Sabado, 23 de noviembre de 2024
Toda ideología se legitima mediante la fabricación de un pasado mítico, una Edad de oro a la medida de las necesidades de hoy.
La edad del hierro
El breve paréntesis de debilidad sufrido por Rusia tras la caída del Muro puede considerarse ya roto en mil pedazos, y una nueva política de firmeza y agresividad nos retrotrae a los peores tiempos del imperio soviético. De momento, no sólo se amordaza o se elimina brutalmente a la oposición, se concentra el poder político, económico y militar en las manos de la nueva (no distinta, sino más joven) Nomenklatura y se emprende una política exterior inequívocamente antioccidental, sino que se está ya reescribiendo la historia del país, implantando una nueva memoria colectiva que prepare a la nación para las aceleradas transformaciones que se acercan. Nada parece haber cambiado y todo vuelve a enderezarse hacia los transitados caminos de siempre. Toda ideología se legitima mediante la fabricación de un pasado mítico, una Edad de oro a la medida de las necesidades de hoy.
No otra cosa hace en España el Partido socialista cuando se dedica a destruir o dispersar las pruebas de su siniestro pasado custodiadas en los archivos nacionales. Y si en España se edifica una historia piadosa, donde los totalitarios son pintados a la mejor luz, sus víctimas, por el contrario, son acusadas de los crímenes de lesos mismos verdugos y convertidas en herederas de un pecado original que las inhabilita para ejercer la oposición democrática hoy.
La memoria histórica sirve, pues, no para conocer el pasado, sino para la destrucción de la libertad presente. La reivindicación del comunismo soviético y de la propia figura de Stalin es la tarea en que andan ocupados ahora los dirigentes rusos. También allí, como en España, se ciegan los archivos y se reescribe la historia a pasos agigantados. Existe ya en Rusia un libro de texto que se titula “Historia moderna de Rusia, 1945-2006”. Un manual para enseñantes que ya está en vigor, y aunque las escuelas todavía gozan del privilegio de escoger los libros de texto, se colige fácilmente que esta versión de la historia patrocinada por el Kremlin será muy pronto de obligada aceptación universal. Como hay hechos que no pueden ser fácilmente ocultados, se empieza reconociendo (de momento) que la Unión soviética no era una democracia, pero sí un “ejemplo para millones de personas de todo el mundo, como la mejor y más equitativa sociedad de su tiempo”. Nada menos.
Y si no pueden negar (de momento) que Stalin era un autócrata y un genocida, argumentan que las condiciones de la Guerra fría demandaban una concentración de poder en sus manos y no un reparto democrático del mismo. Por supuesto, ni se menciona cómo era posible que, en las mismas circunstancias, las odiadas democracias liberales, Inglaterra y los Estados Unidos de América (las demás no cuentan nada), aun en los peores momentos no optaran por tan resolutivo procedimiento dictatorial.
No faltan tampoco en el manual las convencionales interpretaciones victimistas y maníaco-persecutorias que son achaque natural de toda concepción totalitaria que se precie, sea la de José Luis Rodríguez Zapatero la de Vladímir Putin. Por eso podemos leer allí que el aplastamiento de las rebeliones húngara y checoslovaca fue un imperativo apropiado a la amenaza de la Guerra fría ¡iniciada por los Estados Unidos contra Rusia! Que por medio queden, tirados a los pies de los caballos, es decir, de los tanques soviéticos, dos países soberanos no parece preocupar tampoco, ni ahora ni antes, a los amos del Kremlin, que así entienden, mejor que nadie, las cosas de la Realpolitik.
Lo que se esconde tras la lectura de esta historia, fabricada totalmente según el mismo tenor de los ejemplos reseñados antes, es la vieja e infundada reivindicación rusa de un cinturón de seguridad que la preserve, al precio que sea - de personas o de países enteros- de la amenaza occidental, puesta otra vez de manifiesto, según ellos, por los avances de la NATO, cada vez más próxima a San Petersburgo por su influencia creciente entre los países sometidos anteriormente al imperio rojo, o por su respaldo a las revoluciones rosa y naranja en Georgia y Ucrania. Por supuesto, los autores del libro no tienen ningún interés en inquirir las causas de esa influencia… que no es otra que el libre y justificado temor a la otra influencia, la única y realmente acontecida en la reciente historia de la Europa oriental.
Los nuevos ideólogos del régimen ya están fabricando, también, vocabulario adecuado a los nuevos tiempos. Por ejemplo, “Democracia soberana”, un constructo que pretende justificar la dictadura neobolchevique en ciernes basándola en el distintivo “carácter nacional.” O el desprecio a las normas de comportamiento internacional como formas de “presión extranjera.” También el ataque a toda pretensión individual de “colocarse por encima del estado”, es decir, del arbitrio de un “líder fuerte” al que se considera, dadas las características “naturales” de la cultura nacional, más importante que las instituciones democráticas: el líder carismático, nuevo Führer redivivo, se convierte así en la más importante, sino la única y verdadera Institución del país. El salto a la teocracia y a los ritos imperiales (no se olvide que Rusia sigue considerándose la Tercera Roma) está asegurado.
Columnistas
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