Tuvieron que venir a visitarnos, a finales de la década de los ochenta, los arquitectos de vanguardia japoneses, para advertirnos que nos encontrábamos ante verdaderas obras de arte, en el caso de la Laboral, una obra de la mejor arquitectura del siglo XX.   

       Era todo un “brete” que dejaba a nuestros “expertos” locales contra las cuerdas, pero que hizo que nuestros dirigentes políticos, -en aquellos años la inmensa mayoría de nuestras instituciones estaban en poder de la izquierda-, comenzaran a inquietarse ante un horizonte de ridículo internacional.     

     De manera que abandonaron su proyecto de aniquilar la Laboral, de una manera subrepticia, dejando el trabajo al deterioro que toda construcción sufre si no se le prestan los cuidados oportunos, ni se destina a una función   

       Vicente Álvarez Areces sufrió como Saulo una súbita iluminación y de menospreciar el monumento por fascista pasó a tener, él si, sueños, o mejor “pesadillas” faraónicas sobre el destino del mismo.  Sumergido en su nuevo credo comenzó a creerse un nuevo Micerinos, y ya no se conformó con restaurar “la pirámide” de sus antecesores sino que quiso, como el faraón egipcio, construir la suya propia y así se fue pergeñando la idea del Niemeyer.    

      Además, bajo esta actividad constructiva subyació siempre el impenitente “acoso” del señor Areces a Oviedo, capital de la autonomía por méritos históricos, motivado  porque los gustos del entonces presidente, aunque con raíces en Olloniego, localidad ovetense, no coincidían con la realidad histórica.  

        De este modo D. Vicente abandonó a su suerte una institución como la Opera de Oviedo, a pesar de su peso histórico-cultural por las personalidades del mundo de la música que acogió en sus escenarios y por haber gozado del privilegio de tener un cronista del rango literario de Clarín por lo que se le podría otorgar el título de la bien narrada. Este evento de carácter regional, sí que aportaba ingresos a toda la región, por el movimiento de personas que conlleva toda su realización así como la publicidad gratuita que le da a toda la Autonomía.

         Sin embargo de forma contumaz ignoró su importancia, negándole incluso las ayudas de trámite, lo que no le impedía acudir de vez en cuando, generalmente coincidiendo con la visita de alguna personalidad, para lucir en sociedad junto con su vistosa consorte y así codearse con las altas esferas.  

        Por esta senda, y ya totalmente sumido en sus sueños de perennidad, ideó erigir el monumento que legara su gloria a la eternidad. Se puso manos a la obra y eligió, como no podía ser de otra forma, un arquitecto de renombre internacional y de izquierdas ya que de otro modo no sería un verdadero artista.

         Pronto encontró el que se ajustaba a sus apetencias como un guante, es decir, uno famoso internacionalmente por sus obras “faraónicas” y como tal inútiles por su grandilocuencia, no olvidemos que Brasilia, su obra maestra, en la actualidad es el ejemplo paradigmático de un proyecto fracasado, esto último naturalmente silenciado porque un artista de izquierdas no puede ser sometido a la crítica. Pero además en él confluía otro aspecto singular, se trataba de un arquitecto centenario, cualidad magnífica en lo humano, pero indicativa, en lo artístico de que su capacidad creativa sería un milagro que perviviera a tan avanzada edad, es más, de ser así, lo elevaría al único de la historia que hubiera alcanzado tal hito.    

      Ninguno de estos contratiempo arredró al intrépido señor Areces, decidido a llevar a cabo sus planes, surgieran los “problemillas” que surgieran. Además ya sabía que contaba con el apoyo incondicional del coro de turiferarios que siempre arropa a la izquierda en sus actuaciones, sean las que sean,  de forma incondicional. No iba a dar marcha atrás ni para coger impulso –como está en boga decir ahora- porque este proyecto además de colmar sus sueños de inmortalidad aparejaba otra ventaja que podría revelarse clave en la consecución de sus planes políticos.  

    Me explico, existe, desde al menos el siglo XVIII una rivalidad notable entre las ciudades de Oviedo y Gijón, y otra mas soterrada, pero no por ello menos evidente entre Gijón y Avilés, pero nunca la hubo entre Avilés y Oviedo, de esta manera posiblemente surgiera, por vez primera, entre estas dos últimas ciudades, lo que dejaría al Gijón de sus desvelos en una posición de privilegio como ciudad al margen de disputas, territorio de neutralidad y por tanto verdadera ciudad de referencia de la Comunidad Autónoma, y quizá, por qué no, puestos a “soñar”, en el futuro la nueva capital.       

   El presidente debió de experimentar un especial regocijo ante la posibilidad de materializar en una sola obra sus planes de organización política y sus sueños egipcios.    

      Ahora, lo que en un principio sólo formaba parte de la intimidad de las ideas y sueños de nuestro anterior presidente es ya una obra de hormigón y otros materiales constructivos. Y así casi “en un abrir y cerrar de ojos” ha pasado de ser materia de sus sueños a formar parte de las pesadillas de los asturianos que se ven en la necesidad de mantener un edificio que fue no sólo concebido, sino construido antes de adjudicarle una función, la cosa más absurda que se puede hacer, es más, un edificio cuando finaliza la función para la que fue levantado y no se le puede adjudicar, otra desparece indefectiblemente.

         El señor Areces, que no tiene “un pelo” de tonto, pronto se percató de este pequeño problema, pero como es tan valiente como aquel general que no se rendía ni ante la evidencia, enseguida concibió un plan para solucionarlo: gastar enormes sumas en traer estrellas internacionales que se dieran “un voleo” por Avilés. Que una crisis feroz azotaba el mundo, que Asturias estaba exhausta, “pelillos a la mar”, esta solución reforzaba sus “delirios” de grandeza.    

      Pero por esto, entre otras actuaciones, los asturianos que tampoco son tontos lo mandaron a su casa y votaron a un gobierno diferente en su lugar, éste como es natural tiene nuevas ideas sobre como hay que solucionar los problemas que están a punto de “estrangularnos” sino no se hubiera considerado necesario cambiar de gobierno.    

      El ejecutivo de Álvarez-Cascos, con  su equipo de cultura como piloto de la operación, rápidamente vio, que el Niemeyer, en su configuración actual era inviable porque se devora la “parte del león” del presupuesto de su consejería, como es lógico, no podían seguir manteniendo el estado de cosas tal y como estaban, no había más remedio que hacer recortes, nada de estrellas que únicamente sirven para que los dirigentes avilesinos disfruten conociéndolos pero que no nos hacen ninguna propaganda turística ya que la noticia de su visita sólo es recogida por la presa local, ni de otros dispendios imposibles.        

  ¿Aceptó en partido de la oposición que su hora había pasado porque así lo habían determinado los ciudadanos con sus votos y que era natural que las cosas cambiaran en todos los ámbitos?     

     Nada de eso, las obras de la izquierda son “por su propia naturaleza” intocables y perfectas, de tal forma que la más mínima variación se convierte en un atentado contra la “esencia” de la cultura universal. Así, llenos de “santa” indignación ante tal atentado salieron a la calle, como ya es tan habitual que empieza a aburrir y sobre todo a molestar al sufrido ciudadano que tiene que soportar las molestias que ello conlleva.      

    Esperemos que la derecha, tan timorata ella siempre, no se “arrugue” como suele hacer a costa de los intereses de la ciudadanía.      

    No puedo terminar sin acordarme de los empresarios que integraron “las nutridas” manifestaciones de protesta, yo me pregunto si pretenden que sus negocios privados, legítimos por supuesto, sean subvencionados con cargo a los vacíos bolsillos de sus conciudadanos. Por qué en lugar de reivindicar aportan algo pidiendo la cesión del edificio y ejerciendo la sana función del mecenazgo tan ajena en nuestro país a nuestra clase empresarial.

María Alú Mortera