Sabado, 23 de noviembre de 2024

temas pro vida

Rajoy y Sarkozy, vidas paralelas

El libreto es el mismo: bases conservadoras, líderes progres. Con una diferencia: en Francia el electorado conservador no es tan cautivo por el Frente Nacional y el sistema electoral unipersonal.


"Temo que, dado el estado de tensión y división al que el método escogido por François Hollande [para imponer el matrimonio homosexual] ha llevado a la sociedad francesa, el remedio sería peor que la enfermedad. No cambiaré, por tanto, esa ley, pues mi prioridad será volver a unir a los franceses. Es un tema sobre el que reconozco haber evolucionado".


Estas son las palabras con las que zanja Nicolas Sarkozy en su libro La France pour la vie, publicado a finales de enero, la cuestión del matrimonio gay, que dio lugar en 2013 a La Manif Pour Tous, la más potente movilización de la derecha social francesa en muchas décadas. A los españoles nos resultan siniestramente familiares: se parecen a las que utilizó Rajoy para tirar a la basura en septiembre de 2014 su promesa de reformar la ley del aborto. "No hay consenso, la sociedad está dividida". Y como hay dos bandos? ellos se alinean con el de izquierda, traicionando a sus propios votantes.


El caso Sarkozy es especialmente doloroso. Pues, a diferencia de Rajoy, él sí parecía tener un discurso que iba más allá de "haremos las cosas de sentido común" y "la economía lo es todo". Hablamos del hombre que proclamó tras su victoria en 2007 que "hoy termina mayo del 68"; el que publicó un libro jugoso sobre La República, las religiones, la esperanza; el que cantó a la "laicidad positiva" en San Juan de Letrán: "Francia necesita católicos convencidos que no teman afirmar que lo son". Sarkozy pareció durante unos años el adalid de una derecha desacomplejada, dispuesta a retar a la izquierda en el terreno de los valores.


Hélas, la praxis gubernamental de Sarkozy repitió la triste pauta del centro-derecha en toda Europa occidental: convalidación de los experimentos de ingeniería social de los gobiernos de izquierda precedentes. Sarkozy no tocó el PACS, ni la ley del aborto, ni nada. Ni siquiera tuvo el gesto simbólico de crear un Ministerio de la Familia, como había prometido en alguna ocasión. Sí creó un Ministerio de Cohesión Social? que confió a una adepta de la causa LGTB. Sus incumplimientos en los asuntos moral-culturales dieron lugar a la dimisión de miembros de su equipo que sí habían creído las grandes palabras, como Emmanuelle Mignon.

¿Por qué maltratan así a sus votantes? Porque son cínicos oportunistas que no creen en nada que no sea la ocupación del poder como un fin en sí mismo. Y porque estiman que se lo pueden permitir políticamente. Piensan que no sale a cuenta apoyar causas "conservadoras": el coste mediático es muy alto; el sector social que cree esas cosas tiende a disminuir; además, se trata de un electorado cautivo que terminará volviendo al redil, por mucho que se lo abofetee, pues no tiene adonde ir.

La tragedia de la derecha social es similar, pues, en España y Francia. Los cientos de miles de españoles que marcharon contra la ley del aborto en 2009, los más de un millón de franceses que se echaron a la calle contra el matrimonio gay en 2013, son apestados a los que sus representantes políticos desprecian. El libreto es el mismo: bases conservadoras, líderes progres. En 2012 la UMP (hoy Los Republicanos) permitió la formación de corrientes internas institucionalizadas: la moción que consiguió más votos de los afiliados (el 28%) fue una titulada "La derecha fuerte" (¡!), liderada por Guillaume Peltier, entusiasta de La Manif Pour Tous. La segunda más apoyada fue "La derecha social", encabezada por Laurent Wauquiez, también comprometido con la causa pro-familia. Pero los dos líderes con posibilidades para las presidenciales son Nicolas Sarkozy y Alain Juppé. Ni uno ni otro revocarán el matrimonio gay: Juppé concede generosas subvenciones a las asociaciones LGTB como alcalde de Burdeos.

La Manif Pour Tous ha descartado crear un partido propio; su apuesta para influir en política consiste en infiltrar y presionar a Los Republicanos a través de la plataforma Sens Commun. El sistema electoral francés favorece esa estrategia: allí los diputados son elegidos en circunscripciones uninominales; se deben a su electorado, no al líder que los incluya en listas provinciales cerradas; de ahí que los políticos tengan una personalidad ideológica propia y se desmarquen a menudo de la disciplina de partido.

Sens Commun aspira a presionar a Los Republicanos inquiriendo su opinión sobre temas de familia y bioética, y primando a los mejores, mientras se penaliza a los "progresistas". La táctica ha dado cierto resultado, con Laurent Wauquiez obteniendo estupendos resultados en las elecciones regionales, mientras pijo-progres como Nathalie Kosciusko-Morizet se estrellaban en las municipales. Pero parece tener un techo de cristal: los dos Republicanos con posibilidades presidenciales han vuelto la espalda a La Manif.

Y hay una diferencia esencial entre Francia y España: allí el electorado conservador no es tan cautivo, pues dispone de otra opción en la derecha, que es el Frente Nacional, aupado ya un 30% de la estimación de voto. Marine Le Pen no se incorporó a las manifestaciones de 2013, estimando que el matrimonio gay y su contestación eran "cortinas de humo para distraer de las cosas que realmente importan" (a saber, la inmigración, la delincuencia y el paro). Pero lo cierto es que se ha comprometido a derogar la ley Taubira si llega al poder. Y crece en su partido la interesante figura de Marion Maréchal-Le Pen, la más joven parlamentaria de la historia francesa, que defendió ardientemente la causa de La Manif en la Asamblea Nacional, denunciando las detenciones de activistas (alguno como Nicolas Bernard-Buss fue tratado como un terrorista, recluido en celdas de aislamiento). Ella sí participó en las manifestaciones, pese a que se vetó su presencia en la pancarta de cabeza. Y se desmarca sutilmente de la línea dura de de su tía Marine y de Florian Philippot, con un discurso más liberal y menos antieuropeísta en lo económico, y en cambio más firme en cuestiones moral-culturales como la familia y la filiación. Es una figura en ascenso: cosechó el 41.5% de los votos en la primera vuelta de las elecciones regionales de diciembre pasado en Provenza-Alpes-Costa Azul.


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