Ayer asistimos al estreno del tercer título de la temporada ovetense de ópera, la obra de Giaccomo Puccini, Madame Butterfly, estrenada en 1904 y que se ha convertido en su siglo abundante de vida en uno de los títulos mas emblemáticos de la historia de la ópera, quizá porque su autor supo dar cuerpo a un libreto conmovedor que relata la desgraciada historia de una adolescente japonesa engañada vilmente por un marino americano, que no duda en traicionar su inocencia, credulidad y lealtad, jugando despiadadamente con sus sentimientos sin importarle el sufrimiento que su frívolo comportamiento puede provocar, llegando incluso a no dudar en arrebatarle el hijo de ambos y que ella le entrega en un acto de sacrificio supremo por lo que ella entiende que será lo mejor para el pequeño. Mediante una orquestación genial que mediante una serie muy simple de células musicales que son sistemáticamente asociadas al discurso narrativo de la obra y a las que se les confía el relato de los estados de ánimo y sentimientos de los personajes, muy especialmente de la protagonista. El recurso al himno americano para subrayar la procedencia del burlador, al tiempo que las esperanzas que la heroína deposita en ese país que para ella roza la leyenda, es un acierto memorable no solo por la expresividad narrativa sino porque es una de las primeras veces que se utiliza el collage en el arte musical, especialmente en la ópera, además en estricta sincronía con lo que están realizando las vanguardias pictóricas.

Su afán de "verismo" le lleva como en otras óperas de ambientación oriental, a introducir aires japoneses muy delicados y sabiamente incorporados a la armonía occidental. El juego de los acentos, tanto vocales como instrumentales, dibujan uno de los cuadros sicológicos mas logrados que se han escrito. En suma cuando se logra armar una representación de esta obra medianamente ejecutada, el torrente de emociones está próximo al desbordamiento. Eso no fue lo que sucedió anoche. No sólo éso sino que tengo que confesar que ha sido una de las peores representaciones que he presenciado nunca de esta obra. Es verdad que no sucedió ninguna catástrofe escénica, ni orquestal, ni vocal pero esto en ocasiones es menos malo que la mediocridad gris, plana, sin acentos, matices ni emociones.

La dirección de Pablo González fue en ocasiones errática, con acentuaciones desacertadas, tempos poco "puccinianos", desajustes entre la orquesta y los cantantes y una cuerda que además de por su escasez destacó por su falta de empaste, fue como si el vendaval de la atonía se hubiera llevado por delante su criterio y hubiera sido abocado a "salvar los trastos" como pudo, sin dominar, como es su responsabilidad, el relato musical de la representación. Parecía la víctima involuntaria de una naufragio que le hubiera sorprendido durmiendo. Aunque tuvo momentos de acierto como el acto tercero especialmente la introducción orquestal que lo abre.

La orquesta se limitó a "capear" un temporal que no contribuyó a generar sino que sufrió empezando por lo exiguo del número de sus integrantes que en ocasiones quedó muy en evidencia como en el tercer acto, el sólo de lar cuerdas graves -violoncellos y contrabajos. A pesar de todo fue lo mejor de la noche porque nos permitió disfrutar de unas melodías y frases rebosantes de inspiración.

En esta ocasión la parte vocal fue la causante del principal del deslucido espectáculo que se nos brindó.

Marina Rodríguez Cusí fue la mejor de la velada en el papel de Suzuki, un rol exigente y no demasiado lucido que desempeño no sólo con eficacia sino con maestría. Estuvo más que notable en el comienzo del segundo acto con sus oraciones para regalarnos un dúo magnífico con la protagonista. Su voz de homogéneo color, con graves llenos y potentes y un fraseo verista fue digna de un conjunto que hubiera estado a la altura.

Amarilli Nizza, en el papel de la protagonista con mayúsculas que es Butterfly, estuvo decepcionante, su voz que en ocasiones parece la de una mezzo cansada, sin embargo carece de capacidad en la escala grave, es prácticamente inaudible en la zona media y carece de armónicos en los agudos, además de contar con un molesto vibrato. Con todo lo peor fue su incapacidad para la acentuación verista que es el alma que nos va relatando los sentimientos y estados del alma de Butterfly. Estuvo "inocua" en el dúo con el tenor del final del primer acto, irrelevante en "un bel di vedremo", un aria en el que se describen los más diversos estados del alma humana y verdaderamente lamentable en "tu, tu piccolo dio", quizá el aria más desgarradamente dramático de la historia de la ópera.

Viktor Antipenko fue un Pinkerton, desdibujado, no tiene un timbre feo y los agudos tienen amplitud y seguridad pero en absoluto consigue el fraseo y la modulación verista que el personaje, de por si poco relevante desde el punto de vista musical, requiere. Su momento estelar, el dúo del final del primer acto, fue todo menos emotivo.

Manuel Lanza, como el atribulado cónsul americano Sharples, alcanzó un tono más alto que el dominante en la representación.

Mikeldi Atxalandabaso, en el doble papel de Goro y el principe Yamadori, no pasó de la corrección.

Víctor García-Sierra como el tío Bonzo nos ofreció un empaque que lo elevó por encima de la atonía reinante.

Marina Pinchuk como Kate Pinkerton estuvo correcta, lo que anoche ya fue algo notable.

El resto del eleco: Manuel Valiente como Yakuside, Manuel Quintana como oficial del registro, Marina Acuña como la madre de Butterfly, Ana Peinado como la tía, María Fernández como la prima y María Suárez como Dolore fueron piezas irrelevantes de un "guiñol" mal montado.

La escena, una producción del teatro de Magdeburgo dirigida por Olivia Fuchs, que como es preceptivo cambió la época para situarla tras la segunda guerra mundial, cosa que no afecta en nada al discurso ni narrativo ni dramático, podemos calificarla de correcta, incluso con aciertos como la muerte de la protagonista en una especie de caja que evoca perfectamente la arquitectura japonesa a la vez que vela el cruel desenlace dotándolo de una sutileza que se acomoda maravillosamente a la esencia de la obra.