Es la primera obra de este género que escribió el compositor británico, y supuso uno de los mayores éxitos de su carrera, sin embargo los ovetenses accedimos primero a otra opera suya posterior (1954) titulada: “Otra vuelta de Tuerca”.

         Peter Grimes está inspirada en el poema Borough de George Crabbe, a partir del cual escribió el libretto Montagu Slater y Britten la compuso por encargo de la Koussevitzky Music Fundation.      

    Se ha hecho mucha literatura sobre el amargo, sombrío, descorazonador e incluso truculento tema que desarrolla el poema elegido para escribir el libretto y los motivos de Britten para musicar precisamente una obra de esa naturaleza donde habría volcado todas sus frustraciones y reproches hacia una sociedad que no lo aceptaba tal y como era en toda su dimensión personal. Sin embargo a pesar de este “victimismo” fue el primer músico que fue distinguido con un título nobiliario.

         Peter Grimes como antes dije gozó del favor de la crítica que la consideró una de las más importantes óperas del siglo XX, sin embargo es una obra desigual, en la que el protagonismo del coro es la columna vertebral de la composición, ejerciendo el papel del “malo”, la sociedad cotilla y malintencionada que con sus verdades a medias y sus prejuicios anula el espacio vital del que es diferente –se dice expresamente en el texto- hasta aniquilarlo. Y las mejores ideas musicales de la obra pertenecen a este protagonista coral.

El coro de la ópera de Oviedo hizo un esfuerzo digno de mención porque su papel fue extenuante tanto por la parte actoral de  intensidad constante y compleja como por la dificultad musical y vocal, el coro tuvo que ensayar duro para lograr el resultado que disfrutamos ayer.    

      El papel del protagonista, un desastrado marinero burdo, grosero y brutal pero con sueños de una vida tranquila y próspera al lado de la única mujer que lo apoya, pero al que todo le sale rematadamente mal en una pirueta de mala suerte que deja en nada los excesos tan ironizados de la operas del romanticismo y el verismo –los grumetes se le mueren como si fueran mosquitos atacados por un insecticida letal- esta concebido como un coloso vocal que tiene que hacer alarde de sus dotes constantemente, consiguiendo la partitura momentos de dramatismo desgarrador pero totalmente fallida en la evocación y el lirismo. Stuart Skelton fue un Peter Gremes mas que notable con una voz perfectamente colocada que le permitió desarrollar su “endiablado” papel sin ningún altibajo.

Su dúo con Ellen Orford, la maestra amiga y enamorada, interpretado por Judith Howarth en el primer acto fue notable y la frase de ella llamándolo contenía una célula que resonará en “Otra vuelta de tuerca” Judiht Howarth fue una maestra notable en lo vocal, magnífica en el cuarteto de las mujeres del segundo acto y conmovedora en el aria del acto final, donde Britten sí consigue transmitirnos lirismo dulzura y la evocación del bien anhelado y perdido.

 El único amigo del protagonista el capitán Balstrode, quien paradójicamente es el que lo conmina a que se suicide como única salida a su situación, interpretado por Peter Sidhom estuvo a la altura de los protagonistas con una voz rotunda y poderosa que se prodigó con generosidad.

El resto del elenco cumplió con su papel.

 La OSPA fue el cañamazo que hiló a la perfección la línea musical. Merece destacarse el sólo de viola y los pequeños apuntes del arpa.

 La obra desde el punto de vista orquestal tiene momentos espléndidos para dar paso a otros de atonía que rompen el discurso musical como en el primer acto tras el juicio. Quizá contribuyó a ello el director Corrado Rovaris que ralentizó en exceso algunos intermezzos.

 Musicalmente y desde el punto de vista vocal en conjunto quizá sea la representación más lograda de esta temporada que finaliza. Me pregunto por qué siempre se privilegia, en cuanto los recursos, este tipo de obras, temporada tras temporada en los últimos años.

 La escena como no podía ser de otro modo no respetó la ambientación cronológica del original que la sitúa en 1830. Tampoco se interesó por el leit motiv casi obsesivo del mar, éste brilló por su ausencia y en este caso la economía de reducir el aparato escénico a unas mesas ¿de pescadería? situadas en distintas posiciones y  movidas en escena no resultó en absoluto adecuada para describir el ambiente en el que se desarrollan los acontecimientos.

 La sobreactuación grotesca de los personajes, especialmente el de las sobrinas de la tabernera y la de la misma tía, recordaban a los esperpentos de Valle Inclán pero vacíos de su talento.

También tuvimos que soportar las ya habituales faltas de buen gusto, ¿estarán nuestros directores de escena obsesionados por mostrar las necesidades fisiológicas más elementales del género humano? Si pretenden sorprendernos o escandalizarnos lo único que consiguen es que nos sumamos en el más profundo de los aburrimientos. Y encima deben creer que innovan algo, cuando lo nuevo sólo nace fruto de la búsqueda de la perfección aliada con el talento, no es algo que decidimos hacer, recurriendo a trucos que nada tienen de novedoso pero que pensamos que así nos considerarán modernos.

Britten es un compositor reputado pero como autor de óperas quizá esté sobrevalorado, en ellas hay pasajes de excesiva ligereza que evocan su faceta de escritor de música cinematográfica. Además su obsesión por lo sórdido y opresivo lo aleja en exceso de la belleza, algo que el arte del siglo XX desterró como objetivo primordial de su interés, actitud que describe a la perfección por qué fue uno de los siglos más atroces de la Historia.

Cósima Wieck