Sabado, 23 de noviembre de 2024

y no morir en el intento

Dirigir un colegio católico (1)

Quede claro antes de empezar que no soy yo quien para dar lecciones a nadie; que no me considero mejor que nadie. Y que muchos podrían responderme con aquello de "médico: cúrate a ti mismo". Ya se sabe que el Señor no llama a los más sabios ni a los mejores. Escoge a los más débiles, tal vez a los menos capaces; seguramente para que así quede más patente su poder y su gloria. Lo único que pretendo es invitar a la reflexión sobre la difícil tarea de dirigir un colegio católico y rendir mi humilde homenaje a cuantos entregan buena parte de su vida a ese servicio.

Dirigir un colegio resulta una tarea ardua. El director de un colegio tiene una multitud de tareas y responsabilidades que afrontar: atender a los padres que confían la educación de sus hijos al colegio; conocer, cuidar y educar a los alumnos; animar y apoyar (y, cuando sea preciso, corregir o amonestar) a los profesores y al personal no docente. Y además, atender y supervisar toda la ingente tarea burocrática que las Administraciones Públicas te obligan a cumplimentar.

El primer responsable de todo cuanto ocurre en el colegio es el director. Y el primero que tiene que dar la cara y asumir las responsabilidades es el director. Hace unos días contaban en la radio que un niño de tres años había salido del colegio sin que nadie se percatara y se había quedado solo en la calle hasta que alguien lo encontró y lo llevó de vuelta al colegio. Cuando los padres fueron a pedir explicaciones, al parecer el director tardó en dar la cara, los hizo esperar con la excusa de que estaba reunido y luego escurrió el bulto de mala manera. Ese es un ejemplo de mala praxis en la dirección de un colegio. Cuando se comete algún error o se mete la pata, el director debe asumir la responsabilidad y descargarla de su equipo. Y cuando las cosas van bien, el mérito y el reconocimiento siempre debe recaer en su equipo. Quien quiera medallas que se aliste en el ejército.

El director de un colegio tiene que marcar el norte. Tiene que tener claro cuáles son los objetivos del colegio, cuál es la misión de ese colegio, hacia dónde debe caminar ese centro educativo y cuáles son los valores que se quieren transmitir. El director y su equipo deben poner los medios necesarios y tomar la decisiones oportunas para que el colegio sea lo que tiene que ser. Y el director del colegio, como representante de la titularidad del mismo, tiene que tener claro cuál debería ser el resultado final de su tarea; es decir, qué tipo de personas quiere formar.

Esos objetivos, esa personalidad del colegio, esos fines educativos que busca alcanzar el colegio deben estar claramente recogidos en el Proyecto Educativo del centro que todos los padres deben conocer antes de matricular a sus hijos. Los padres deben saber qué tipo de educación se les va a impartir a sus hijos, qué valores se van a inculcar y cuál es el modelo de persona que el centro educativo persigue alcanzar. Así no habrá malos entendidos. Y luego el colegio tiene que cumplir lo que promete, claro está. Si prometes educación católica, no puedes ofrecer educación "new age" ni agnóstica. Todos debemos exigir y exigirnos coherencia entre lo que dices que vas a dar y lo que efectivamente das. Si de lo que hablamos es de colegios católicos, lo primero que tiene que garantizar el centro educativos es que sea efectivamente católico; es decir, fiel al Evangelio y al magisterio de la Iglesia; al Catecismo, a los obispos y al Santo Padre.

Y el primero que tiene que garantizar esa fidelidad a la Iglesia en un colegio católico es el Director. Porque " parecería obvio, aunque a la hora de la verdad no siempre lo sea tanto " el primer requisito que se debe exigir de un director de un colegio católico es que ese director sea católico. Antes, casi todos los directores eran religiosos o religiosas y eso garantizaba el cumplimiento de esta premisa. Ahora cada vez son más los directores seglares. Y eso supone una dificultad añadida. El director tiene que ser un hombre o una mujer de fe y debe vivir en consonancia con ella. Se debe exigir coherencia eucarística. No se puede ser católico de ocho de la mañana a cinco de la tarde. Se es católico las veinticuatro horas del día o no se es. Porque uno debe predicar con el ejemplo. Un profesor católico debe ser santo: debe llevar una vida ejemplar. No se puede ser profesor " menos aún director " de un colegio católico y ser adúltero, borracho, vicioso o degenerado. No puedes pretender que nadie te crea cuando hablas contra las drogas si luego te encuentran colocado por la calle o borracho. No puedes hablar de amor ni de fidelidad a tus alumnos si vives en pecado o eres adúltero. Se necesitan profesores y directivos creíbles, honrados, honestos, coherentes, sin imposturas. Y si no tienes fe o tu vida no es ejemplar, mejor te dedicas a otros menesteres y dejas la educación. O dejas el colegio católico y te vas a uno laico. En la transmisión de la fe, la labor de los capellanes, de los profesores de religión, de los directores espirituales o los encargados de la pastoral resulta fundamental. Pero la tarea evangelizadora es responsabilidad de todos en un colegio católico: también del profesor de matemáticas o del de educación física.

Es fundamental que el director de un colegio católico viva en estado de gracia, que se confiese con frecuencia, que participe siempre que sea posible en la eucaristía, que rece y que se ponga a menudo en presencia del Señor. Porque el verdadero director de un colegio católico es Cristo. Por eso, la presencia del Señor en el colegio es imprescindible. El centro de la vida de un colegio católico debe ser el Sagrario. Y el Santísimo debe estar en una capilla accesible donde cualquier profesor, padre o alumno pueda acudir a adorarlo en cualquier momento. Los profesores y los directores de los colegios católicos deben tener su corazón siempre ante el Sagrario. Porque nosotros sólo somos instrumentos en las manos de Dios. Decía San Juan Bautista de La Salle que la educación es un verdadero ministerio de la Iglesia y los maestros, embajadores de Cristo ante sus alumnos. Nada más y nada menos.

Pero nosotros no somos Dios. No tenemos solución para todos los problemas de nuestros alumnos ni de sus familias. Muchas veces los problemas nos sobrepasan. Y lo único que podemos hacer es poner esos problemas en manos de Dios y rogar e implorar por ese alumno que lo está pasando tan mal o por esa familia que se está ahogando económicamente por la crisis o el paro o que está sufriendo una separación. A los directores y a los profesores de los colegios nos gustaría muchas veces ser omnipotentes y solucionar de un plumazo tantos males que aquejan a nuestros niños o a sus padres. Pero no podemos. Nosotros solos no podemos. Y tampoco debemos caer en la desesperación. Lo que sí podemos hacer es pedir a Dios por las necesidades de los niños o de sus padres. Podemos escuchar, animar, echar una mano siempre que sea posible. Pero quien tiene la última palabra es el Señor y a Él debemos implorar día y noche para que nos ayude. El director de un colegio católico debe ser una persona que adore al Señor, que viva con el Señor. Porque si sólo dependemos de nuestras fuerzas estamos abocados a la frustración, al desánimo y a la depresión. Los profesores y los directivos de un colegio católico no somos Dios, pero debemos ser hombres y mujeres de Dios.

Y como el director no se puede multiplicar ni abarcarlo todo ni es omnipotente ni omnipresente, lo que tiene que hacer, además de rezar mucho, es rodearse de un buen equipo directivo. Y si el director, además de ser piadoso, es inteligente (son muchas premisas, ya lo sé) se rodeará de las personas más aptas para ocupar sus cargos intermedios. Siempre hay que intentar rodearse de los mejores, de los que te superan en muchos aspectos, de quienes tienen mayor capacidad de trabajo, de quienes están más comprometidos con su trabajo, de quienes se han sabido ganar el respeto de sus compañeros, de quienes tienen capacidad de liderazgo. Si quienes te rodean son mejores que tú, tienes muchas posibilidades de que las cosas vayan bien. Si te rodeas de mediocres, serviles o aduladores para que te obedezcan y sean sumisas correas de transmisión de las decisiones que tomas tú solito como director, el batacazo estará cantado y la gestión del colegio se resentirá. Un buen director sabe delegar y confiar en sus colaboradores; sabe tomar las decisiones en equipo, sabe escuchar las opiniones de su equipo. El director no siempre tiene la razón y debe ser humilde. Es preciso escuchar a los demás y tratar de buscar soluciones entre todos porque cuatro cabezas piensan más y mejor que una sola. Lo importante es saber generar un ambiente de confianza y libertad para que todos puedan expresarse y opinar. Y siempre que sea posible las decisiones deberían tomarse con el mayor consenso posible dentro del equipo directivo. Teniendo siempre en cuenta que la decisión final y la última palabra la tiene el director, claro está. Pero es importantísimo que una vez tomada una decisión, todo el equipo de dirección respalde y apoye esa decisión sin fisuras. Un equipo donde se prodiguen las deslealtades, proliferen los cuchicheos de pasillos y vuelen las puñaladas traperas, está condenado al fracaso. Y las consecuencias las paga todo el colegio. En un colegio, en cualquier colegio, el trabajo en equipo resulta de vital importancia. En un colegio católico, el equipo directivo, además, debería constituirse en una verdadera comunidad de fe al servicio de la comunidad educativa: profesores, personal no docente, padres y alumnos. El director y su equipo deben rezar juntos y ponerse al servicio de todos y nada que afecte a una familia, a un niño o a un compañero de trabajo les debe resultar ajeno o indiferente.


Comentarios

Por Posada 2014-10-04 19:44:13

El autor se nota que es un profesor ejemplar e inteligente. Ha incurrido en una extraña enfermedad o pasión que no alcanza a todos los empleados y funcionarios; se ha creído su trabajo, tanto que no lo ha interpretado, si no viviso. Si fuese cosa mía, estaba fichado no ya para profesor o director de mi colegio, si no para consejero o ministro de educación.


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