Sabado, 23 de noviembre de 2024
Un desfile en defensa de la perdición
El carro de heno
Un par de años ha, que tuve la oportunidad de acudir al desfile del Orgullo Gay en Madrid. Mi propensión a la etiología y el orgullo sapiencial de quien “estuvo allí”, me hizo llenar una petaca con ron y confundirme entre las mesnadas de Zerolo. Soy joven y, por ende, lento a la amonestación, por lo que supuse que ninguna reacción o ademán delataría mi condición de infiltrado, y así fue. En cuanto emergí del metro “Plaza de España”, tuve una sensación vivísima de familiaridad: esto lo había visto antes. Un/a –valga la incorrección política y gramática-, drag-queen atalayaba las calles desde su carroza y, detrás, el gentío jaleaba, bailaba, se contorsionaba y besaba. “Lo he visto en alguna parte”, no dejaba de repetirme sin adivinar el qué ni dónde.
Poco bastó para que me invadiera una sensación de repulsa; no era fruto de un razonamiento ni de una reprobación moral, era algo instintivo, como el respeto al fuego o el temor a las fieras. No era una fiesta de exaltación, pensé, sino de jubiloso declive. Bailaban, de alguna forma, como un esclavo al que se le obliga o un capturado al que se le dispara a los pies: con una alegría que, por triste, era tristeza redoblada. Levantaban los pies y las almas con un esfuerzo prometeico, alejándose, fugaz y frustradamente, del suelo que la gravedad insistía en corroborar. Era un intento puramente negativo: se afirmaban en oposición, necesitaban ludibrio y escandalizar a esa vetusta burguesía para ser ellos plenamente. Les validaba la desaprobación de otros, si no, se hubieran quedado únicamente con lo que hacían, con el acto puro: una desnudez que ahora, vacía de procacidad, se volvía ridícula. Eran en tanto que inmoralidad. Así, me dije, celebrarían su último día los que nunca pensaron en la muerte. Y todo seguía resultándome extrañamente familiar, aunque sin saber porqué.
No defendían la homosexualidad, sino la perdición –que son cosas bien distintas-. En una atmósfera que idolatra lo pop y lo kitsch, se sucedían las plumas sintéticas, el cuero, los torsos desnudos y musculados; una sexualidad, en definitiva, que reclamaba su autonomía y absolutismo en virtud de su perversión. Un sexo que era tal, siempre y cuando se diferenciara de lo conveniente según la tradición. No es un método nuevo: se desligan sexo y procreación, siguiendo ambos, a partir de entonces, caminos divergentes. Por un lado, la sexualidad se convierte en un instrumento de placer y autoafirmación; por otro, la procreación se libera de la concomitancia de los sexos opuestos para ser escanciada a libre elección del consumidor, sin que la naturaleza venga a dar la tabarra con sus condicionantes. Es, por tanto, una desnaturalización. Imaginen que el hombre pudiera desencadenar la lluvia sin la participación de nubes, ¿qué sería de las nubes entonces? Tramoya, cartón piedra o rememoración para melancólicos. Las nubes, privadas de su teleología primordial, ya sólo serían adornos cirróticos o crepusculares; habrían perdido su función de descargar lluvia e irían sumergiéndose en un absurdo esteticista cada vez más hondo, cada vez más irreversible y olvidadizo. El sexo, como las nubes, vaciado de contenido, se vuelve inane, modernista, a lo sumo, coreográfico. Eso es lo que allí se celebrara: la castración.
Pero apenas podía concatenar un racionamiento de este tipo, y es que no había forma de dar con el referente que me producía esa sensación de déjà vu, de haber estado allí antes. Ese flujo de gente en pos de una carroza, levantando las manos, ululando, gritando. Esa impepinable lubricidad en las frases, ese indiscriminado uso de apelativos tales como “perra, zorra, guarra”. Ese enfebrecido ofrecimiento de la carne. Esa bufonada carnavalesca donde strippers confundían sus lenguas, uno ataviado con una mitra papal, otro con una gorra de policía, ambos con las nalgas al aire. El del ministerio petrino, de vez en cuando, repartía bendiciones con la señal de la cruz y luego se llevaba las manos a sus genitales, igualmente oferente. Repartían panfletos donde autoridades políticas y sociales aprobaban y promovían este desfile, por lo que, simbólicamente, también ellos avanzaban en pos de la comitiva. “¿Dónde habré visto yo todo esto?” Un buen grupo de chavales se acercaron a una carroza, extendiendo los brazos, intentando alcanzar los sobredimensionados bíceps de un hombre que se contorsionaba. Un poco más adelante, una mujer –creo- se desenvolvía sobre unos tacones de vértigo y hacía playback –más impostura- de un tema de Madonna –Suma Pontífice del movimiento gay-. Y disfraces: de piloto, de obispo, de boina verde, de marineritos…; y máscaras, muchas máscaras. Era todo un gran despliegue de la ocultación. El desfile continuaba y, de nuevo, el grupo de chavales se agolpaba en torno a un remolque atestados de jóvenes bronceados levemente y el amarillo de sus pectorales recordaba al heno.
José María Contreras Espuny
Comentarios
Por Un católico homosexual 2013-08-27 11:56:00
Ni los heterosexuales están en peligro de extinción, ni una manifestación heterosexual tendría sentido alguno. Yo he asistido con orgullo a una manifestación de orgullo gay, que no a la de Madrid, y pienso que juzgar este tipo de actividades por la sola asistencia a dicha manifestación en una sola ciudad no tiene derecho a sacar conclusiones tan rotundas. No me refiero al artículo en concreto,si no a los comentarios (y sobretodo, al último comentario), absurdos e insultantes. La idea generalizada de que ?todos se están pasando al bando gay? o ?nos quieren convertir en gay? como si de una secta se tratara y su consecuente ?los heterosexuales se están extinguiendo? me repugnan y dejan entrever la intolerancia de los ignorantes.
Por JMG 2013-07-18 08:59:00
Es un espectáculo. Parece que no hay tanta normalidad en el comportamiento homosexual cuando se recurre a actitudes y comportamientos tan provocativos e insultantes.
Por Lancia de Latarce 2013-07-10 02:27:00
Sutil y desoladora crónica de una celebración que solo puede inspirar-a todo el mundo incluidos los participantes aunque lo nieguen- un profundo pesar, un regusto amargo. Me ha sobrecogido su artículo por el rigor de "entomólogo" con que lo ha expuesto
Por José María 2013-07-09 17:54:00
La manifestación del orgullo heterosexual sería considerado homofóbico, y ¡viva el sinsentido!
Por José María 2013-07-09 17:54:00
La manifestación del orgullo heterosexual sería considerado homofóbico, y ¡viva el sinsentido!
Por Mabelin 2013-07-09 14:24:00
Comentarios: Un bun artículo sobre un abobinable espectáculo. Habrí que reivindicar el día del orgullo del heterosexual. Actualmente ésta es una especie en peligro de extinción.
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