Sabado, 23 de noviembre de 2024
Del libre mercado al monopoly
Mammon, diosecillo ingrato
El actual modelo de libre comercio internacional no tiene en cuenta los intereses de la ciudadanía, excepto los de una nimia porción de aquélla, integrante de un puñado de lobbies empresariales y financieros defendidos por políticos falderos y economistas mercenarios y que es la que realmente gobierna las “democracias” actuales (en EEUU de forma transparente, en Europa de manera cuasi-delictiva).
Es esta gente la que ha capitaneado durante los últimos 30 años un proceso de intensa integración comercial –la famosa globalización- que prometía ser muy “prometedor” y lucrativo pero que, realizado de forma negligente y estúpidamente avariciosa, nos ha situado en el ojo del huracán económico que actualmente sacude al mundo “rico”. Y explicaremos cómo ha podido suceder tal cosa.
Bien, estamos en los primeros años 90. Imaginemos dos empresas rivales que fabrican ropa deportiva: Naïk (EEUU) y Amidas (UE). Naïk convence a su gobierno de que el interés de la empresa y por tanto el de la nación es ganar competitividad internacional, para lo cual es preciso cerrar centros productivos en los EEUU para subcontratar la producción a empresas textiles locales de, por ejemplo, China, ahorrándose así costes laborales, problemas sindicales, impuestos altos y legislación medioambiental. A cambio EEUU mantiene la sede de la compañía. Por su parte, Amidas advierte que esta medida permite a su competidor ganar muchísimo más dinero y concentrarse en el diseño y venta del producto... así que hace lo mismo con su gobierno. En resumidas cuentas, la avaricia de ambas las ha llevado a convencer a sus gobiernos de que producir en China es necesario para seguir compitiendo.
Así pues, Europa y EEUU ven cómo sus plantas textiles cierran y el despedido es prejubilado o pasa a trabajar en hostelería, de guía turistico u hombre-anuncio. El problema es que no sólo ha cerrado la industria textil, sino que se ha producido un torrente de cierres en todas aquellas industrias cuyas producciones pueden ser fabricadas en China y transportadas desde allí a precios competitivos. Si una heroica empresa decidiera no trasladadar la producción, acabaría quebrando o quedando acantonada en menguantes nichos de mercado.
Como consecuencia, Europa y EEUU se desindustrializan, sus multinacionales se forran, pero algunos países comienzan a pasarlo mal. ¿Cuáles? Pues aquellos que se habían especializado en producir los bienes que China produce ahora y que no disponen del compromiso empresarial asociado al “efecto sede” (Alemania sigue teniendo plantas de montaje de automóviles a pesar de su baja productividad).
Esas desafortunadas naciones ven cómo sus cifras de desempleo comienzan a dispararse, y su reacción consiste en “flexibilizar” el mercado laboral, (eufemismo que casi siempre equivale a “precarizar”), bajar impuestos y el tipo de interés oficial del dinero. Este dinero barato se entrega a la banca privada, que a su vez se lo entrega como préstamos a personas y empresas. Éstas comienzan a gastar esos préstamos en inversiones inmobiliarias, que alientan una espiral virtuosa de endeudamiento y crecimiento económico, siendo necesario cada vez más dinero, que se pide prestado a la banca privada de otros países.
Los países más desindustrializados se sienten tranquilos: sus niveles de paro descienden y la recaudación impositiva se dispara. Les va tan bien que pueden permitirse derrochar el dinero público en todo tipo de edificaciones suntuosas, infraestructuras públicas, reformas urbanas, misiones militares y proyectos tecnológicos. Incluso se permiten dar un empujón al nivel de empleo contratando los servicios laborales y empresariales de los amiguetes y familiares del politicastro de turno.
Pero en realidad no todo va bien: la deuda privada con entidades financieras extranjeras se ha disparado a consecuencia de la sed irrefrenable de crédito y del enorme déficit comercial (queremos comprar mucho, pero no producimos nada para entregar a cambio). Finalmente los efectos de los bajos tipos de interés se disipan: ya nadie quiere bienes inmobiliarios y todo se viene abajo. Lo que quedan son paises casi sin industria autóctona, que soportan elevadísimos niveles de desempleo, con un sector público sobrepasado por la dimensión de la catástrofe social y con una pléyade de acreedores exigiendo la devolución de la colosal deuda financiera al estupefacto moroso-nación que se pregunta ¿y ahora qué hago yo?
Pues ir a pedir a China, tal cual. De hecho, el gobierno de China debe estar gozando de lo lindo al ver a los otrora orgullosos estadounidenses y europeos (Tratados Desiguales del XIX) mendigar ayuda en forma de inversión en deuda soberana y privada de aquellas mismas divisas que se entregaron a China para comprar sus mercancías baratas.
A tan humillante término nos ha llevado una política de campaña, despacho y comisión; así como la interpretación de la economía nacional como subproducto de las actividades de un casino. Quizás algún día, una política al servicio del bien común ponga la actividad económica de una sociedad al servicio del ser humano y no al ser humano al servicio de Mammon, diosecillo dañino para la causa de nuestra vida y libertad. Labor mucho más difícil y alambicada era la de arruinarnos a nosotros mismos, pero aún así nos hemos apañado para hacerlo maravillosamente bien.
Comentarios
Por Jaime Cifu 2011-09-20 11:42:00
En próximos artículos propondré alternativas, aunque creo que es claro a dónde apunta el artículo.
Por Juan Carlos 2011-09-20 08:39:00
El articulista nos explica lo mal que funciona el sistema y lo injusto que es. No propone nada a cambio, no da ninguna idea alternativa. Por favor, no explique lo que sabemos, explique usted lo que no sabemos. Digo esto porque asumo que usted tiene un plan alternativo ¿cual es?
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