Lunes, 25 de noviembre de 2024
EL DEUTSCHE BANK
Cada pueblo tiene su destreza, aquello en lo que más destaca, sin que sea nulo en otras muchas cosas. Que los anglosajones son hábiles en el manejo de las cuentas, no es un secreto. Teniendo excelentes pensadores, sin embargo la condición filosófica sobresale en ellos cuando esta facultad la aplican al mundo del utilitarismo económico. Podríamos extendernos, pero no dudamos de que el lector recuerda a Smith o a Mill, suficientes ejemplos de un modo de pensar aplicado a lo práctico, donde al final las cuentas, una simple "T" contable, se imponen y hacen que todo lo demás se les someta. Es como si el discurso estuviese en función del resultado. No lejos suena la música del calvinismo, según la cual el dinero es un signo de la gracia de Dios.
Por eso, un pueblo como el alemán, tan aplicado en la industria y en la medida de la riqueza real a partir de ésta, donde la contabilidad tiene que ser su reflejo y no al revés, ha estado y estará siempre condenado a desenvolverse como un ingeniero industrial vestido de predicador ginebrino en la acería de un alto horno.
La pugna que viene manteniendo el tándem anglosajón con el eje franco-alemán, sobre todo contra el área germánica, nos ha ido mostrando distintos episodios, hechos que han salido a la superficie de una disputa de la que sólo vemos una parte.
Cuando tuvo lugar el golpe de estado "democrático" para derribar al presidente democrático de Ucrania, más de cuarenta toneladas de oro salieron con destino a Estados Unidos desde Kiev. Esto refrescó la memoria de Alemania, cuyos políticos se vieron obligados a preguntarle al gobierno norteamericano, sin perder los modales, que cuándo tenía pensado éste devolver el oro que en tiempos de la 'guerra fría' fue llevado desde la RFA a Fort Knox, para ponerlo a salvo de una posible invasión soviética. Hecha pregunta tan improcedente, la gran potencia americana respondió que esas dudas no son propias de caballeros. Es como si España tuviera la impertinencia de preguntarle a la Gran Bretaña cuándo tiene pensado devolverle Gibraltar. Por favor,... Al fin y al cabo, ¡qué son 1.500 toneladas de oro! Merkel acabó retirando la petición.
Por otro lado, anda rondando por ahí una cosa llamada TTIP, el llamado Tratado de Libre Comercio. Si Vd. quiere sentirse liberal una tarde de otoño y disfrutar de buena literatura, busque artículos donde encontrará descrito el más idílico de los futuros, en que las necesidades de cientos de millones de personas serán resueltas no por los estados nacionales, sino por las grandes corporaciones, reduciendo a aquéllos al papel coactivo de que se cumpla tan mesiánico proyecto.
Pero parece ser que el problema para que el Tratado de marras salga adelante está en su forma de embudo: una de las dos partes debe aceptar que tiene que tragarse (se supone que por la boca) su parte estrecha. Y en esa fase se halla el debate.
Entre tanto, algunas menudencias han ido salpicando la actualidad como noticias inconexas y sin que ningún medio del sistema se haya atrevido a colocar la secuencia de los hechos como parte de una guerra evidente y que demuestra la incompatibilidad de los intereses anglosajones con los europeos. Una vez es Volkswagen, otra vez es Apple o Google; de un lado o de otro del Atlántico empresas emblemáticas reciben un torpedo en el pañol de proa o en la sala de máquinas.
O bien otro día nos despertamos con que los teléfonos móviles de todo el Gobierno Alemán están pinchados por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, incluido el de doña Ángela, sin que a ésta le haya producido más rubor que el obligado por la filtración habida desde el propio funcionariado de inteligencia alemán, lo que obligó a la canciller a mostrarse quejosa.
Otro, la noticia fue que la Gran Bretaña abandonaba la Unión Europea.
Seguro que ustedes ya han colocado su receptor en la longitud de onda correcta, lejos del caos de hechos inconexos con que los informadores "informan".
A estas alturas ya estarán ustedes pensando en el Deutsche Bank y cómo es posible que esté a punto de caer la gran torre financiera de Europa.
Lo que es la banca está en la mente de todos, así que no nos rasguemos las vestiduras. Pero cómo se sucedieron los hechos del torpedo que ha hecho blanco en el mismo pañol de munición del buque insignia alemán puede darnos bastantes luces.
El proyectil estalla en la SEC (Securities and Exchange Commission), agencia del gobierno de Estados Unidos que tiene la responsabilidad principal de hacer cumplir las leyes federales de los valores y regular los mercados de financieros. A la sede de la SEC llega un analista de riesgos cargado con varias cajas de documentación confidencial del Deutsche Bank. De ellas se desprendía que el banco estaba inflando partidas deliberadamente, con el objetivo de lograr una modificación de la valoración de su exposición a productos derivados. Acto seguido la SEC premió al delator de estos chanchullos con ocho millones de dólares, los cuales rechazó y no sólo eso sino que además publicó un artículo en el Financial Times en el que denunció que la propia SEC estaría infiltrada por altos empleados al servicio del DB, mediante el viejo truco de las puertas giratorias. El efecto inmediato de su artículo fue una multa al banco de 14.000 millones de dólares. Pero como el Deutsche Bank no ha conseguido provisionar más que unos 5.000 millones de euros, la desconfianza acerca de su solvencia se ha propagado como un incendio, ha tumbado su cotización y lanzado los rumores del rescate.
El arriesgado analista de riesgos es un tal Eric Ben-Artzi, que nació y se crió en Israel. Cursó la carrera militar y durante ella además preparó los exámenes para graduarse en la Universidad Northwestern. Colgado el uniforme, saltó al mundo de las finanzas, donde desarrolló un brillante expediente en JP Morgan y en Citigroups para posteriormente pasar al Deutsche Bank.
¿Conclusión? Caballero, usted es inteligente. Que el lector sea honrado consigo mismo es el propósito de esta reflexión.
Benito Ramírez
Columnistas
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