Sabado, 23 de noviembre de 2024
La ópera mas representada en oviedo
La Bohème, un digno cierre de temporada
La innegable belleza de la música tanto por el acierto armónico del tema o frase que constituye el leitmotiv de la obra como por la capacidad insuperable de transmitir los más diversos y profundos sentimientos y emociones a través de un único elemento: la partitura; convierte a esta ópera en una de las más emblemáticas de su género.
Puccini se basó en la novela de Henri Murger, Escenas de la vida bohemia, que también retrataba la vida de los artistas y estudiantes del París de 1830 quizá porque se trataba de una novela autobiográfica y por tanto realista, características que encajan a la perfección con el estilo "verista" del compositor que además unas cuantas décadas más tarde había vivido peripecias similares en su juventud, en Milán. De manera que tanto el escritor como el músico tuvieron la misma experiencia para escribir el libro y componer la ópera: los dos autores revivían de esta manera su juventud, quizá por eso ambas obras están llenas de humanidad y emoción.
Marzio Conti al frente de la orquesta, Oviedo Filarmonía, nos ofreció una versión sencilla, natural y sincera, al tiempo que estremecedora. Su dominio de la esencia expresiva pucciniana es magistral y su compenetración con la orquesta llega en ocasiones a rozar lo sublime, como en el patético final. A su maestría en el oficio hay que añadir su impecable corrección en las formas, hacía mucho tiempo que no veíamos a un director de orquesta con frac en una velada vespertina y eso se agradece en esta época convencida de que erigir el feísmo a la categoría de arquetipo del arte es el único camino de acceso al Parnaso.
Giorgio Berrugi fue Rodolfo, personaje trasunto tanto del novelistas como del compositor. Es un tenor poseedor de un bello timbre, además de un instrumento más que aceptable tanto en su volumen como en la técnica, nos regaló una interpretación llena de sentimiento, con un fraseo auténticamente "verista", gran uniformidad de color en toda la escala. Fue de menos a más, logrando sus momentos más plenos en el III y IV actos.
Erika Grimaldi asumió el papel de Mimi con menor acierto que su partenaire, tiene una buena voz, bien timbrada, de color homogéneo en toda la escala y domina los trinos pero le fallan los armónicos en los agudos, los pianos son irrelevantes, se ahoga en las zonas graves y sobre todo desconoce por completo tanto el fraseo como la acentuación verista, es decir, carece de la técnica adecuada para abordar este repertorio.
Carmen Romeu fue una Musetta más que aceptable, superó con holgura la prueba de fuego de este papel, el aria-vals del segundo acto, un aria de dificultad "endiablada" por la tesitura y el fraseo que en ocasiones se esconde tras la belleza resplandeciente de la melodía, cosa que no sucedió en esta ocasión. Su voz, no es demasiado bella, de soprano más lírica que ligera se adapta muy bien a esta partitura, porque tiene el cuerpo suficiente para evitar la estridencia en las zonas más agudas, además no carece de armónicos y su acentuación es correcta.
Damiano Salerno, como el pintor y compañero de buhardilla de Rodolfo, Marcello, no pasó de la corrección por "los pelos", tiene una capacidad vocal muy reducida, un color poco definido, su fraseo es vacilante y en ningún momento destacó, aunque hay que reconocer que el papel no es nada lucido para un barítono
Andrea Mastroni, como el filósofo Colline resultó una de las cumbres de la noche, a pesar de tener un papel secundario brilló a la mayor altura. Tiene una voz de bajo poderosa, bien timbrada y empastada, hermosa, con la acentuación adecuada y un fraseo bellísimo, su adiós al viejo gabán fue uno de los momentos más emotivos de la velada.
Manel Esteve como el músico Schaunard logró alzarse por encima de la corrección y fue un digno compañero de Rodolfo, Musetta y Colline.
Miguel Sola como Benoît/Alcindoro, Pedro José González en el rol de Parpignol, José Lauro Ranilla de Sargento, Javier Ruiz como Aduanero y Gonzalo Quirós en el papel de Vendedor conformaron un más que digno elenco.
El Coro de la Ópera de Oviedo, bajo la dirección de Enrique Rueda, estuvo a la altura de lo que se espera de él, seguro, dinámico, bien empastado y compenetrado.
La algarabía de los niños, una de las pequeñas delicias de la obra, fue interpretada por el Coro Infantil Escuela de Música Divertimento, bajo la dirección de Ana María Peinado que supo llevar con mano segura y atinada a los pequeños que desempeñaron su labor con el rigor de los profesionales.
Emilio Sagi dirigió la escena, una vez más, recurriendo en este caso al archivo, dicen que para ahorrar dinero a las maltrechas arcas de la temporada ovetense, ya que esta producción se había utilizado por lo menos en dos ocasiones. Es una producción digna que no ha envejecido y que conserva las aportaciones del Sagi joven, lleno de talento e ingenio y el refinamiento exquisito del llorado escenógrafo, Julio Galán, al que cada día se le echa más en falta.
Un año más, y ya son sesenta y ocho las temporadas ininterrumpidas de la ópera de Oviedo, tras el parón de la guerra civil, llega a su fin el ciclo operístico del Campoamor con un cierre que endulza el sabor agridulce y equilibra un poco el paso inestable que nos ha legado este año la oferta operística de nuestra ciudad.
Cósima Wieck
Columnistas
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