Se me ocurre el titular tras visitar la exposición del artista asturiano José Luis Fernández (Oviedo 1943), en el Museo Tiflológico de la ONCE, en Madrid. Apenas una veintena de creaciones, casi una muestra de las diferentes series, bastan para mostrar el dominio del artista sobre el material, en este caso la madera, y doblegar la rigidez para convertirla en forma de suavidad redondeada, sin aristas, templada, porque mantiene la calidez y la nobleza del arbóreo elemento.Las manos del maestro doman las cualidades del material para presentarse al público, ya dada forma a la idea, con la sencillez de su desnuda realidad y con la firmeza de lo que representa.

Hablan los críticos de la evolución del artista, de aquel José Luis Fernández que comenzó en Oviedo, en una buhardilla de la Casa de España de la capital del Principado,que soñaba con comerse el mundo empezando por Madrid y continuando por esa Meca del Arte, con mayúscula, que es París. Cruzó su “Rubicón” particular –en este caso, el Puerto de Pajares- apenas con 18 años y se instaló en Madrid. Creo que se empachó de Madrid e hizo de los talleres su escuela particular, su facultad particular, al lado de los grandes (Juan de Ávalos, Ramón Lapayese, Enrique Pérez Comendador, Antonio Suárez o José Planes).

  En su taller de Vallecas fue cincelando no sólo la materia, sino también su personalidad escultórica, porque él es escultor desde siempre y al igual que en sus manos toma forma el elemento, en su cabeza también van tomando forma las ideas, los conceptos, los mensajes, lo que siente y quiere transmitir. Y así, sus obras, que responden a los conceptos culturales del tiempo que media entre el Grupo El Paso y la Movida madrileña, bullen desde lo figurativo hasta lo abstracto. Incluso, dicen, hasta lo abstracto más radical que, bajo diferentes formas, se mantiene actualmente.  

La muestra que se expone en el Museo Tiflológico de Madrid, hasta el próximo 9 de marzo, presenta diecisiete obras que pertenecen a las series Osamentas, Orgánica, Arbóreas, Totems, Germinaciones, Encuentros y Gallinetas. Y otras, digamos de temática libre, como “La Manzana de Eva”, donde la serpiente , representada en sutil espiral,trepa sobre el firme tronco del ciprés hasta alcanzar la fruta prohibida, o el Trino Saurio, en madera de Caobilla, que se aúpa en jurásico movimiento sobre sí mismo. De la serie Osamentas ha escogido el artista una creación en madera de nogal, de gran expresividad y nobleza, en la que el visitante puede percibir con claridad el engranaje de los cóndilos.

  A veces, el visitante tiene la sensación de que el artista devuelve la materia a su origen primitivo; que en el fondo este elemento no es más que un vegetal evolucionado, no vegetativo. Eso pasa, por ejemplo, con las obras de las series Germinaciones. La que se muestra en esta exposición es de madera de palo rojo. Y el efecto es análogo con otra en madera de nogal de la serie Arbóreas.

  El pino es la base de una escultura de la serie Encuentros, cálida, humana, de gran sensibilidad, y hay otra de madera de Danta, fechada en 1996, que combina lo correcto de la simetría con la calidez de un saludo.

  José Luis Fernández fundó, junto a su hermano Enrique, un taller fundición llamado Esfinge, allá por los años 70, que todavía se mantiene hoy. Es una de las referencias de las fundiciones especializadas en escultura y estos días se están preparando para la avalancha de los Premios Goya, cuya entrega se va a producir próximamente. Porque, desde los años ochenta, José Luis González es encargado por la Academia del Cine para la realización de los bustos de Goya que se conceden a los galardonados.

Honorio Feito