Viernes, 29 de marzo de 2024

Jóvenes y sin preparación: Niños malos y caprichosos

Los jóvenes airados

     Hay pueblos esencialmente conservadores, como el inglés, cuyo conservadurismo se percibe fácilmente en la veneración con que acostumbran a cuidar sus cosas. Por ejemplo, pintan y repintan sus casas, puertas, paredes, fachadas y ventanas, por viejas que sean, no simplemente para protegerlas, sino porque les gustan así, las cuidan y las aman. Y hasta bautizan los objetos que producen, si estos alcanzan una sólida perfección como obra paciente y esmerada de las generaciones. De manera que una prenda de vestir, por ejemplo un abrigo, se llamará Crombie si es de lana azul y una sola línea de botones, o English Warm si es de lana tostada, cruzado y con dos filas de botones de cuero y charreteras. Una gabardina con cinturón, bolsos de parche y herrajes será una Macintosh, y una clásica Burberry no necesita hoy de descripción alguna. Una prenda con capucha, cazonetes de madera y trencillas de cuerda (para que se abroche fácilmente con los dedos helados en las travesías marítimas) fue popularizada por el mariscal Montgomery (el abrigo Monty) y se conoce como Duffel, nombre de una ciudad belga que ya mencionaba el gran Defoe. Unos zapatos de cordón podrán ser unos Oxford o unos Derby, y unos mocasines, según su estilo, Beefroll o  Pennyloaf …  

Además, todos esos objetos, y otros muchísimos más, no sólo tienen nombre, generalmente el de su creador, sino también su historia y su porqué, y así se recuerda que el capitán Alcock voló por primera vez sobre al Atlántico llevando una Burberry. El propio Thomas Burberry, su creador, diseñó la famosa trinchera, que resultó idónea tanto para el campo inglés como para la Casablanca de Bogart, inspirándose en la ropa de los pastores locales: un tejido muy prieto y resistente al viento y a la lluvia, para lo que impermeabilizó tanto el hilo como la tela. Ya el rey Eduardo pedía a sus criados que le dieran “su burberry” y durante la guerra de los boers los oficiales empezaron a llevar esa prenda con regularidad. El abrigo diseñado por la Oficina de Guerra para las trincheras hizo su aparición en 1914, manteniendo todos los detalles originales: tirilla para cerrar el cuello, canesú, charreteras, anillos en “D” para enganchar los utensilios militares… Se fabricaron más de medio millón de unidades durante la Gran Guerra, y el modelo Trench 21 aún se encuentra a la venta hoy día. Lord Kitchener murió llevando una Burberry y esa tela acompañó a Amundsen al Polo Norte en forma de tienda de campaña. Etcétera.  

Contra lo que pudiera parecer, no son estos ejemplos una relación pintoresca de ciertas manías indumentarias del pueblo inglés, sino un exponente fiel de su acendrado conservadurismo, una actitud nacional que planea por encima de las clases sociales y de las distinciones políticas, y que puede fácilmente rastrearse en la forma de gobernar de conservadores o laboristas, en la defensa de los valores nacionales o en la vivencia personal del patriotismo. En este sentido amplio del término, el conservadurismo de un pueblo es en sí mismo un valor, un seguro contra la dispersión y un eficaz baluarte en caso de agresión exterior o desgracia nacional. Aunque probablemente ninguno tan consciente, ubicuo y elaborado como el inglés, no hay pueblo en el mundo que no disponga de su propia tasa de conservadurismo. Excepto España. La de la secta zapateril, para más señas. ¿Por qué?  

 Como recordaba hace poco un sociólogo español, es una evidencia (es decir, no para ciegos) que la mentalidad socialista es una forma de infantilismo político que en algunos sujetos pervive enfermizamente hasta la ancianidad. Algo de eso sabemos los conversos, pero lo peor, nótese bien, es que su carga de inmadurez no nos preserva de sus rabietas ni de su violencia inclemente, pues de todos los partidos europeos de esa cuerda es el español, con mucho, el más siniestro, ya desde su fundación entregado, como se sabe, a todo tipo de barbarie: desde las amenazas parlamentarias al oponente (Maura) hasta el atentado personal (Calvo Sotelo), desde la programación de una guerra civil (Largo Caballero) hasta el genocidio calculado (los miembros del clero) o el expolio del arte y la riqueza de la nación (caso Vita). Y sigue haciéndolo, en la medida de sus posibilidades, sin más cortapisa que la que puedan hoy ponerle desde el exterior. Preguntar en estas circunstancias por el patriotismo de la secta que nos (des)gobierna resulta, pues, tan sarcástico como inútil.  

 Por si fuera poco, ha llegado al poder una recua juvenil procedente del parvulario progresista, que no sólo carece de pasado sino que ni siquiera conoce las razones de su odio (a España, a la derechona, a los fachas) más allá del clónico puño en alto exhibido con automatismo pavloviano en las charadas del partido. Algunas, amaestradas desde la infancia en el turbio invernadero político familiar, como Leire Pajín, ignoran, aún más incluso que su jefe, el precio del café o el de los garbanzos, y son hipócritamente incapaces de la menor empatía con el obrero al que dejan sin trabajo, pero a quien dicen rabiosamente defender.  

 Y es que por ignorar, ignoran hasta que un obrero consecuente abominaría de sus muchos privilegios, de sus muchos sueldos y de su ventajismo universal, pues tal parece que formaran un nuevo estamento feudal cuya preeminencia en la vida esté garantizada desde el nacimiento. En estas condiciones, nada debe extrañar que, con el mayor desparpajo y sin la menor preparación o mérito, algunas lleguen fulgurantemente a ministras, aunque luego se compruebe que no van más allá en el cargo de tomar decisiones poniendo en juego muchos morritos y muchos tolones, expresión machista donde las haya, pero que no parece haber encendido las alarmas de la gestapo feminista que vigila nuestras palabras y nuestras vidas.  

 Ya se sabe que el adanismo, la voluntad de derribar lo viejo para edificar lo nuevo desde cero es achaque, en todo tiempo, de cualquier ruidosa juventud. Sólo que las sociedades sanamente conservadoras tienen sus filtros y no permiten que la natural dialéctica entre lo viejo y lo nuevo se descarrile. Entre otras cosas, porque toda sociedad sensatamente senatorial sabe que nunca lo nuevo, por original y positivo que sea, es capaz de ir más allá de una delgada lámina que reposa, transparentándolo, sobre el grueso estrato de la tradición tenazmente acumulada por un pueblo. Por eso se puede hablar también de juventudes muy distintas, y al compararlas, por ejemplo, con la nuestra, extraer una penosa cuanto desesperanzadora conclusión. Volvamos por un momento la vista al anterior modelo inglés.

  Los jóvenes airados (The Angry Young Men) es el nombre de un movimiento artístico nacido en Inglaterra a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, compuesto esencialmente por literatos (John Osborne, Colin Wilson, Allan Sillitoe) y cineastas que pretendieron reflejar críticamente la sociedad de su tiempo con un renovado estilo inspirado por el documentalismo y la estética neorrealista. Directores de cine como Tony Richardson, Karel Reisz o Lindsay Anderson produjeron sus obras al margen de los estudios y con bajos presupuestos, lo que no impidió a sus películas convertirse en pequeños clásicos que pueden seguir disfrutándose hoy y a los que no resulta difícil acceder en el mercado o la Red. Pero si bien ejercieron animosamente la crítica social, no por eso se sintieron sujetos por coacciones éticas, formales o políticas.  

 “Mirando hacia atrás con ira” (Looking back in anger, Tony Richardson, 1959) es la historia de un joven que regenta un puesto de caramelos en el mercado y se queja y lo critica todo constantemente, acomplejado por su matrimonio con una mujer de clase social más elevada. “Sábado noche, domingo por la mañana” (Saturday night and Sunday morning, Karel Reisz, 1960) trata de la vida vacía de un obrero que lleva en su conciencia el peso de los agravios sufridos por sus antepasados, pero que no conoce otro horizonte que divertirse los fines de semana. “La soledad del corredor de fondo” (The loneliness of the long distance runner, Tony Richardson, 1963) cuenta la peripecia de un recluso en un correccional de menores que decide perder una carrera pedestre para contrariar al director del establecimiento, en una experiencia de libertad y crítica de lo existente.  

 Pero también se dan excepciones a esta sombría visión de la sociedad británica, como en el cine-pop de Richard Lester, quien en “Qué noche la de aquel día” (A hard day´s night, 1964), con los Beatles de protagonistas (canciones, melenas, atavíos) protesta contra las formas de vida de los mayores. Hay, pues, una gran frescura y libertad en esas producciones que, no obstante pintar un cuadro amargo de la sociedad de su tiempo, plasmaron con talento y realismo, y con bastante ironía y buenas dosis de autocrítica, su visión agridulce de las cosas de su tiempo. Su legado fue, y es, qué duda cabe, de valor indiscutible. ¿Mas qué legado podríamos esperar a cambio de nuestros jóvenes iracundos, de las Leires, las Aídos o las Sindes de estos pagos? ¿Qué, aparte de su incompetencia, su nulidad, su hipocresía? ¿Quién se acordará, mañana, de sus nombres funestos y olvidables?   Hay quien se significa por sus buenas obras o por su talento. Y hay quien lo hace por su inmoralidad o por el daño que causa a otros, países enteros o personas. En política, pero también en arte, cine, ciencia o literatura nada se crea de original si no bebe en el “origen”, si no “conserva”, aun para mejorarlo, lo que hay. Por eso las iniciativas “progresistas” no pueden ser sino imposturas y, como enseña la historia, sin excepción calamitosas. Pero si algo caracteriza al leirepajinismo de todos los tiempos (que lleva camino de suplantar, increíblemente, al zapaterismo universal, no se puede caer más bajo) es su indolencia moral y su propensión a obrar, igual que un niño malo, como les dé la gana y eructando. O para emplear una expresión que ellos/as mismos/as han puesto en órbita, “con dos pajines”. Pues eso.  

                  Marcos S. Álvarez


Comentarios

Por Pumuki 2010-12-15 16:50:00

Pues no sé que le veis de malo a la pobre Pajín. Tan recatada ella cubriéndose el escote con el pañuelito de Rodiezmo. Si al final son de lo más conservadoras.


Por LBQ 2010-12-15 12:05:00

Como todos los artículos de este señor, extraordinario


Por Daniel Ballesteros 2010-12-15 11:23:00

Un artículo muy trabajado y con mucha información útil, enhorabuena.


Por José María 2010-12-15 10:14:00

Muy bueno Marcos, Gracias


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