Sabado, 23 de noviembre de 2024

Pequeño comentario sobre el trasfondo político del deporte en general, y del fútbol en particular.

No es sólo fútbol

Hace poco tiempo, el entrenador del Barcelona, variando su línea de gentleman, se refirió al entrenador del Madrid, Mouriño, como “el puto amo”. Bien, esto es solamente un aspecto de las escaramuzas que se concretaron en un partido de fútbol,  “Madrid-Barcelona” o “Barcelona-Madrid”, de los cuatro que se tienen que disputar entre los dos grandes rivales.

  Pero ¿estamos hablando de fútbol? No. Al menos, no estamos hablando, solamente, de fútbol. ¿Por qué?

  La utilización política del deporte no es nueva. Para no remontarnos a Grecia o Roma, centrémonos, por un momento, en las Olimpiadas. Recordemos que, mientras duró el experimento soviético, las Olimpiadas eran el tablero en el que se “pegaban” los dos grandes, Estados Unidos y la Unión Soviética. Aparte de la rivalidad entre las dos Alemanias, la capitalista y la comunista. O las medallas que podían conseguir los países “satélites” de la URSS.  

Si pasamos a la España de las Autonomías, podemos ver (al menos para el iniciado) que los catalanistas y allegados han calificado, y califican, al Barcelona como “Mes que un club”. O sea, no se conforman con un club de fútbol. La paranoia catalanista les permite visualizar al equipo  de fútbol como un aguerrido gladiador que defiende el honor mancillado de la Cataluña eterna. ¿Por quién? Por la bota castellana. ¿Verdad que suena ridículo? Claro. Es que así de ridículos son los culé-catalanistas.  

Pero, aunque sean ridículos, representan un peligro. No sólo por el agresivo fanatismo futbolero sino, también, por un proyecto separatista antiespañol. Aunque haya gente que, todavía, no quiere enterarse de lo que pasa.

  En el oasis. Cat,  no es de buen tono “ser del Madrit”. Sea usted carpintero, barrendero, diputado o empresario. O hablar en español, la lengua de Franco. O decir que no hay libertad para elegir la lengua de enseñanza, si ésta es la lengua española. O votar al Partido Popular. O negar que Cataluña esté explotada y expoliada por Madrit. Puede perdonarse que usted haga o defienda una de estas cosas. Pero todas juntas muestran que estamos en presencia de un “puto españolista”.   ¿Cómo sorprenderse de que se utilicen los bajos instintos (y los de media altura) para incitar el odio al invasor? En eso estamos. ¡Barça, Barça, Barça!  


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