Miercoles, 27 de noviembre de 2024
Coleccion de artículos de Alfredo Dagnino sobre España
El diagnóstico: ¿qué nos está pasando? (y III)
1 Crisis moral En el contexto de un cambio cultural como el descrito el pasado domingo, España se ha visto afectada por un proceso de descristianización y de deterioro moral de la vida personal, familiar y social, favorecido por ciertas características objetivas de nuestra vida, tales como el rápido enriquecimiento, el consumismo exacerbado, la multiplicidad de las ofertas de ocio, el exceso de ocupaciones o la quiebra de la conciencia ante los ídolos materiales o ante el rápido desarrollo de los recursos de la ciencia y de la técnica. Más profundamente, la expansión de este proceso ha sido facilitada por una crisis de fe y del sentido religioso de muchas personas, creyentes y no creyentes, por ciertas ideas desfiguradas de Dios y de la verdadera fe, por la falta de coherencia en las vidas de todos y cada uno de nosotros, entre aquello en lo que creemos y aquello que hacemos, por la influencia de nuevas ideologías ancladas en los viejos ateísmos y materialismos de los siglos pasados y, no en último término, por la debilidad moral de quienes anteponen los valores materiales a los bienes del espíritu y a elevados ideales; todo lo cual ha llevado al oscurecimiento de la fe, al debilitamiento de la conciencia moral y al desarrollo de la indiferencia y del agnosticismo teórico y práctico, y en definitiva a una crisis moral muy profunda en nuestra sociedad.
2 El espíritu de la ruptura Por otro lado, muchos tenían la esperanza de que el ordenamiento democrático de nuestra convivencia, regido por el pacto constitucional de 1978, y apoyado en la reconciliación y la concordia entre los españoles, nos permitiría superar los viejos enfrentamientos que nos han dividido y han empobrecido a nuestra patria. Y, sin embargo, no ha sido así. Parece como si, poco a poco, los sectores sociales y políticos que no aceptaron el espíritu y la política de la concordia hubieran ido ganando posiciones, lentamente, pero de manera incesante. Parece, incluso, que hubiera habido una auténtica programación. Una utilización de la memoria histórica, guiada por una mentalidad selectiva e interesada, unido a la presentación de una Segunda República ejemplarmente democrática, concebida incluso como ascendiente directo del sistema constitucional de 1978, abre de nuevo y de manera gravemente irresponsable viejas heridas y aviva sentimientos encontrados que parecían estar superados.
Por este camino de reacciones se va favoreciendo la consolidación poco a poco de una cultura nueva y alternativa. No es exagerado afirmar que actualmente estamos viviendo una auténtica revolución cultural, una verdadera ruptura con nuestra tradición moral y espiritual, profundamente influida por el catolicismo desde el siglo VI. Parece que los artífices de este cambio de paradigma cultural se encuentran más cómodos con cualesquiera creencias –incluso religiosas– y tendencias políticas y culturales contrarias a la tradición y a la realidad histórica de España. Incluso en la disyuntiva entre tradición y terrorismo, se observa en algunos ambientes una cierta condescendencia –cuando no connivencia– con el terrorismo con tal de erosionar a España tal como se ha concebido históricamente.
Por encima de todo, se persigue configurar una sociedad nueva, cimentada en creencias y usos diferentes, leyes y costumbres distintas, sustentada en otras instituciones y otras formas políticas; una sociedad en la que la negación de lo tradicional se ha impuesto como sinónimo de progreso; una sociedad en la que todos vivimos bajo la fuerza de una presión social, detrás de la cual muchas veces no hay nada consistente. Pero es evidente que los cambios políticos apuntados son tan sólo un síntoma de otros cambios más profundos que se están favoreciendo con estrategias planificadas y concertadas, principalmente, entre instancias sociales, políticas, culturales y ciertos medios de comunicación. Y vemos que tales concepciones y tendencias culturales alternativas se han extendido y consolidado hasta configurar un clima político, cultural y socialmente dominante y con fuerte influencia en la vida, los usos y las creencias de las nuevas generaciones, hasta el punto de producir un efecto de normalización y de consolidación que hace pocos años parecía impensable e inaceptable.
3 La difusión del laicismo Otro factor decisivo para interpretar y valorar nuestras actuales circunstancias es el desarrollo alarmante del laicismo en nuestra sociedad. Un laicismo esencialmente ideológico, de hondas raíces. Se trata de algo distinto, más radical y más profano que la vuelta al viejo anticlericalismo; se trata de algo muy hondo que afecta al modo de ser, de pensar y de actuar. Se trata, más bien, de la deliberada voluntad de prescindir de Dios en la visión y la valoración del mundo, en la imagen que el hombre tiene de sí mismo, del origen y término de su existencia, de las normas y los objetivos o fines de sus actividades personales y sociales.
El laicismo ideológico comporta un modo de pensar y vivir en el que la referencia a Dios es considerada como una deficiencia en la madurez intelectual y en el pleno ejercicio de la libertad. Así se va implantando la comprensión atea de la propia existencia, hasta el punto de que el problema más radical de nuestra sociedad y de nuestra cultura, y el de más vastas consecuencias para el hombre y su futuro, es el de la negación de Dios y el de vivir “como si Dios no existiera”. Este laicismo arrastra a muchos a la ruptura de la armonía entre fe y razón y a pensar que sólo es racionalmente válido lo experimentable y mensurable, o lo susceptible de ser construido por el ser humano. En este contexto, lo que va apareciendo cada vez con más claridad, como base de una sociedad alternativa y de un hombre nuevo, es una concepción de la vida y de la sociedad estrictamente atea.
Además, es importante decir que estos cambios no se hacen de manera frontal y clara, sino de una manera gradual y encubierta. Primero, a través del lenguaje y del pensamiento, propiciando la utilización de eufemismos que eviten las expresiones directas y que subvierten la verdadera realidad y naturaleza de las cosas (interrupción voluntaria del embarazo, la política de género, la ampliación de derechos sociales, etc.). Seguidamente, se silencian las realidades y se oculta la verdad de las cosas, se seculariza la vida, la cultura, las expresiones y hasta las conciencias, tratando de eliminar las referencias religiosas. El nombre de Dios y cualquier invocación a Él se elimina del lenguaje y de la vida pública como si fuera una expresión ofensiva e hiriente. De esta manera, poco a poco, nos van introduciendo en un mundo nuevo, construido a partir de silencios y de mentiras. Esta batalla reviste especial dureza en el campo moral, con opciones políticas, culturales y legislativas contrarias a la naturaleza del hombre y a las exigencias morales más fundamentales, como las que afectan a la vida, a la familia y al matrimonio verdadero, y a las libertades educativas.
4 Crisis social y política Así, se va configurando una sociedad que, en sus elementos sociales y públicos, se enfrenta con los valores más fundamentales de nuestra cultura y tradición, deja sin raíces a instituciones tan fundamentales como el matrimonio y la familia, diluye los fundamentos de la vida moral, de la justicia y de la solidaridad.
Ello, además, acontece en un contexto de profunda crisis social y política, favorecida por una situación de debilitamiento de la Nación y de la conciencia nacional, por un deterioro progresivo del propio sistema democrático debido a factores tales como la partitocracia o la existencia de un sistema electoral que es motivo de permanente insatisfacción, por un proceso de erosión de las instituciones fundamentales del Estado y del propio sistema de garantías, lo que, unido a falta de presencia e iniciativa de la sociedad civil, a la omnipresencia del Estado en todos los campos de la vida personal, familiar y social, al embate sobre la familia y a la desintegración de la educación, nos sitúa en un horizonte de gran dificultad, agravado, a su vez, por una situación económica insostenible, que pone en peligro nuestro futuro y que exige obrar una profunda regeneración moral de la sociedad y de la política. A ello dedicaremos las próximas entregas. Alfredo Dagnino, Consejo Editorial de Intereconomía
Columnistas
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