En la parte de atrás de la concentración había tres chicas y un chico de indudable aspecto orco, ya saben: nariz, orejas, lengua, cejas, etc. perforados por pequeño material de ferretería; cabezas rapadas con mechones; botas militares y demás indumentaria propia de los nihilistas anarcoides. Temiendo incidentes aproveché para situarme justo delante de ellos, tapándoles, aprovechando un poco mi estatura. Estuvieron cuchicheando, pero con un comportamiento correcto, aunque yo estaba al tanto por si acaso. El acto prosiguió de manera ordenada hasta el momento habitual en este tipo de concentraciones en el que se da la voz a cualquiera para que, micrófono en mano, comparta su testimonio. Curiosamente, quien primero se adelantó para coger el micrófono fue el chaval que acompañaba a las feministas, que serán muy feministas pero delegaron en el macho dominante para hacer oír su voz.  

 El chaval, de aspecto menos siniestro que sus amigas, argumentó que el aborto no es un crimen y que lo que es un crimen es obligar a una mujer, que no tiene dinero a alimentar a su hijo, a tener que mantenerle. Durante unos minutos el chaval pudo hablar sin interrupciones, pero lo cierto es que su intervención se iba alargando y a los asistentes se nos iba agotando la paciencia con tanta estupidez y pobreza intelectual, así que empezaron los inevitables silbidos y conato de altercado hasta que le fue arrebatado el micrófono al abortista. En seguida las siniestras arpías que le acompañaban empezaron a armar cierto guirigay, aunque más pudorosas que sus compañeras de Madrid, no les dio por despelotarse delante del personal.

  La concentración siguió su curso con normalidad, pero en un a parte se mantuvo una discusión con los alborotadores. Una de las chicas, la que me pareció más jóven, me decía que no se puede obligar a las personas sin recursos a tener unos hijos que no podrían  mantener. Bueno, le dije, pues si eso es así, no hay que limitarse a los nasciturus, cualquier madre podrá asesinar a sus hijos por motivos económicos, con independencia de la edad que tengan ¿No? No supo qué contestarme, así que seguí diciendo “Pero no te preocupes, porque si estás embarazada, no te va a faltar de nada ¿Estás embarazada?” -Le pregunté-. Ella no me contestaba, así que yo seguí “porque si estás embarazada y necesitas dinero yo te ayudaré”, ella me miraba con los ojos abiertos como platos y me contestó “¿tú me ibas a dar dinero?”, “sí claro, yo te ayudaría” le dije, entonces me contestó “Ya, pero yo no quiero tu dinero”. “Pero si no quieres mi dinero, entonces es que no es una cuestión de dinero ¿no?”. En esto que nos interrumpió la que a mí me pareció más mayor y con más tornillería en la cara: “bien que os preocupáis por los bebés, pero bien que coméis vacas y cerdos, bien de sangre y carne. No decís lo mismo cuando os coméis otros seres vivos y difrutáis con su sangre”. Yo no podía salir de mi asombro ante un argumento tan estúpido, así que mantuve la calma como pude y le dije “bueno, pero algo comerás. Al menos lechuga ¿no? Bueno, pues la lechuga también es un ser vivo ¿No sufres remordimientos de conciencia?”.  

 La discusión se iba tornando ya en algo totalmente surrealista e improductivo, así que me iba ya a apartar cuando apareció el macho dominante quejándose de que le habían retorcido el dedo al quitarle el micrófono, que eso era censura y que no había libertad de expresión. Así que no pude contenerme y le espeté “y ¿la libertad de expresión de los abortados? ¿Dónde está su libertad? ¿Cómo te atreves a lloriquear como una nenaza porque te han retorcido un dedo mientras tú defiendes el asesinato de bebes? ¿De qué me estás hablando?”

  En definitiva, creo que cuanta más voz se de a los abortistas, más cerca estaremos del final de esta práctica inhumana. El mayor enemigo de la cultura de la vida no son los argumentos de los abortistas, sino la indiferencia cómplice de la gran mayoría.