Miercoles, 27 de noviembre de 2024
Un proyecto para España: las propuestas (I)
La regeneración moral
La primera y gran cuestión que hemos de afrontar desde la perspectiva de la pretensión de un proyecto de regeneración para España es la regeneración moral. Esta es la gran cuestión que, sin lugar a dudas, hay que plantearse ahora, para afrontar una situación que es necesario renovar desde sus raíces más profundas.
1 Una sociedad que desea afrontar el futuro necesita arraigarse, fundamentarse, en unos valores morales fundamentales, sin los cuales difícilmente cabe hablar de una sociedad digna de tal condición, de una sociedad capaz de sentar las bases de su convivencia civil. La sociedad necesita de unos fundamentos antropológicos adecuados, que sólo vendrán dados desde una recta concepción de la persona humana. La persona humana y su dignidad innata e inviolable es el fin de todo sistema social y político. La sociedad y, como coronación de ella misma, el Estado están al servicio del hombre, de cada ser humano, de su dignidad.
Por ello, la regeneración de nuestra sociedad necesita de un orden moral que se fundamente en la verdad del hombre, necesita afirmar las bases morales del bien común. Desde esta perspectiva, el reconocimiento de la fe cristiana es el mejor bien para una sociedad. Más aún: la defensa y la continuidad de la verdad del hombre y de la verdad histórica de nuestra cultura y de nuestra tradición requiere un reconocimiento de la legitimidad y valor humanizante del cristianismo.
2 La fe cristiana inspira unos principios antropológicos, morales y jurídicos que abren auténticos caminos para la valoración incondicional de la dignidad personal de todo hombre por su igual vocación de hijo de Dios, sea cual sea su raza, condición social o convicción, y que asientan, firme e irreversiblemente, los fundamentos morales, pre-políticos del Estado, del orden jurídico y del ejercicio de la autoridad, que se saben sometidos a las exigencias de un derecho superior y universal, el “derecho natural”, llamado a garantizar la dignidad personal del hombre, así como la realización de la paz y la justicia.
La fe cristiana determina toda una concepción de la vida, de la visión y de la valoración del hombre y del mundo. Inspira, ante todo, la conciencia de la dimensión trascendente y espiritual del hombre. Y lleva a la convicción de que hay principios y exigencias éticas fundamentales e irrenunciables que no pueden someterse a la decisión cambiante de las mayorías y que no son negociables, por que están indisolublemente ligados a la naturaleza y a la dignidad de la persona humana y, por tanto, comunes a toda la humanidad. Entre estos principios está:
El respeto a la vida humana en todas sus expresiones, desde la concepción hasta su término natural, lo que incluye también el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano, como parte de una cultura integral a favor de la vida.
La defensa de la libertad religiosa y de conciencia como expresión de la alta dignidad del ser humano.
La tutela y protección de la familia como institución anterior y superior al Estado, la familia fundada en el matrimonio constituido entre un hombre y una mujer, en la que el hombre nace con dignidad, crece y se desarrolla de un modo integral; la defensa de la familia y del matrimonio verdadero frente a las ideologías, como la “ideología del género”, que minan sus auténticos fundamentos antropológicos, y frente a las opciones legislativas que persiguen equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión que, en realidad, la perjudican y contribuyen a su desnaturalización, oscureciendo su irreemplazable función social.
La protección de la libertad de enseñanza, y más específicamente de las libertades de los padres en la educación de los hijos: derecho a elegir la formación religiosa y moral que desean para ellos, y a elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos frente a las pretensiones de adoctrinamiento ideológico y de convertir al Estado en educador moral de una sociedad, con grave perjuicio para la libertad.
La concepción de la política y de una economía al servicio de la persona y del bien común de la sociedad.
Tal concepción de las bases morales de la convivencia se compadece plenamente con las raíces cristianas de España. La fe cristiana ha penetrado en el ser de España, hasta el punto de que nuestra nación no sería comprensible sin su huella. Ahí están su cultura, sus paisajes, su forma de vivir, su arquitectura, su literatura, su extraordinaria contribución a la historia del cristianismo y de la Iglesia con santos y santas de alcance universal.
3. Tal visión de las cosas se compadece plenamente con una laicidad rectamente entendida. Laicidad que no es laicismo. La laicidad se presenta así como una necesidad y, al propio tiempo, como una oportunidad, para el reconocimiento público de la fe cristiana. La laicidad no es ni puede ser la negación o desconocimiento del pasado, ni la desvinculación de las propias raíces. Una nación que ignora la herencia espiritual, moral y religiosa de su historia comete un crimen contra su cultura, contra esa mezcla de historia, patrimonio, arte y tradiciones populares que impregnan tan profundamente nuestra manera de vivir y de pensar. Arrancar la raíz es, por principio, perder el sentido, es debilitar el cimiento de la identidad nacional, es secar aún más los fundamentos de nuestra convivencia, que tanta necesidad tienen de símbolos de memoria.
Por este motivo, se deben asumir las raíces cristianas de España; es más, se han de valorar, y valorar como se merece, esto es, positivamente, favorablemente, porque ahí está nuestro ser, nuestras raíces, nuestra identidad, también la de aquellos que persiguen erradicarlas de nuestra vida pública; se debe asumir el pasado de España, que es su presente y la mejor certidumbre para encaminar su futuro, y ese lazo esencial que desde sus orígenes ha unido a nuestra nación con la fe y la Iglesia católica.
4. Ha llegado el momento de un llamamiento a una sana laicidad, una laicidad positiva que sea garante del sagrado derecho fundamental a la libertad religiosa; una laicidad que, velando por la libertad de creencias, la libertad de creer o de no creer, no considere la religión ni la Iglesia como un peligro para la democracia, sino como una ventaja; una laicidad que sea garante de la libertad de profesar una fe o de no profesarla, pero que sea garante último, para quienes la profesen, del derecho de actuar en la vida pública de acuerdo con esas convicciones religiosas y morales, sea garante de la libertad para los padres de procurar a los hijos una educación conforme a sus convicciones.
Sólo desde el firme arraigo a esa fe y a ese patrimonio moral y espiritual podremos servir lealmente al hombre y al bien común de nuestra sociedad; sólo así podremos afrontar la regeneración moral de nuestra sociedad desde sus raíces más profundas.
Comentarios
Por Serafu 2011-08-03 12:05:00
Hombre, raíces las habia antes de que nos inundaran las religiones de Oriente, mirad la paz que hay en esos Países, cunas de dioses supersticiones y fanatismos, la muerte impera y los estragos que la acompaña. Europa y el Mundo deberán abrir de una vez los ojos y decir basta. Los clerigos y los estados teocráticos, deben pensar que los que faltan y ofenden son ellos, no la gente pacifica que bastante tiene con soportar toda clase de crápulas. La Iglesia Catolica tiene una historia que nos es para envidiar y hoy en Pleno Siglo XXI siguen R que R, ni cerrando los ojos y tapándose los oídos podemos comulgar con tantas pesas y medidas que siempre se inclinan a su favor. No creamos no hay certeza de que existan certezas, ni el sentido comun mas primario se dejaría engañar con sus mercancías.
Por Los garbanzos negros 2011-08-03 00:05:00
Mucho se habla de libertades, tambien de no ofender creencias, sus templos y centros de reunión les son les quedan pequeños, lo suyo no es solo creer en sus ensoñaciones eso no les satisface hay que ser como los islámicos eso si en otra version pero con igual resultado molestar incomodar al vecino que eso tambien es faltar al respeto y a la libertad de los demas con proselitismos metiéndose donde nadie les llama. Ellos los ebrios de religiones los carteros de esos dioses que tan empecinados estan en hacernos tragar aceite de ricino para asi a la vez matar dos aves. Ya esta bien, en este Mundo sobran muchos indeseables que estan empeñados que el agua siempre este turbia. Políticos y religiosos con sus edecanes siempre dispuestos a reírles sus gracias. A dia de hoy el Mundo anda muy mal y va siendo hora de pedir cuentas a todos aquellos que nos han traído a esta situacion y aqui los dioses y los cuentos no son las soluciones, cada uno ha de tirar de su carro, las milongas sobran.
Por jose Mª Marcilla 2011-07-26 19:25:00
Mis felicitaciones al Autor. Breve, escueto y conciso; estupendamente razonado: Brillante.
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