Sabado, 23 de noviembre de 2024

Otro fiasco de la Universidad española

Literatura infantil

Un conocido sociólogo español, de cuyo nombre no quiero acordarme, afecto al Partido socialista y a quien se le regaló una cátedra universitaria en plena juventud y sin mayor mérito que su adscripción a la secta, escribió un manual de la asignatura que resulta de lo más recomendable para entender, no los rudimentos de la ciencia sociológica, sino la rudimentaria ideología del autor. Ya una simple inspección ocular descubre, en la prosa repetitiva y tediosa del libro, propia de un escolar o un principiante, en la borra del vocabulario especializado y en los numerosos excursos que astillan el texto impidiéndole alcanzar la claridad, que nos encontramos ante un autor inmaduro, al que la jerga academicista no consigue enmascarar su insuficiencia intelectual. Nada de eso impidió su meteórico ascenso profesional. ¿Un fiasco para la Universidad española? Según se mire.

De momento, la secta coloca a uno de los suyos en las alturas, más bien mochas, de la enseñanza superior, con lo cual es excusado decir que el discipulado que caiga en sus manos no alcanzará un nivel superior al del bordillo de una acera para hormigas. Pero, a cambio, podemos estar seguros de que se (de) formarán con el catecismo progresista muchos arbolitos tiernos a los que nadie ya enderezará jamás para la vida corriente. Y es que el efecto deletéreo de la prédica progresista obra sobre la sesera de quien se hace adepto suyo el mismo daño neurológico que ciertas drogas, muy aplaudidas en tiempos pasados por la alegre muchachada progresista, producen en quien las consume. Hoy se sabe que ciertos cambios en la configuración sináptica y en el sistema enzimático que regula la neurotransmisión cerebral son irreversibles, algo parecido a lo que sucede con el abducido por la secta progresista, que ya nunca vuelve a ser el mismo.

  En el citado manual de sociología se invita al confiado lector, por ejemplo, a aceptar que las clases sociales son… inaceptables. Y para ello no se le ocurre al autor nada mejor que sugerirnos el arbitrio de un extraterrestre para dilucidar la justeza de esa afirmación. Si un extraterrestre bajase a la tierra, dice el catedrático por sus méritos, lo primero que le llamaría la atención es precisamente encontrarse con que las sociedades humanas están divididas en clases. No se tome a risa esta afirmación, pues convence a mucha gente de buenas a primeras, sin más demostración, y además tiene un alto valor heurístico para comprender la mentalidad progresista. Nos enseña cómo los argumentos que emplean los de la secta redentora, por llamarlos de alguna manera, están siempre lastrados por el prejuicio partisano y las afirmaciones injustificadas. Si no, que alguien nos explique cómo es posible conocer, salvo que seas otro extraterrestre, lo que piensa un marciano acerca de la estratificación social u otros asuntos similares…

Efectivamente, sólo quien se coloca en un punto de vista omnisciente, es decir, políticamente totalitario, puede hacer una afirmación tal: la de que entre los extraterrestres no se da estratificación social y que, dada la tácita suposición de que son más sabios y “evolucionados” que los humanos, debemos orientarnos a la superación de las clases sociales según su ejemplo. El argumento no sólo resulta fantástico, sino que, si nos fijamos bien, apunta subrepticiamente a la necesidad de que el mundo sea tutelado por el campeón de la igualdad universal, la secta benefactora a la que pertenece el voluntarioso (o voluntarista) sociólogo de nuestro malévolo comentario. Para el progresismo, como se ve, los argumentos no son tales, sino siempre encubiertos desiderata. 

El tema de la estratificación social es una vieja querencia progresista, cuya virtualidad se aclara cuando conocemos la importancia que para esa facción política sigue teniendo la lucha de clases. En efecto, la sociología de inspiración marxista es una sociología de la escisión y del conflicto, como corresponde a toda construcción mental de origen hegeliano, y no porque esos sean los ingredientes más importantes, aunque tal vez sí los más llamativos, que se observan en cualquier sociedad, sino por su potencial capacidad para inducir la revolución. Al racionalismo extraterrestre le faltarán argumentos, pero no los necesita. En cambio, le sobran convicciones de que todo se reduce a escisión, lucha y cambio… y conciliación de los contrarios, aun a costa de su disolución, según la conocida dialéctica del filósofo suabo.

Pero ocurre también que no sólo existen jóvenes profesores triunfantes en la sociología, sino también viejos sociólogos que necesitan rebasar los setenta años para que se les reconozca su valía, como fue el caso del portentoso autor de La sociedad cortesana o el Proceso de la civilización, Norbert Elias. Quizá nos mueva un espíritu partidista y tratemos de esconder tras la fascinación intelectual que nos provoca este último autor una injustificada animadversión hacia los jóvenes (y progresistas) sociólogos triunfadores, pero nos gustaría afirmar que una sola página de Elías vale por cien ediciones completas, encuadernadas en piel de Rusia, del prescindible libro del primero. Y es que el famoso sociólogo judío-alemán se sorprende mucho más, y con buenas razones, al contemplar la estabilidad de las sociedades y no el cambio, la integración antes que el conflicto, y más que la lucha, la cooperación. 

Eso es lo que hay que explicar antes que nada, lo verdaderamente llamativo, por qué se mantienen unidas las sociedades. Y eso es lo que trató de comprender el funcionalismo sociológico de Talcott Parsons, acusado de conservador porque su teoría daba preferencia a los factores de estabilidad sobre los de transformación, aunque no se olvidara tampoco de estos. Pero, aparte de que “conservador” no es un pecado político (el socialismo tiene más méritos para apropiarse del adjetivo) ni un argumento epistemológico en contra, es claro que la sustancia sociológica (la estructura) tiene preeminencia sobre los atributos (la función), es decir, que no puede darse un cambio sin que “algo” cambie, lo mismo que no puede darse una fisiología que opere sobre una anatomía fantasmal.

  Pero insistamos, los jóvenes profesores de la secta no están para razonar, sino para levantar pancartas contra la injusticia de una sociedad que se iba poco a poco aburguesando, en la que todos comenzaban a identificarse a sí mismos como de clase media y en la que la democracia corría el riesgo de convertirse en una aburrida costumbre ciudadana más. Y para eso están, para eso se les asciende por méritos, si no académicos, de afinidad ideológica, es decir, para que triunfe, aunque sea a la fuerza, la sociología del conflicto antes que la de la convivencia y la paz. Ese es su negocio y su medio de vida. No lo iban a descuidar, ¿verdad?


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