Viernes, 26 de abril de 2024

Millones de españoles sin alternativa política

Derecha social & derecha política. El “síndrome de Estocolmo”.

 Me perdonará el lector por que en aras de la simplificación voy a ser conscientemente poco original, incluso en la aceptación de términos políticos consagrados en su uso, sin una exigencia muy rigurosa en el alcance de sus contenidos.  

En España parece que se ha perdido un cierto miedo ambiental a la denuncia de un discurso cultural dominante que podemos sintetizar en un sincretismo de “pensamiento Alicia”, léase a Gustavo Bueno, progresismo de PNN de los 80, nacionalismo regional irreversible,  irenismo estúpido con el terrorismo y el islamismo…en resumen, en la persona de ZP mismo que encarna en su totalidad un régimen.  

 La lluvia de adjuntos indignados o guasones en la red, las grandes manifestaciones contra el aborto Aído, la capitulación con ETA, o las pequeñas pero repetidas en relación al carpetazo al 11-M, las responsabilidades de la crisis, el avance del sindicalismo independiente o sectorial, la percepción general de la corrupción… en general los comentarios de bar y tertulia, no dejan de sorprender por su mayor firmeza que en años anteriores. Hay además un matiz notable, aunque con aparentemente poca materialización práctica; en un momento en que las encuestas aseguran un gran vuelco de votos, en todas estas manifestaciones se percibe una crítica que alcanza al PP y en particular a su jefe, Rajoy. Hay que reparar en esta paradoja para, en todo lo posible al margen de las ideas personales que tengamos, sopesar si puede haber alguna especulación con algo más que no sea la resignación irresoluble de un amplio, plural y creciente nicho de mercado que ha pasado de los libros de Vizcaíno-Casas a los de César Vidal, que ha pasado de la red a la calle y al que se dirigen con olfato Losantos e Intereconomía.  

 Ese río de críticas y protestas independientes no da el paso político que pareciera consecuente, atenazado por el malminorismo de voto. Se trata de un voto cautivo que pudiera asemejarse al “síndrome de Estocolmo” que afecta en algunos casos de secuestro, por que la situación de fuerza no pocas veces se impone a la razón misma.

   Coincidiendo con tantos analistas mucho más documentados, me permito “fusilar”, tipográficamente hablando, casi al pie de la letra a Vaquero Oroquieta en cuanto la existencia de un espacio sociológico español al que denominamos “derecha social”. Una derecha que, a modo unificador, está definida por un estado de ánimo sustentado en unos valores -batidos desde los poderes político, cultural y mediático- a causa de su condición supuestamente entorpecedora del “progreso”. Una labor a la que también contribuirían, con su acción u omisión, otras realidades en principio más afines a esa derecha que a la progresía radical reinante. ¿Qué valores son éstos? Nos referimos a la defensa de la familia y la vida, del esfuerzo personal y comunitario, las libertades reales, de la cohesión nacional española, de una postura inequívoca frente a los zarpazos terroristas, una concepción ética de la vida de raíces cristianas, etc.  

 Es innegable que esa derecha social existe. Se manifiesta articulada en varios movimientos muy diversos: el pro-vida, la objeción a la educación para la ciudadanía, el esclarecimiento del 11-M de 2004 en su día, el apoyo a las víctimas del terrorismo, la defensa de la identidad y la lengua españolas, la regeneración de la vida política. Ciertamente, tales banderas no son patrimonio exclusivo de esa derecha social,-por ej. UPD y “Ciudadans” responden desde otra procedencia al defecto de unionismo español-, pero no puede sustraérsele el mérito de ser la identidad colectiva que más fielmente se ha movilizado en cuantas ocasiones se le ha convocado.

  Durante bastante tiempo, y a falta de un fiel trasunto partidario, aunque sin romper nunca con opciones electorales convencionales, esos sectores sociales fueron estructurados y movilizados, en buena medida, desde las trincheras de la COPE y Libertad Digital de Federico Jiménez Losantos y su liberal y aguerrida legión de colaboradores. Y ello lo fue –incluso- frente la atonía de un timorato Partido Popular. Pero a Federico Jiménez Losantos, finalmente fuera de la cadena católica y por ello embarcado en su proyecto independiente de esRadio, le ha salido un serio competidor: El Grupo Intereconomía; y más contundentemente ahora con el lanzamiento de su diario de papel La Gaceta. En principio, todo ello puede ser bueno para esa masa social a la que se dirigen: no en vano serán más numerosas, consistentes y, acaso plurales, las propuestas y argumentos esgrimidos. Bienvenida toda munición ideológica y mediática. Que sea para bien.  

 Cuenta, por tanto, con expresiones mediáticas, prueba definitiva de su existencia real; pero sigue sin encontrar un partido político que la represente exactamente. Hoy día, al igual que hasta ayer mismo, en su mayor parte sigue asociada, de un modo u otro, al Partido Popular. Y ello, incluso, a pesar de su creciente conciencia del evidente divorcio entre sus valores más queridos y las políticas concretas del partido. Ni contigo, ni sin ti; cual latino y pasional drama amoroso. “Fuera hace mucho frío”, como comprobó Montse Nebrera y entendió Vidal-Quadras.  Incluso en un caso donde hay exitosa escisión, el de Cascos de Asturias, hemos visto como la manifestación ideológica de congreso y estatutos responde al “más de los mismo”; hay un voto y una concurrencia que se obtiene gratuitamente, sin concesión de principio alguna, luego ¿para qué hacérsela?. Es mejor declararse de “centro reformista”, omnívoro, aunque se pesquen las mismas truchas que antes, siempre y cuando piquen gratis. Atención a la hipótesis post 22-M; el FAC es un órdago de ámbito nacional si el exministro de las mismas siglas no resulta apaciguado. Pero ideológicamente, no hay diferencia entre un doberman y un pekinés.

  En no pocas ocasiones, en circunstancias y entornos muy diversos, se ha especulado con la necesidad, real o presunta, del lanzamiento de un partido conservador sin complejos, que empuñara con decisión las banderas de la derecha social. Así, cuando en el pasado, el entonces presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, Alfredo Dagnino, reflexionó en torno a la necesaria presencia de políticos católicos, sus declaraciones fueron leídas o interpretadas por algunos en el sentido anterior. Con sólo 306 miembros se puso nervioso algún gran partido. El motivo era el ámbito de encuentro que esa asociación, que no da un paso cambiado respecto a la jerarquía de la iglesia, y sus medios universitarios habían prestado a las diversas corrientes de protesta social o divergencia cultural, por si acaso.

 Pero, no podía ser de otra manera, tales especulaciones fueron desmentidas: en definitiva, no era el momento de un partido confesional. Ni tampoco de otro de signo netamente conservador.

  Y para ello nos apoyamos en que, salvo quejas muy puntuales, no se ha generado evidencia empírica alguna al respecto. Así, no se ha producido en los ambientes de esa derecha ningún movimiento simétrico al que encabezara en la izquierda, por poner el citado ejemplo, de Rosa Díez. Ningún líder nacional del Partido Popular, u otra personalidad independiente pero con relevancia como para superar el apagón mediático inicial, ha cruzado el Rubicón. Testimonialmente, sí que hay ejemplos, incluso heroicos, pero hablamos en el plano del posibilismo. Tampoco se han elevado voces relevantes desde ese variadísimo espectro asociativo reclamándolo.  

 Sin líderes, ni sociedad civil que los apoye y reclame, cualquier proyecto que persiga la creación de un nuevo partido político no ha superado en los últimos años, precisamente cuando más parece crecer su oportunidad, el estadio de mera elucubración de tertulia de café, o los 20.000 votos. Y si no hay una fuerte inyección de apoyo de partida, y/o una personalidad de arrastre, las iniciativas honradas y testimoniales tendrán graves problemas para superar las barreras de firmas identificadas de la nueva ley, tan siquiera para aparecer electoralmente. Esto descarta, sin otras consideraciones de actualismo, cualquier opción “histórica”, heredera del carlismo o falange. No así alguna de tipo monotemático, por ejemplo en la estela del tirón del freno a la inmigración, que siempre tendría eco en la periferia urbana y en zonas de alta presencia exógena, lo que en Francia, el país desde donde nos viene casi todo, tiene una importancia suma, animada por la resaca de la actual convulsión en todo en norte de África; quizá la hija de Le Pen repita como su padre la presencia en la segunda vuelta de las presidenciales, lo que sería una humillación para Sarkozy y los socialistas, igual que lo fue para Chirac.  

 No debemos confundir, en la España del mucho hablar y el poco hacer, la coincidencia social en las protestas, denuncias, opiniones, con la voluntad política firme de ejercer un voto disidente, que inicialmente nunca sería triunfador. Existe un partido social cristiano, Alternativa Española (AES), que reclama para sí tal espacio no podemos evitar el recuerdo del fenecido PADE de Juan Ramón Calero. Aunque su cabeza, Rafael López-Dieguez, da muy buen parecido en los debates de fin de semana de intereconomía. Otros partidos también lo han intentado a su modo. Recordemos aquí otro caso monotemático, Familia y Vida. Muy meritorio, pero escasamente efectivo, lo mismo que SAIN, católicos ingenuos que quisieran ser de izquierda, si ésta les dejara, ahora que, a diferencia de los estertores del franquismo, no necesita cobertura.

   No parece que existan indicios inmediatos de un cambio de tendencia en las derechas sociales. Así, el Partido Popular seguirá contando con un voto seguro, casi cautivo, imprescindible para sus más altas ambiciones. Y en algunas regiones periféricas otras opciones de similar nicho sociológico, aunque regionalistas o nacionalistas. La derecha social, por su parte, seguirá su propio camino estructurada en diversos movimientos escasamente homogéneos y no siempre coincidentes –es más, progresivamente divergentes- con la marcha del Partido Popular.  Este relativo descontento estará contenido con los previsibles éxitos de la derecha política el 22 de mayo y por la necesidad, calificable como dramática, de liquidar el zapaterismo dentro de un año a más tardar. Sólo después de estar Rajoy en la presidencia, y con un Psoe lastrado hasta la nausea, cabrá ver materializarse algo desde la decepción de unos y la consecuencia coherente de otros.  


Comentarios

Por el autor 2011-03-09 23:24:00

Muy de acuerdo. Los partidos tienen su cuota de poder y su clientelismo en esos abrevaderos, por lo que no darán ese paso, pero sería digno de aplauso la pura y simple abolición del sistema autonómico, por avocación de competencias si se quiere. A más de una ley electoral europea, y no feudalizante.


Por Farancisco Martínez 2011-03-09 21:54:00

Comentarios El artículo analiza con gran acierto las posturas deseadas y compartidas por ese amplio sector que denomina "derecha social", pero su voto está, en efecto, cautivo del Partido Popular, que es ambiguo en sus planteamientos, en especial,en lo que se refiere al intolerable abuso de las regiones controladas por el separatismo redical (Vascongadas y Cataluña). Hay que limitar drásticamente las atribuiciones de todas las autonomías y, en especial, de las separatistas.


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