Martes, 19 de marzo de 2024

comentarios de un liberal perfeccionista

Michèle Tribalat y la inasimilabilidad del Islam europeo

Se recuerda estos días que el alto porcentaje de población islámica en Cataluña (6.8% en 2015: el doble que en el conjunto de España, donde es del 3.4%) no es ajeno al hecho de que dos tercios de las mezquitas salafistas se encuentren en el Principado, ni tampoco a que esa región se haya convertido en vivero de yihadistas. Por supuesto, la mayoría de los musulmanes son pacíficos. Pero si uno de cada diez es salafista y uno de cada cien salafistas está dispuesto a pasar al terrorismo, es claro que, a más musulmanes, más riesgo.

Francia es, después de Bulgaria, el país europeo con más alto porcentaje de musulmanes, y también el lugar donde más vivo es el debate sobre su asimilabilidad. Pocas lecturas más esclarecedoras a este respecto que la de Michèle Tribalat, especialista en demografía que publicó en 2013 Assimilation: La fin du modèle français.

Tribalat es una socióloga rigurosa, más interesada en la búsqueda de la verdad que en la defensa de tal o cual tesis anti- o pro-inmigración. Por ejemplo, desestima como exagerada "para el año 2010- la cifra tópica de "cinco o seis millones de musulmanes en Francia"; según sus propios cálculos, la cifra real en 2010 se situaba en 4.7 millones, un 7.5 % de la población francesa total.

Desde ese interés por la verdad, Tribalat denuncia toda una "ideología de la inmigración" sólidamente instalada en la élite intelectual-mediática y política. Por ejemplo, se intenta convencer a la opinión francesa de que "la inmigración es débil" mediante manipulaciones estadísticas como computar sólo las entradas de extranjeros, sin contabilizar también las salidas de franceses nativos, cuantiosas en los últimos quince años, que contribuyen a un aumento más rápido del porcentaje de población foránea, que en 2009 se situaba en un 8.5% del total. En la década 2000-2010 la población extranjera de Francia aumentó a un promedio de 190.000 personas anuales.

La ideología pro-inmigración, convertida en doctrina oficial, incurre en una contradicción: para evitar la alarma, maquilla el verdadero volumen de la inmigración con trucos contables, pero al mismo tiempo sostiene que, a largo plazo, la llegada de extrauropeos es lo único que nos puede salvar del colapso del Estado de Bienestar por envejecimiento de la población.

Sin embargo, resulta muy dudoso que la inmigración contribuya a la sostenibilidad del sistema asistencial: los inmigrantes tienen en general salarios bajos; por tanto, pagan pocos impuestos y utilizan mucho, en cambio, los servicios públicos.

Las proyecciones demográficas de Eurostat prevén la llegada de 65 millones de inmigrantes a la UE-27 de aquí a 2060. Tribalat ha calculado que la tasa de dependencia -es decir, el cociente entre la población activa (personas con empleo entre 16 y 64 años de edad) y la pasiva (personas de menos de 16 o más de 64 años, más los desempleados entre 16 y 64, asumiendo la persistencia de índices de desempleo y de natalidad similares a los actuales)- apenas se vería perjudicada si no llegara a Europa ninguna inmigración: pasaría de 1.77 en 2012 a 1.28 en 2060 si llegan 65 millones de inmigrantes? y a 1.21 si no llegara ninguno.

Es decir, la avalancha de 65 millones apenas garantiza siete centésimas de mejora en la tasa de dependencia, llamada a un deterioro probablemente insostenible en cualquier caso (si no mejora la natalidad nativa).

La "doctrina oficial" del recurso imprescindible a la inmigración masiva presenta otra falla importante: da por supuesta la integrabilidad de decenas de millones de extraeuropeos, sin tomar en consideración el conflicto cultural.

Sin embargo, los datos que ofrece el libro de Tribalat hablan de una población musulmana cada vez más replegada sobre sí misma, con menor disposición a la asimilación o la hibridación con la sociedad de acogida. La distancia psicológica entre las dos comunidades aumenta: los musulmanes de Francia son cada vez más religiosos; los no musulmanes cada vez lo son menos.

Según la encuesta Teo de 2008, el 49% de los musulmanes residentes en Francia declaraban conceder "mucha importancia" a su fe (y un 29% "bastante importancia"); entre los católicos, los porcentajes respectivos eran del 9% y el 15%.


Cuando se estudia el desglose por generaciones, se comprueba que son precisamente los más jóvenes los más comprometidos con la reislamización: en la franja de edad 18 a 28, el porcentaje de musulmanes que consideran muy importante la religión es del 56%, y el de católicos del 7%. Los musulmanes, por lo demás, se toman más en serio la inculcación de la fe a sus hijos: el éxito en la transmisión es del 90%.

La integración de la inmigración islámica era más exitosa en la década de los 50 y primeros 60, cuando aún no había comenzado el Resurgir Islámico (Huntington), ni tampoco la caída en picado del cristianismo. El Corán, después de todo, permite la acomodación con las "gentes del Libro" (aunque sea como dimmíes), pero se muestra implacable con los ateos.

La descristianización de Europa ahonda el foso espiritual y moral con una masa islámica cada vez más numerosa y ferviente. Cuando se dice que "los inmigrantes deben aceptar nuestros valores", se olvida que nuestros valores actuales parecen ser los de "Mujeres, hombres y viceversa" y el Desfile del Orgullo Gay.

El cálculo inconfesable que está en la base de la "doctrina oficial" inmigracionista es que incluso los musulmanes terminarán rindiéndose a la seducción de nuestros valores hedonista-permisivos, disolviéndose en la masa amorfa de la Europa post-cristiana. Pero los datos indican todo lo contrario. Por ejemplo, la endogamia religiosa aumenta: el 82% de los varones y el 90% de las mujeres musulmanas se casan con musulmanes. Y esas parejas tienen más hijos que los franceses nativos.

Todo apunta a un orgullo cultural y autoconfianza creciente en los musulmanes europeos: en el Reino Unido se hace la vista gorda ante el funcionamiento de "tribunales de sharia"; los colegios franceses "halalizan" preventivamente el menú de los escolares, para evitar conflictos; proliferan las "no go zones" islamizadas; intelectuales condenados a muerte por el Islam radical han tenido de hecho que enterrarse en vida: Robert Reddeker, Salman Rushdie, Hassen Chalgoumit, Molly Norris, Ayaan Hirsi Ali, Flemming Rose, Lars Hedegaard, Magdi Allam? El libro de Tribalat, publicado en 2013, incluía también en la lista a "Charb", director de Charlie Hebdo. Su sentencia se ejecutó en 2015.

Y cada nueva concesión, lejos de garantizar un razonable statu quo intercultural, multiplica la confianza de los musulmanes, convencidos de pertenecer a una civilización superior, de no tener enfrente más que a una sociedad decadente que abomina de su pasado, se autodenigra como imperialista y racista en sus propios manuales escolares, derriba sus estatuas y desacraliza sus iglesias.

Si la implantación islámica presenta todos estos problemas, ¿por qué no apostar por la promoción de la natalidad de los europeos nativos, de forma que se pueda evitar el suicidio demográfico sin abrir la puerta a la avalancha migratoria? Las políticas natalistas han funcionado en el pasado, y Francia ofrece precisamente el mejor ejemplo de ello, con su reanimación de la tasa de natalidad en la segunda posguerra, estimulada por incentivos legales. Pero la opción natalista nunca es tomada en consideración: animar a las europeas a tener hijos es considerado fascista, xenófobo, machista y ultracatólico (sobre todo, si la promoción de la natalidad es presentada como alternativa consciente a la invasión migratoria). Los dos Estados que están explorando la opción "natalidad europea sí, inmigración no", Polonia y Hungría, son frecuentemente hostigados por la UE y los medios.

La insoslayabilidad de la inmigración es elevada a la categoría de dogma. Puede comprobarse, por ejemplo, en el Comunicado de Prensa de la Sesión 2618 del Consejo de Justicia e Interior de la UE, de 19 de noviembre de 2004, o en el folleto "Una oportunidad y un desafío: La inmigración en la Unión Europea", publicado por la Comisión Europea en 2009.

Sus principios, resume Tribalat, vienen a ser: 1) La ineluctabilidad de la inmigración; 2) El efecto benéfico de la inmigración sobre la economía, la cohesión social y la seguridad, siempre que sepamos gestionarla correctamente; y 3) Las grandes ventajas de la diversidad cultural.


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