Sabado, 23 de noviembre de 2024

Agustín Laje y Nicolás Márquez, coautores de "El Libro Negro de la Nueva Izquierda"

Hay que leer a Laje

Mi artículo de hoy es quijotesco. Pues publiqué en 2011, en colaboración con Diego Poole, un libro llamado Nueva izquierda y cristianismo, en el que reflexionábamos sobre las sucesivas mutaciones del "marxismo cultural" y las razones de su renovada hostilidad hacia la Iglesia. Pero ahora toca promocionar a la competencia: Agustín Laje y Nicolás Márquez publicaron en 2016 El libro negro de la nueva izquierda, un must para cualquiera que desee entender el trasfondo histórico-filosófico del feminismo radical y el homosexualismo, elevados en los últimos tiempos a la categoría de "religión de Estado" (la bandera arcoiris es izada con devoción en los edificios públicos en los días del Orgullo Gay).

El brillante capítulo que firma Agustín Laje analiza el feminismo radical como uno de los avatares del postmarxismo. A la altura de los años 60, el feminismo razonable (el de Mary Wollstonecraft o las sufragistas) se había quedado ya sin nada que reivindicar en Occidente, una vez alcanzados sus objetivos (voto femenino, igualdad jurídica hombre-mujer, etc.); pero también el marxismo había perdido a su sujeto revolucionario clásico: los obreros, aburguesados por el espectacular crecimiento económico de los "treinta gloriosos" (1945-75), no estaban ya disponibles para "la lucha final". Marx había escrito en el Manifiesto Comunista que "los proletarios no tienen nada que perder, salvo sus cadenas"; ahora bien, el "proletario" de 1968 está orgulloso de su Seiscientos, de su pisito y de que sus hijos estudien en la Universidad. Hacía falta, pues, encontrar nuevos oprimidos. El sexo femenino era un buen candidato (como lo serán, también, los homosexuales o las minorías raciales). Había que convencer a las mujeres de que, aunque ya puedan votar, estudiar, trabajar, etc., siguen siendo víctimas.  Pues están oprimidas por la maternidad, por la familia, por la heterosexualidad, por el concepto mismo de "mujer" (que será deconstruido por la ideología de género)

En realidad, el precursor del giro feminista del marxismo había sido el mismísimo Engels de La familia, la propiedad privada y el Estado (1884), que fabula un comunismo primitivo matriarcal, vincula la aparición del patriarcado a la de la propiedad privada y equipara la "dominación de la mujer por el hombre" a la del proletariado por la burguesía. Por tanto, la revolución socialista liberará a la mujer a la par que a la clase obrera.

Es mérito de Laje haber puesto el foco sobre una etapa relativamente inexplorada de la historia de las ideas: las vicisitudes del feminismo y de la revolución sexual en el bloque soviético. Confieso que desconocía, por ejemplo, la figura de Aleksandra Kollontay, quien, en El comunismo y la familia (1921) propugnó la desaparición de la familia y la asunción de sus funciones por el Estado totalitario: las mujeres ya no tendrán que ocuparse del trabajo doméstico (pues existirá un cuerpo especial de limpiadoras estatales dedicadas a esas labores), de preparar la comida (habrá cantinas públicas), ni de educar niños (para eso están las guarderías populares). En El amor de tres generaciones, Kollontay completa esa liberación con la revolución sexual y el comunismo libidinal: "La actividad sexual es una simple necesidad física. Cambio de amante según mi humor".

Y estas disquisiciones, explica Laje, no quedaron en fantasías, sino que se materializaron en gran medida en la URSS de los años 20. Es importante saber que las "liberaciones" de 1968 habían sido ya ensayadas en la Rusia genocida de Lenin y Stalin: allí hubo aborto legal, "marchas de la desnudez", "ligas del amor libre" y hasta proyectos de instalación de cabinas públicas para tener relaciones sexuales en la calle.

Pero en los años 30 Stalin decretará el final de este Woodstock bolchevique: por ejemplo, el aborto volverá a ser penalizado a partir de 1936. ¿Qué había ocurrido? Las políticas de liberación sexual y deconstrucción de la familia "sumadas a las masacres de la Guerra Civil de 1918-21 y del Holomodor ucraniano de 1932-33- estaban conduciendo a la URSS al colapso demográfico. En 1934, en Moscú, el 75% de los embarazos terminaban en aborto. Igual que, en 1941, Stalin redescubrió el patriotismo ruso para galvanizar la resistencia a la invasión nazi, así a mediados de los 30 redescubrió "la familia soviética" como el nuevo ideal revolucionario que debía reemplazar al libertinaje de los años 20.

Así que los gerontócratas del Soviet Supremo debieron ver cielo abierto cuando, en los 60, se extendieron por Occidente las mismas ideas disolventes que la URSS había sabido erradicar a tiempo. No obedeció todo a una conspiración soviética: las Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Kate Millet o Shulamith Firestone (también agudamente analizadas en el libro de Laje y Márquez) se bastaban para diseñar un nuevo feminismo anti-maternidad, anti-familia y, en sus más recientes versiones, anti-mujer. Pero el KGB se frotó las manos, y colaboró en cuanto pudo a la "desmoralización" del enemigo (es decir, a la erosion de su superestructura moral, ideológica y familiar, precondición imprescindible para el posterior desmontaje de su estructura económica, como había teorizado ya en los años 20 Antonio Gramsci). Lo explicó en una impagable entrevista de 1983 Yuri Bezmenov, espía soviético huido a Occidente, que reconoció que el KGB dedicaba el 85% de su presupuesto a la "lucha cultural", con notables resultados: "[La mayoría de los jóvenes occidentales, influidos por un sistema educativo y una cultura "progresistas" en los 60 y 70] están ya contaminados, están programados para pensar y reaccionar a ciertos estímulos. No pueden cambiar de opinión aunque les demuestres que el blanco es blanco y el negro es negro. […] Ni siquiera el camarada Andropov y todos sus expertos habrían soñado un éxito tan tremendo".

La destrucción cultural que pusieron en práctica Engels, Gramsci o incluso todavía Simone de Beauvoir (devota comunista, como su compañero Sartre) tenía un sentido instrumental y a su manera esperanzado: había que destruir la moral de Occidente para poder derribar el capitalismo y construir sobre sus ruinas el paraíso socialista. No se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. Pero hoy ya sabemos que el paraíso socialista no existía. El marxismo cultural ha quedado reducido ahora a la negación pura, la devastación por la devastación, la perversión por la perversión. Lean a Laje y Márquez para saber a qué extremos delirantes de nihilismo están llegando la ideología de género y la teoría queer. Lo más suave es esto de la filósofa Leonor Silvestri: "No tendremos hijxs [hijos], adoramos la soledad, celebramos e insistimos en la destrucción de toda relación de pareja, monogamia, uniones sentimentales, hetero-compromisos, enamoramientos, amor romático o relaciones agazapadas bajo la mierda del amor libre. Todas establecen territorios y jerarquías de opresión".


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