Sabado, 23 de noviembre de 2024
la cambiante vision del entorno
El hombre y la naturaleza
El primer pensamiento abstracto conocido de los hombres más primitivos es, sin duda, su creencia en la vida después de la muerte, pues enterraban a sus difuntos, que es justamente lo que distingue al hombre de los animales. Más tarde, las pinturas de las cavernas del sur de Europa (entre el 30000 y el 15000 a.C.) permiten acercarnos un poco más al modo de pensar del hombre del Paleolítico. En ellas los hombres aparecen como pequeñas figuras frente a los animales, de los que dependían para comer. Esto, en parte, está justificado porque el tamaño de las víctimas era considerablemente más grande y el ambiente francamente hostil. En todo caso, lo que se desprende de los dibujos es un atemorizado respeto por las presas.
Hacia el 9500 a.C. se constata un cambio radical de perspectiva de los cazadores recolectores respecto a los animales de su entorno: se sienten superiores a ellos. Es lo que propuso Klaus Schmidt, el arqueólogo alemán que descubrió en 1955 un complejo megalítico en Gobekli Tepe, al sureste de Turquía. En él abundan monolitos antropomórficos en forma de "T", algunos de cinco metros y medio de altura, de unas 15 toneladas de peso y profusamente decorados con animales, que, obviamente, son de tamaño pequeño respecto al propio monolito. Más aún, varios autores sostienen, siguiendo a Jacques Cauvin, que este cambio de actitud favoreció la aparición de la agricultura y de la ganadería, que se produjeron en esa misma zona entre el 8300 y el 7500 a.C.
Desde que aparece la escritura, hacia el 3200 a.C., ya es posible conocer lo que piensan los hombres. Pues bien, en todas las culturas del oriente medio, las que tienen alguna influencia en el mundo occidental, la Naturaleza aparece como un ente que se mantiene en un equilibrio inestable, capaz de retornar el caos primitivo en cualquier momento. El paso nocturno del dios solar egipcio Ra por el inframundo donde tiene que vencer todas las noches al monstruo Apep para poder amanecer es bastante significativo. Abrumado por el poder de la Naturaleza, el hombre se esforzaba en sacar partido del poder divino mediante diversas ofrendas y/o siguiendo ritos que le permitieran aprovecharse de las fuerzas que rigen el mundo, como muestra el libro de los muertos egipcio.
Para los griegos la Naturaleza era todavía sagrada e inviolable. Los atenientes del siglo V a.C., en el apogeo de su poder tras derrotar a los persas, no se sienten con fuerzas para remodelar la falda de la Acrópolis; por más que la coronaran con el majestuoso y simétrico Partenón, se conformaron con los irregulares Propileos en su base. Para orientarse en las decisiones difíciles los helenos acudían a los arúspices y en ocasiones importantes al oráculo, aunque introdujeron el pensamiento racional para entender lo que hay de orden en el mundo.
Sólo con el triunfo del pensamiento judeo-cristiano, que sitúa a un Dios bueno como autor de la creación (no formando parte de ella), el hombre se permite desacralizar la naturaleza, aunque entiende que a través de ella se manifiesta la voluntad divina y que, por tanto, no todo está permitido. Es más, para el cristiano la naturaleza es descifrable pues es fruto de la acción de un Dios racional que ha hecho también racional al hombre, al crearlo a su semejanza.
La laicización del pensamiento moderno, junto con el indudable progreso científico ha llevado a la sociedad actual a una nueva cosmovisión en la que el hombre se ha erigido en dios (no en vano el libro de Yuval Harari se titula Homo Deus). Podría, quizás, situarse el arranque de este modo de ver la realidad en el mito de Frankenstein, escrito por Mary Shelley a principios del XIX, donde se propone crear tecnológicamente un hombre nuevo, idealizado. La consecuencia lógica de este modo de pensar es eslogan de moda "tu puedes ser lo que quieras". Puedes ser hombre o mujer, puedes acabar con el hijo indeseado o con el anciano achacoso, etc. En la misma línea habría que situar el hecho de que algunos dirigentes, con el apoyo científico pertinente, estén intentando convencer al mundo de que el hombre puede controlar el clima. Lo estamos viviendo ahora en Madrid.
Si se piensa en la muerte, enseguida se cae en la cuenta de que el ser humano difícilmente es comparable a los dioses, incluso en sus formas más primitivas. La realidad, ciertamente, no es tan simple. Por ello, es más pertinente que nunca preguntarse si el hombre, al erigirse en amo del mundo, no estará, como se cuenta en el poema de Goethe, haciendo de aprendiz de brujo.
Columnistas
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