Las sencillas oraciones de los niños pequeños tienen que ser enseñadas y practicadas, por ejemplo a la hora de ir a la cama. A partir de una edad se puede ir a misa juntos, costumbre que debería conservarse hasta más allá de la adolescencia. Las primeras veces que uno se confiesa ayuda mucho si toda la familia lo hace a la vez. El rosario en familia y la bendición de la mesa no deben perderse. Una vez al año es conveniente pasar unos días de meditación (algo parecido a unos ejercicios espirituales).

            Lo que a uno le ha llevado a la fe en Dios (la contemplación de un Universo ordenado matemáticamente) o a creer en la resurrección de Jesucristo (el cambio de Pedro que pasa de negarlo cuando estaba vivo a predicarlo cuando está muerto) puede ser útil a las nuevas generaciones. Mientras que la existencia de Dios está al alcance de todo hombre, la fe en Jesucristo es un don de Dios.

            De modo semejante, la resolución de algunos problemas que uno ha podido resolver en torno a la fe o la moral también puede transmitirse a los demás. Por ejemplo, que la ciencia eligió con Galileo restringirse al universo medible, susceptible de ser descrito matemáticamente y de ser reproducido en un laboratorio. Por tanto la ciencia, por propia elección, no es el instrumento adecuado para abordar temas filosóficos o religiosos. Otro ejemplo sería que los estudios bioquímicos indican que el cerebro masculino y femenino se configuran de modo diferente y que por tanto el sexo está impreso en la propia naturaleza del individuo, de manera que se ha podido comprobar " y grabar " que niños muy pequeños eligen juguetes diferentes en función de su sexo.

            La misa es difícil de seguir a cualquier edad pero los propios textos litúrgicos ofrecen suficientes claves para que todos (incluidos los niños) puedan entender lo que se está celebrando. Además existen libros que ayudan a explicar bien la liturgia tales como "Sacrosantum Concilium" del Vaticano II y "La introducción a la liturgia" del cardenal Ratzinger).  Para muestra vale un botón. Antes del "Sanctus" se reza el "Prefacio", donde el sacerdote desgrana diversos motivos para dar gracias a Dios (la misa es la eucaristía, la acción de gracias). Al final se suele decir una frase del siguiente tenor "Por eso con los ángeles y los santos proclamamos tu gloria, diciendo:" Esa sencilla frase da pie a una catequesis completa sobre lo que es la misa y al modo de participar en ella. En primer lugar la misa no es una reunión de amigos que quieren hacer algo, es la participación en la liturgia de toda la iglesia, incluidos los santos del cielo y los propios ángeles. Por tanto, no valen las ideas brillantes del celebrante, ni las ganas de participar de los niños o de los laicos. Habrá que hacer lo que haga toda la Iglesia, porque es toda la Iglesia la que participa y habrá unas maneras más correctas que otras de dirigirse al Señor. Por otro lado, ¿a qué adulto o a que niño no le ha de resultar maravilloso unir su voz a la voz de la Santísima Virgen para alabar al Señor?, Y es que no sólo cantará con la Virgen sino con su ángel custodio, y con san Miguel y san Gabriel y todos los grandes santos cuya vida debe ya conocer. Además también estarán cantando los abuelos y los demás familiares que ya han muerto y estén en el cielo?

            Lo que se dice en la liturgia está siempre de acuerdo con la fe de la Iglesia, la liturgia es la fe vivida. Por eso quien haya prestado atención a lo que se dice en misa sabe ya mucho dogma. Por ejemplo, si uno se pregunta si existe el purgatorio es fácil contestar que sí, sabiendo que en la misa se reza por los difuntos. Si todos los muertos fueran directamente al cielo (o al infierno) no haría falta rezar por nadie. De la misma manera se puede afirmar que hay ángeles, porque aparecen citados varias veces a lo largo de la misa, la primera vez en el yo pecador. Incluso las relaciones dentro de la Santísima Trinidad quedan reflejadas en la liturgia, y no solo en el credo, todas las oraciones se dirigen al Padre por el Hijo, que es el verdadero sacerdote de toda liturgia. (Es intolerable, por tanto, que algún celebrante introduzca sus propias frases en el texto litúrgico, con el consiguiente riesgo de inducir a error al pueblo de Dios).

            Lo moral  viene siempre después de la fe. A quién ha "conocido" a Jesucristo le urge preguntar ¿Señor qué quieres que haga?. Aun así, la moral cristiana es muy elevada y no sólo es prácticamente imposible de seguir (se requiere la ayuda de la gracia) sino que cuesta aceptarla teóricamente. Sin embargo, si se admite que lo que enseña la Iglesia es lo que Jesucristo pide, es relativamente fácil entender que la ley de Dios es bastante razonable. Por ejemplo, si un adolescente vive cristianamente es posible hacerle ver que las relaciones prematrimoniales van a entorpecer gravemente su capacidad de discernimiento durante el noviazgo, que la venganza engendra un círculo infernal de violencia del que sólo se puede salir mediante el perdón, etc.

            Un tema muy importante a tratar con los hijos es el del sufrimiento en general (y el del dolor en particular), que es una realidad bastante misteriosa y difícil de sobrellevar. Hay que contar con él, ya que es prácticamente imposible evitarlo por completo (aparte de que el martirio es siempre una realidad en demasiadas partes del mundo). En primer lugar, se puede decir que Dios no es indiferente a nuestro dolor: de hecho Jesucristo sufrió a lo largo de su vida mortal, especialmente a la hora de la muerte. A continuación se debe recalcar que el dolor no es la última palabra; tras la cruz viene la Resurrección. Por otro lado, aunque pueda parecer paradójico, el dolor puede ser muy beneficioso para el que sufre. A veces es un último recurso de Dios para "forzar" una conversión. En todo caso, siempre es una ocasión para madurar humana y espiritualmente, para aceptar humildemente la propia debilidad, para evangelizar a los cercanos si se mantiene la paz y para colaborar en la terea redentora del Salvador uniéndose a su Pasión (logrando la remisión de los pecados propios y ajenos). Por otro lado, el que sufre tiene en sus manos un enorme poder, pues Dios escucha complacido su oración cuando pide bienes espirituales; superación de defectos, cambios de conducta, recuperación de la fe, reconciliación de enemistados, etc. (La madre Teresa de Calcuta pedía a sus amigos enfermos que rezaran por ella cuando quería resolver algún problema difícil). Finalmente, el sufrimiento es un lugar privilegiado para encontrarse con Jesucristo en la Cruz. Este encuentro se traduce, además, en un alivio sensible, según la frase del evangelio "mi carga es ligera". Para ello deben darse varias condiciones: amar mucho a Dios, no buscar el dolor y desear estar con Jesucristo diciéndole "Estaría todo el tiempo así " sufriendo " con tal de estar contigo"

noticia