Viernes, 26 de abril de 2024
Carta semanal del Arzobispo de Oviedo
Entre el Japón y la Vida
Queridos amigos y hermanos: paz y bien.
Ese Japón increíble… Así se titulaba un precioso libro del P. Pedro Arrupe, jesuita que vivió y vio presencialmente la bomba atómica cuando cayó sobre Hiroshima y Naghasaki durante la Segunda Guerra Mundial. Un Japón increíble por lo que le sobrevino como consecuencia de la siempre absurda destrucción bélica. Pero increíble también por todo lo que suscitó como rearme moral y solidaridad entre aquellas gentes a las que San Francisco Javier acercó la luz del Evangelio.
De nuevo ha vuelto a ser increíble este noble pueblo oriental, cuando ha tenido que hacer frente a una hecatombe natural como un terremoto y un tsunami que no figuraba en la agenda comercial, bursátil y tecnológica de un país tan punteramente industrializado. Casi parece un contrapunto lleno de ironía, pero ha puesto en evidencia la fragilidad de nuestra humana condición, que por igual nos sitúa cuando nos desnuda de nuestras seguridades técnicas de alta gama japonesa, o cuando nos encuentra ya desnudos sin tecnología ninguna por pertenecer a un país paria del tercer mundo como el olvidado pueblo de Haití.
El llanto inocente de los niños, el terror de los adultos, la impotencia ante lo que nos sobrepasa y sobrecoge, de golpe nos ha quitado las cuitas secundarias, lo que siempre se torna en menos importante cuando las cosas que valen de verdad entran en un fatal entredicho. Sí, las escenas que hemos podido ver y escuchar nos han hecho rehenes solidarios de los informativos para asomarnos sin curiosidad macabra a algo así de terrible, mientras se nos imponía un humilde realismo que nos hace mirar la vida de otra manera, tan de otra manera, que de tantos modos esa mirada se hace ligera de pretensiones y se convierte en oración.
Tal vez nos acostumbraríamos a tamaña tragedia si de pronto se hiciera habitual por lo mucho que pudiera repetirse. Y aunque esto nos neguemos a admitirlo, hay sin embargo casos que de tanto repetirse nos han hecho insensibles para poner nombre a su drama, para preguntarnos por su por qué, para desandar los caminos errados y para surcar los que conducen al bien y a la verdad.
No sólo Japón en estos días, no sólo Haití o tantos otros lugares que sufren los mil avatares de la prueba por desastres naturales, por locuras dictatoriales, por políticas irresponsables e interesadamente partidistas, por economías egoístas. Sino también en la pequeña biografía de cada persona, en la relación interpersonal de nuestro exiguo mundo, en las leyes y opciones políticas de un país, también ahí se define nuestro modo de ver la vida. Toda la vida: la del no nacido, la del que crece incierto o con seguridad, la del que sufre reveses o goza parabienes, la del que enferma o rebosa salud, la del que cumple edades añosas o la de quien termina. Toda la vida nos importa con su nombre, con su circunstancia, su edad, su domicilio. Y sobre toda la vida deseamos que se cumpla la bendición de Dios.
El día 25 de marzo es una festividad litúrgica importante, porque celebramos la Encarnación de Dios, cuando Él se hizo carne en las entrañas puras de una mujer virgen llamada María de Nazaret. Era el sí de esta joven a la vida de Dios, y el Sí de Dios a todos los hombres en el seno de María. Todo lo que afecta a la vida de las personas, sean de la época que sean, pertenezcan al pueblo que pertenezcan, estén enclavados en las culturas o credos o políticas o economías cualesquiera, esa vida no le es indiferente a Dios. Somos sus hijos, aunque tantos hombres y mujeres no le reconozcan como Padre. Sí, siempre hay una razón para vivir. La vida es increíble, increíblemente hermosa aún en su lado más duro y penumbroso, cuando se deja que Dios la acaricie y bese a través de unas manos puras y comprometidas, a través de unos labios que nos narran su Buena Noticia.
Recibid mi afecto y bendición,
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm Arzobispo de Oviedo
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