Domingo, 12 de enero de 2025

el santo d e la semanA

San Alfonso María de Ligorio

Alfonso María de Ligorio nació en 1696 en el seno de una familia napolitana noble y rica. Dotado de notables cualidades intelectuales, con tan sólo 16 años obtuvo el doctorado en derecho civil y canónico. Era el abogado más brillante del foro de Nápoles cuando  abandonó su profesión "y con ella la riqueza y el éxito" y decidió hacerse sacerdote, a pesar de la oposición de su padre. Ordenado sacerdote inició una labor de evangelización y catequesis entre los estratos más bajos de la sociedad napolitana, a la que le gustaba predicar y a la que instruía en las verdades fundamentales de la fe. Con paciencia les enseñaba a rezar, animándolas a mejorar su modo de vivir obteniendo resultados excelentes: casi se acabaron los robos, los duelos y la prostitución.

En 1732 fundó la Congregación religiosa del Santísimo Redentor. Estos religiosos, dirigidos por Alfonso, fueron auténticos misioneros itinerantes, que llegaban incluso a las aldeas más remotas, exhortando a la conversión y a la perseverancia en la vida cristiana sobre todo por medio de la oración.

Estimado por su bondad y por su celo pastoral, en 1762 Alfonso fue nombrado obispo de Sant?Agata dei Goti, ministerio que, por concesión del Papa Pío VI, abandonó en 1775 a causa de las enfermedades que sufría. Alfonso fue canonizado en 1839, y en 1871 fue declarado doctor de la Iglesia y proclamado por el Papa Pío XII «patrono de todos los confesores y los moralistas».

En su época se había difundido una interpretación muy rigorista de la vida moral, entre otras razones por la mentalidad jansenista que, en vez de alimentar la confianza y esperanza en la misericordia de Dios, fomentaba el miedo y presentaba un rostro de Dios adusto y severo, muy lejano del que nos reveló Jesús. San Alfonso, sobre todo en su obra principal, titulada Teología moral, propone una síntesis equilibrada y convincente entre las exigencias de la ley de Dios, y los dinamismos de la conciencia y de la libertad del hombre, que precisamente en la adhesión a la verdad y al bien permiten la maduración y la realización de la persona. A los pastores de almas y a los confesores Alfonso recomendaba ser fieles a la doctrina moral católica, asumiendo al mismo tiempo una actitud caritativa, comprensiva, dulce, para que los penitentes se sintieran acompañados, sostenidos y animados en su camino de fe y de vida cristiana. San Alfonso nunca se cansaba de repetir que los sacerdotes son un signo visible de la infinita misericordia de Dios, que perdona e ilumina la mente y el corazón del pecador para que se convierta y cambie de vida. En nuestra época, en la que son claros los signos de pérdida de la conciencia moral y "es preciso reconocerlo" de cierta falta de estima hacia el sacramento de la Confesión, la enseñanza de san Alfonso sigue siendo de gran actualidad.

La espiritualidad alfonsiana es, de hecho, eminentemente cristológica, centrada en Cristo y en su Evangelio. La meditación del misterio de la Encarnación y de la Pasión del Señor son frecuentemente objeto de su predicación, pues en estos acontecimientos se ofrece «abundantemente» la Redención a todos los hombres. Y precisamente porque es cristológica, la piedad alfonsiana es también exquisitamente mariana.

Nuestro santo, análogamente a san Francisco de Sales, insiste en decir que la santidad es accesible a todos los cristianos Con respecto a la oración escribe: «Dios no niega a nadie la gracia de la oración, con la que se obtiene la ayuda para vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, replico y replicaré siempre, mientras viva, que toda nuestra salvación está en el rezar». Entre las formas de oración aconsejadas encarecidamente por san Alfonso destaca la visita al Santísimo Sacramento o, como diríamos hoy, la adoración, breve o prolongada, personal o comunitaria, ante la Eucaristía.

San Alfonso María de Ligorio es un ejemplo de pastor celoso, que conquistó las almas predicando el Evangelio y administrando los sacramentos, combinado con un modo de actuar basado en una bondad humilde y suave, que nacía de la intensa relación con Dios, que es la Bondad infinita. Tuvo una visión optimista, pero realista, de los recursos de bien que el Señor da a cada hombre y concedió importancia a los afectos y a los sentimientos del corazón, además de la mente, para poder amar a Dios y al prójimo.


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