinodo
Alemania y Polonia, tan cerca y tan lejos
Alemania y Polonia están muy cerca. Comparten frontera de norte a sur. El río Oder, que las separa, parece ser sin embargo un gran abismo, a juzgar por la diferencia que existe entre ambas naciones. Y no me refiero sólo a lo económico, sino sobre todo a lo social y a lo religioso.
Esta semana, un alemán, el cardenal Cordes, se ha enfrentado con los obispos alemanes, citando incluso por su nombre a dos de ellos, para recordarles la vieja tentación que siempre ha planeado sobre Alemania, la soberbia. Esa soberbia fue la que llevó a Lutero a romper con Roma -aunque luego se camuflara con cuestiones teológicas- y esa soberbia es la que ha llevado al cardenal Marx, actual arzobispo de Munich, a decir que ellos no son una sucursal del Vaticano. Cordes les recuerda que el "complejo antiromano" generó el cisma de Lutero y que puede volver a hacerlo si los obispos alemanes rompen la unidad de la Iglesia en cuestiones como la comunión de los divorciados o la aceptación de la homosexualidad.
Pero, sobre todo, Cordes empieza su carta-respuesta a sus colegas alemanes diciendo que le sorprende que Marx diga que el mundo católico está pendiente de Alemania y mira con grandes esperanzas las valientes decisiones que allí se tomarán para romper con la doctrina de la Iglesia. Cordes se muestra sorprendido de que la Iglesia en Alemania pueda ser un ejemplo para alguien y un referente para el resto de los católicos. Y aporta un dato: Sólo el 16,2 de los católicos alemanes creen en un Dios Todopoderoso con el que pueden tener una relación personal; el resto creen que Dios es una especie de fuerza primigenia o un ente abstracto, o simplemente no creen. Con ese porcentaje de "creyentes" -ya no estamos hablando de practicantes- Cordes se pregunta a quién puede dar lecciones Alemania.
Desde luego, a quien no puede dar lecciones es a Polonia. En la otra orilla del Oder, la situación es radicalmente distinta. No sólo las iglesias y los seminarios siguen llenos, sino que su episcopado se ha puesto en pie de guerra ante la posibilidad planteada por los obispos alemanes de enterrar el legado teológico de San Juan Pablo II sobre la familia y la vida. Es como si los alemanes quisieran invadir de nuevo Polonia -y de hecho es lo que quieren hacer, pero esta vez es una invasión eclesial, sin tanques y presididos por sus obispos-. Pero los polacos no están dispuestos a rendirse a sus vecinos sin presentar batalla. Esta semana han sorprendido a propios y extraños con una campaña publicitaria donde se recuerda que el concubinato es pecado y que hay un mandamiento que dice no al adulterio. No hablan de la comunión de los divorciados vueltos a casar; son más inteligentes que eso, pues sin tocar el tema lo afrontan en su raíz. Y a buen entendedor pocas palabras bastan.
Juan Pablo II, un polaco, fue un instrumento de Dios para evitar la deriva de la Iglesia en aquel momento histórico. Hoy los obispos polacos están decididos a seguir la senda de su santo predecesor. Cuentan con la ayuda de los obispos africanos y norteamericanos y de no muchos más, que asisten, acobardados ante la prepotencia alemana, a una batalla que la mayoría da por ganada al bando más laicista de la Iglesia. Pero, lo mismo que en el 78, hay un protagonista que no está inmóvil, el Espíritu Santo.
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