Miercoles, 27 de noviembre de 2024
Saturno y sus hijos
Nosotros somos sus descendientes. Educados bajo el sistema que diseñó Maravall y ellos aprobaron, hemos realizado estudios en la universidad que ellos nos prepararon y al salir hemos trabajado como eternos becarios, practicantes en precario o esclavos senegaleses en sus empresas o administraciones. Aún no nos han agradecido haberles ahorrado la contratación de personal laboral justamente remunerado.
Afirman que no valemos lo que nos pagan, que el problema del país es la productividad del empleado. Quizás si su universidad dejase de ser un mero aparcamiento de veinteañeros valdríamos mucho más, aunque en realidad no están dispuestos a permitir que podamos llegar a valerlo, puesto que podríamos llegar a ser una devastadora competencia. En todo caso, cuando llegamos a valerlo, nunca nos pagan más de lo fijado estrictamente por convenio, ya que no podemos olvidar que “por 900 euros brutos tenemos profesionales como tú a patadas” y que “hay mucha gente en el paro...”
Nutren y dirigen los sindicatos que hacen la vista gorda ante las atroces políticas educativas y laborales del país. Callan como hetairas ante la violación sistemática de derechos laborales contemplados en los convenios colectivos que ellos mismos negocian, callan ante la contratación masiva de inmigrantes ilegales, callan ante los talleres de esclavos chinos en el Levante, pero nunca dejan de hablar de “flexibilización laboral” de los pobres curritos (y de ERES a los que hincar el diente) para compensar su incompetencia, su complicidad y su villanía.
Ellos habitan la miríada de coches y despachos oficiales, impiden la formación de nuevas empresas con trámites infinitos, subvencionan a los “buenos chicos” que se dejan guiar por el buen camino de las siglas políticas y sugieren el pago de jugosas mordidas a promotoras y constructores que luego hemos de pagar los jovencitos que necesitamos una vivienda.
Nos han adoctrinado en educación sexual a una edad en que no nos planteábamos otra cosa que jugar al fútbol o las muñecas, nos han facilitado material pornográfico en series y películas de mediatarde y noche temprana, y modelos de conducta en el crónicas marcianas. Nos han enseñado que el aborto y la eutanasia son un derecho y ser de izquierdas un deber moral, ya sea militando en el PSOE o en el PP.
A pesar de todo esto dicen asombrarse del silencio político, del elevado número de abortos, de la baja natalidad, del alto consumo de drogas, de la imposibilidad de formar familias, de la desgana vital, de la fuga de cerebros, de la ataraxia general... y no dejan de clamar por una reforma social, por un cambio, por aire fresco y joven en el liderazgo del país. Invocan sangre nueva como chamanes, pero cuando aparece la succionan como vampiros hasta exanguinar el corazón del talentoso.
Basta asistir a las conferencias del Instituto de Estudios para la Democracia para ver en acción a este botulínico género humano: ninguno bajo los 60 años; impecablemente vestidos de traje; barbilla y cuello formando ángulo de 100 grados; se sientan en los mejores puestos del aula, no saludan a los jóvenes, ni les miran si no es con gesto de indescriptible desprecio, copan el turno de preguntas con exposiciones de su irrelevante parecer durante cinco agotadores minutos, que suceden a treinta infalibles segundos de lametazo de posaderas al conferenciante.
Y si los padres son pirañas, sus hijos son caimanes y sus nietos tiburones: las becarias son beldades de diente torcido, y los becarios, mamonazos de mirada torva y hedionda falsedad, siempre oteando un atajo navajero hacia el éxito profesional y laboral. Cuando las puertas de la sala quedan tras de uno, se tiene la sensación de que el gallinero nacional no puede estar mejor guardado por las zorras.
Y entre tanta injusticia, miseria y pueril vanidad, hombres como Luis Suárez Fernández o Rafael Rubio de Urquía, con su sabiduría, patriotismo, energía inagotable y sentido común, elevan el espíritu de los pocos jóvenes que aún sentimos como un deber hacer algo por nuestra patria aunque somos conscientes de que, a la manera de Estilicón o Aecio, estas figuras colosales (y el puñado de honestos y vencidos o en vías de ser vencidos que queda de su generación) son sólo luminarias en un océano de sombras.
Poneos morados, Saturnos, pero llorad, llorad mucho. Que no se note que lo disfrutáis.
Columnistas
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