Sabado, 23 de noviembre de 2024

Se ha hecho un esfuerzo para representar a Wagner con dignidad

El Oro del Rin ilumina la temporada ovetense

Todos los amantes de la ópera saben que Oviedo, "plaza" operística por excelencia, no es, éso que en este mundillo se llama wagneriana, como atestigua el hecho de que en el teatro Campoamor no se haya representado nunca ninguna de las óperas que integran la tetralogía wagneriana en sus más de cien años de existencia. Tampoco hubo especial interés por el repertorio de este autor alemán, excepto en los últimos años en los que pudimos disfrutar o simplemente asistir a títulos como "El holandés errante", "Lohengrin", "Tannhäuser" o "Tristán e Isolda". No voy ha entrar en las razones de este comportamiento esquivo hacia una de las referencias ineludibles para todo amante de la ópera, porque habría que hacer un ejercicio histórico que me excede y tampoco comparto las posturas "rigoristas" que imponen criterios estéticos aunque si me sorprende que la curiosidad no haya tentado tanto a público como a organizadores. Hay una razón que pudo haber influido, las características del teatro no son las más idóneas para representar la magnificencia, en ocasiones megalómana, de la concepción wagneriana.

Me alegro que por fin los aficionados asturianos puedan disfrutar en su tierra de una obra a la que su autor dedicó muchos años de su vida, escribiendo música y letra y con la que pretendió realizar la "obra integral" que cambiara para siempre los "parámetros" que constituian la esencia misma de la ópera, tal como había sido concebida doscientos cincuenta años antes por Claudio Monteverdi  en la que la voz "reina" para ser "suplantada" por la música sinfónica, de manera que el papel de la orquesta crece hasta convertirse en el factor más importante,  llegando a apoderarse por completo de la composición. Ahora es a ella a quien se  confía describir las situaciones y expresar los sentimientos de los protagonistas. En este nuevo universo expresivo la voz queda "reducida" a ser un instrumento sinfónico mas. Pero esto no debe entenderse como sinónimo de menor exigencia vocal -no confundir con virtuosismo" al contrario quizá el esfuerzo al que es sometida la voz sea mayor, incluso podría calificarse de devastador. Ya no existen arias ni conjuntos y la declamación se ha convertido en sprachgesang. Pero Richard Wagner no se conforma -como dije- con revolucionar musicalmente el género sino que en su aspiración al "absoluto" astístico aborda también la composición literaria, tomando como base de partida los poemas legendarios de la mitología germánica pero moldeándolos hasta lograr una nueva "poética musical".

El "Oro del Rin" actúa a modo de prólogo de la tetralogía compuesta por la Walkiria, Sigfrido y el Ocaso de los dioses. Ha sido considerada una de las mejores partes sino la mejor, sin olvidar el sublime final del Ocaso de los dioses.

Ayer asistimos a una representación bastante uniforme, con un tono general notable aunque en ocasiones la consecución de la solemnidad se lograra a costa de cierta "pesantez" en el tempo, no obstante, Guillermo Garcia Calvo, el director musical, y en esta ópera es imprescindible empezar por él, nos ofreció una visión seria, meditada, sin grandilocuencias, con una atención totalizadora de todos los elementos sonoros, sin distingos, como habría querido su creador pero a la que quizá le ha faltado algún toque más intuitivamente personal.

La OSPA estuvo más que correcta, especialmente la cuerda, con un sonido homogéneo y logrando un "empaste" con las voces digno de elogio. Se esperaba mucho de ella y no defraudó

Tomas Tómasson   fue un Wotan rotundo, seguro, con sonoridad wagneriana, pero su voz en ocasiones hubiera requerido más capacidad para alcanzar las cimas que su papel exige.

El Alberich de Thomas Gazheli fue de lo mejor de la noche, verdaderamente notable en la primera escena con las hijas del Rin y estremecedor en su desesperación al ser desposeido del anillo. Tiene una poderosa voz en todo el registro, bien colocada con la que puede acometer con soltura las exigencias a que el papel la somete

Cesar Gutierrez fue la "cruz" de la velada, en su papel -crucial- de Loge, no tiene ni el volumen, ni la capacidad, ni la expresividad que el papel requiere y estuvo a punto de deslucir un conjunto que brilló por su equilibrio.

Felipe Bou fue un gigante Fasolt magnífico, su voz de bajo brilló en todo el registro y contribuyó a enaltecer ese sonido "total"

Kurt Rydl nos regaló su voz de bajo dramático, una tesitura muy escasa, que compaginó de manera armónica con la de su compañero Fasolt, haciendo de estos personajes mucho más que dos figuras circunstanciales.

David Menéndez como Donner, dios del trueno, tengo que reconocer que me sorprendió por su calidad y su capacidad de adaptación a un personaje como éste. Es un cantante cuya proyección hay que seguir.

Jorge Rodríguez-Norton fue, un más que notable dios del sol, Froh. Tiene una bella y potente voz.

Daniel Norman estuvo correcto como el nibelungo Mime

La Erda de Birgit Remmert llenó de emoción y tristeza, uno de los momentos más sublimes de la composición. Tiene una bonita voz, bien colocada, de color homogéneo que me hubiera gustado no tener que escuchar fuera del escenario. 

Elena Zhidkova fue la diosa Fricka, esposa de Wotan, no posee un instrumento vocal muy extenso lo cual es un handicap para interpretar a Wagner pero tiene una voz bella y desarrolló con elegancia su papel.

Maite Alberola dio vida a la diosa de la juventud, Freia, estuvo correcta pero tiene la voz algo "rota" con un colorido deshilachado y excesivo vibrato.

Eugenia Boix, Sandra Ferrández y Pilar Vázquez fueron las hijas del Rin,  su interpretación fue correcta, con la excepción de algún desajuste especialmente en los agudos, algunos de ellos carentes de armónicos.

La escena dirigida por Michal Znaniecki se adaptó a las posibilidades del teatro y consiguió hacer realidad ese slogan del minimalismo que reza "menos es más". Es verdad que al tratarse de una leyenda las posibilidades aumentan pero hay que agradecerle que no intentó hacer su propia obra a costa de Wagner cosa que por otra parte le habría enfurecido en extremo. Se centró en sugerir y lo consiguió, aunque no haya acertado al sacar fuera de escena a Erda, no en lo escénico porque indudablemente le añade misterio, pero en la obra prima el sonido y creo que se vio afectado por esta decisión. Además es de justicia señalar que la representación no habría conseguido su objetivo sin la aportación de Bogumil Palewicz, espléndido su diseño de iluminación hasta el punto de convertirse en la estrella de la escenografía.

Creo que tenemos que felicitarnos por haber gozado de una buena representación del Oro del Rin, no sublime ni memorable pero si gratificante.

Cosima Wieck

 

 

 

 


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