Martes, 07 de mayo de 2024

Sentir con la Iglesia

Resulta necesario recuperar hoy estas palabras de San Ignacio. Es verdad que suenan provocadoras en estos tiempos posmodernos en los que el relativismo campa a sus anchas. Hoy en día, la opinión de cada uno es sagrada: vale igual mi opinión que la del Papa. No vale ningún argumento de autoridad. Todas las opiniones valen lo mismo. Y al final, lo que prima es la opinión pública mayoritaria. Si la mayoría cree que el aborto o la eutanasia son un gran avance de la humanidad, esa será la verdad incuestionable. Vivimos los tiempos de soberbia enseñoreada; los tiempos en los que nada es pecado y en los que Dios no pinta nada en nuestro mundo ni en nuestra vida diaria. Vivimos tiempos de Pilatos: “¿Qué es la verdad?”, le preguntó a Cristo. La verdad es algo subjetivo y cambiante, algo inaprehensible, como el agua que se nos escapa entre las manos. Por lo tanto, para qué intentar alcanzar la verdad: cada uno que piense y obre como le dé la gana.

Lo mismo ocurre dentro de la Iglesia. Hoy en día, y desde hace ya demasiados años, muchos teólogos, religiosos, monjas, curas o simples laicos se empeñan en un discurso de permanente discrepancia con el Santo Padre y con los Obispos. Muchos predican públicamente doctrinas heréticas que se apartan radicalmente del magisterio de la Iglesia y se autoproclaman “profetas” para disentir abiertamente del Papa. Pero no se van de la Iglesia, como hacía antiguamente cualquier hereje que se preciara de serlo, sino que permanecen dentro de ella para seguir socavándola y mancillándola. La mayoría de los que disienten suelen sostener posturas marxistas como los teólogos de la liberación, pero también nos encontramos con liberales; o con tradicionalistas que desde sus posiciones atentan contra la unidad de la Iglesia, como en el caso de los cismáticos lefebvrianos.

El daño que han hecho y que siguen haciendo estos profetas de la herejía o del cisma es realmente grave y así lo ha expresado reiteradamente Benedicto XVI. Están provocando desorientación en los fieles, están destrozando las escuelas y las universidades (supuestamente) católicas, están adulterando la liturgia y colaborando con la secularización interna de la Iglesia y con la apostasía silenciosa que está conduciendo a Occidente al abismo moral.

Hace unos días, por poner un ejemplo, asistíamos a la polémica que suscitó la decisión de Monseñor Jesús Sanz Montes en Asturias de trasladar a determinados sacerdotes y de realizar cambios en la curia ovetense: artículos en prensa y en blogs, manifestaciones, recogida de firmas… ¿Es que el Arzobispo no está en su derecho de regir su diócesis? ¿Es que ahora el Arzobispo va a tener que convocar un referéndum cada vez que quiera cambiar a un sacerdote de una parroquia a otra? ¿En qué creen cuantos se rasgan las vestiduras cuando su obispo, simplemente, decide trasladar a un cura de parroquia?

Por eso la Nueva Evangelización debe retomar el espíritu de San Ignacio de Loyola o de Santo Tomás Moro, que dio su vida por mantenerse fiel al Papa. Frente a la soberbia que conduce al relativismo moral y al disenso con el Magisterio de la Iglesia, hemos de recuperar la humildad del “sentir con la Iglesia”. Debemos volver a la obediencia al Papa y a los Obispos, al margen de nuestras propias opiniones, de nuestros propios intereses y de nuestras valoraciones personales. Y debemos utilizar las posibilidades que hoy en día nos brindan las redes sociales e Internet para hacernos presentes y proclamar nuestra adhesión incondicional al Santo Padre y a la doctrina de la Santa Madre Iglesia. Debemos recuperar el espíritu de la Contrarreforma y articular un movimiento de laicos que juren fidelidad al Papa y a la Iglesia Jerárquica y que desde la política, desde los medios de comunicación, desde el ejercicio de la propia profesión y desde la recuperación de la escuela y la universidad para Cristo, reconquisten España y Occidente para Nuestro Señor, proclamando el Evangelio “sine glossa” y en comunión con la Tradición de la Iglesia. Necesitamos recuperar el espíritu de los Cruzados, con las armas de la devoción a la Virgen y al santo rosario y de la adoración al Santísimo: un espíritu militante firmemente enraizado en Cristo y en su Iglesia, la única Iglesia verdadera: la Santa, Católica y Apostólica. Como laico que soy, echo de menos una fraternidad de seglares comprometidos en cumplir con diligencia y fidelidad, tanto en lo que expresen de palabra como en su manera de obrar, sus obligaciones de obediencia con la Iglesia y con el Santo Padre. Pongámonos manos a la obra.

¡Viva Cristo Rey!


Comentarios

Por Resistentes 2012-07-20 01:31:00

El articulo es desigual,pero el enemibo si esta dentro


Por Abogados falangistas 2012-07-19 22:14:00

Buen artículo D. Pedro, tenemos el enemigo dentro


Por sISTEMATICO 2012-07-19 14:16:00

no es adecuado mezclar argumentos de gran calado y problemas de una gravedad extrema, con temas menores de tipo mas bien administrativo y relativos a las pequeñas miserias humanas porque desvirtuan el mensaje


Por Pastelero 2012-07-19 11:18:00

El discurso es teóricamente impecable, pero las cosas son como son. En una carta a los lectores, en un diario asturiano, se escribía hace unos días que no son tiempos de "seguidismos merengosos", y no lo son. Y me estoy refiriendo a los recientes nombramientos en la diócesis de Oviedo. Nadie está discutiendo la autoridad del obispo, ni cuestionando la obediencia debida (no creo que pueda hablarse mínimamente de resistencia a la realización de los traslados dispuestos), ni mucho menos, como dice el columnista, pidiendo un referendum cada vez que se traslada un cura (por cierto no ha sido uno, sino treinta y tantos de una sola tacada, algo sensiblemente diferente y que no se veía en Asturias desde hace décadas y cuando había curas como setas). Pero uno no puede negar las evidencias cuando en algunos de estos nombramientos se adivinan maniobras y cacicadas del entorno del prelado (seguramente no de él, que casi recién llegado es difícil que pueda estar sujeto ya a intereses de unos u otros- se le concede el beneficio de la duda). Lo que se pide es más sosiego y consultas a la hora de tomar medidas, entre hacer un referendum y ni siquiera hablar con los curas afectados para saber su parecer antes de disponer el traslado (a la mayoría se les dio hecho, y si lo quieres lo tomas y si no lo dejas) hay un término medio. Obediencia sí, pero razón también. Con un dedo no se puede tratar de tapar el sol que luce. Ya lo dijo Chesterton con frase mejor: "los católicos al entrar en la Iglesia nos quitamos el sombrero no la cabeza". Nada de referendum para nombrar a un cura, pero tampoco hacer de un nombramiento una verdad de fe que deba ser aceptada y encima alabada. Se puede y se debe criticar si es preciso, y no es ninguna tragedia.


Por Sara Villanueva 2012-07-19 01:41:00

La cita de San Iganacio es un arma de doble filo porque curiosamente, una orden que tiene el cuarto voto de su disposición incondicional a las ordenes del Papa, pocas ordenes le han desobedecido tanto hasta el punto que Juan Pablo II tuvo que intervenir personalmente, deponer al padre Arrupe y nombrar al padre Kolvenbach general para que metiera a los "obedientes" jesuitas en "cintura"


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