Sabado, 20 de abril de 2024
de la Iglesia
Rezad por los difuntos
Me parece muy difícil escribir el sermón de cualquier misa de exequias. Pero, ahora que por la edad me toca acudir a menudo a despedir a gente más o menos conocida, sufro de veras cuando el oficiante comienza la homilía. De un lado, cada vez se parecen más a los panegíricos que vemos en los oficios religiosos de las películas americanas. De otro, son tan abundantes las citas a la misericordia divina y tan pocas a los pecados de los hombres, que parece que el difunto acaba de empezar el proceso de canonización. Se podría concluir fácilmente que el fallecido ya no necesita nuestras oraciones, ni nosotros debiéramos cambiar de vida, porque, al final, nos perdonan todo, sin más.
Sin embargo, si uno lee las biografías de las grandes difusoras de la Divina Misericordia, como santa Faustina Kowalska o la beata madre Esperanza, lo que queda claro es que precisamente Dios es misericordioso porque está siempre dispuesto a perdonar nuestros pecados, por graves o reiterados que éstos sean, si nos arrepentimos. Además, no omiten la necesaria referencia a la justicia de Dios. Esto último se aprecia, sobre todo, en sus continuas referencias a las almas del purgatorio y a sus sufrimientos. El papa Benedicto XVI explica con gran fuerza y profundidad lo que ocurre al pecador que se salva cuando se encuentra con Dios al morir ("Spe salvi" 45 y ss.)
Es fácil pedir por las almas del purgatorio, rezando rosarios, ofreciendo misas y ganando indulgencias plenarias. Está en nuestras manos y, además de una obligación, es la mejor forma de amar a nuestros difuntos.
Columnistas
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