Pero como nuestra población y economía son enormes en comparación con las islandesas (allí son sólo 300.000 fulanos, aquí somos 47 millones) y el 40% de nuestra deuda se la debemos a bancos franceses y alemanes, se pondría harto difícil eso de repudiar deudas mientras se obtienen créditos del FMI para adquirir alimentos, energía y materias primas en el exterior: ni querrían, ni podrían... no vaya a ser que cunda el ejemplo y al día siguiente tengan a Grecia, Portugal, Irlanda e Italia repicando a las puertas del rescate antiusura. Tal cosa sería exportar los problemas a las todopoderosas y muy serias Francia y Alemania, que inmediatamente harían lo mismo -no lo duden- con el resto de sus acreedores, pasando de apariencias, reputaciones y responsabilidades.

Sobre lo del procesamiento a políticos españoles, huelga decir nada, porque aquí no se salva ni Rita la cantaora. Si en España hubiese justicia, militantes de todos los partidos con poder deberían fijar su residencia en la cárcel y, tras tirar de la manta, estar acompañados por sus amigos jueces, abogados, economistas, empresarios, sindicalistas, policías y militares. Como no hay justicia, se manda a las fuerzas de seguridad a calentar a porrazos el costillar del listo que se manifieste, que ya vendrán luego tertulianos que me hagan bueno, porque es bien sabido que los disconformes de las manifas son SÓLO anarco-comunistas que pretenden matar a nuestros policías con desproporcionada fuerza de empujones, pedradas y escupitajos, además de mancillar el “atrium vestae” o parlamento de nuestro constitucionalísimo régimen.

Pues no, los manifestantes no son sólo rojos. De hecho me atrevería a decir que hay más rojos apretando botones y tomando gin-tonics en el interior del parlamento que rojos dispuestos a recibir palos en el exterior. La mayor parte de los manifestantes son parados, jóvenes, ancianos, padres y madres sin ingresos, gente cansada de tener la nevera llena de promesas rotas y sobre su cabeza la expectativa de un inmisericorde cielo abierto.

Ojalá esto fuese Islandia, donde no se pegó a los manifestantes y, por tanto, éstos no se vieron obligados a adherirse a la primera piara de rojos vociferante que se asomó por las plazas con banderas desteñidas (esquizofrénica especie de estirpe liberal y vocación antiliberal, adoctrinada en la escuela por este régimen saturnal para ser 100% carne de porra policial) para poder expresar su inconmensurable asco, su atroz desesperación.