Viernes, 03 de mayo de 2024

Contra la política de la disgregación

Un chute de patriotismo español

Hace unas semanas estuve en San Sebastián por motivos de trabajo. La verdad es que era la primera vez que iba. Me gustó, aunque quizás esperaba algo más. Es lo que suele suceder cuando todo el mundo te habla maravillas de un sitio. Te lo ponen tan por las nubes que uno mismo fija unas expectativas demasiado altas. En cualquier caso –como dije antes- la ciudad me gustó. Muy limpia y, pese a la toma de posesión del nuevo alcalde proetarra, aun hondeaba la bandera española en su Casa Consistorial.  

 Por la noche nos llevaron a cenar a una sociedad gastronómica. Cenamos y bebimos muy bien. Los vascos son buenos anfitriones. A lo largo de la cena, como no podía ser de otra manera, salió el tema político y yo no soy de los que se arrugan y se achantan. La verdad es que pudimos mantener una conversación muy animada, pero muy correcta en las formas. Yo creo que a ellos les sorprendió lo resuelta y decidida de mi posición. No están acostumbrados a que alguien se plante y aborde la cuestión de manera directa y sin complejos. Lo normal es que los españoles no separatistas, cuando sale el tema del nacionalismo separatista, escurran el bulto, eviten el conflicto y cambien de tema, sin contraargumentar para “no herir su sensibilidad”. Como si la única sensibilidad respetable fuese de la suya, como si los españoles orgullosos de ser españoles no tuviéramos sensibilidad o la nuestra fuera menos merecedora de respeto que la de los nacionalistas antiespañoles.

  En este sentido, a lo largo de los dos días que allí estuvimos, observé esa actitud, entre sumisa y cobarde, de algunos compañeros de provincias limítrofes con las Vascongadas, tan apocados y tan sensibles a los sentimientos de los nacionalistas vascos y, sin embargo, tan insensibles con los suyos. Recuerdo el caso de un compañero al que en su día le hice llegar una banderita española para que la pusiera en su despacho, compañero al que yo siempre juzgué como una persona libre de toda sospecha y que él mismo se confiesa como español de pro. Pues bien, me confesó, allí en San Sebastián, que al final no la puso, porque él entendía que la colocación de la banderita española podía herir ciertas sensibilidades o ser un signo de confrontación. Así que, ni corto ni perezoso, decidió sustituir la bandera nacional, la de todos, por esa banderita autonómica de nuevo cuño tan colorida que casi parece la enseña del movimiento homosexual. Porque resulta que las banderitas cantonales no molestan a los separatistas nacionalistas ni a la izquierda federalista. O sea, que las banderitas privativas, las que excluyen, están bien vistas, pero la común, la que nos une e incluye a todos, resulta que no.

  Al margen de esa triste y decepcionante anécdota, yo entré al combate con los nacionalistas vascos con toda una artillería de argumentos sólidos, sobre todo los históricos e ideológicos. Empecé a hablar del mito de Arrigorriaga, de Tubal, mencioné citas del enfermo mental de Sabino Arana, etc. Pero a medida que yo iba desgranando mi contundente argumentación, observaba la cara de indiferencia y despiste de los nacionalistas vascos. Todas esas cuestiones les eran totalmente desconocidas. Nunca habían oído hablar de ellas, ni jamás habían leído a Sabino Arana. Así como en los comienzos del movimiento separatista vasco, sus grandes ideólogos se vieron en la necesidad de construirse mitos y argumentaciones en las que apoyar sus pretensiones, ahora, después de 30 años de adoctrinamiento totalitario, los nacionalistas vascos no necesitan nada de eso. Ya no necesitan argumentos para mantener sus tesis separatistas. Lo único que me esgrimieron fue que es que “ellos se sienten vascos”, nada más. Así, sus postulados resultan vaporosos, totalmente inconsistentes. Ellos saben, y me reconocieron tranquilamente, que el separatismo vasco es antihistórico, que nunca fueron un Estado, ni una nación, ni falta que les hace. Ya no necesitan argumentar, no necesitan razonar, no necesitan motivos, simplemente se sienten vascos y ahí acaba toda discusión.

   Y por lo tanto, como se sienten vascos, pues tienen derecho a ser independientes y punto. Del mismo modo que todo un hombre con pelo en el pecho, va y dice, es que yo me siento mujer y nada, por arte de birle y birloque, en el Registro Civil se le declara hembra. También un día ví en la tele un documental sobre unos descerebrados que se sienten reptiles, se someten a operaciones de lengua bífida y a otras por las que les hacen unos pliegues con la piel en la espalda y en la frente a modo de escamas. Cualquier día, estos desequilibrados exigirán que se les borre de la especie humana y se les adscriba a la de los reptiles y nada, pues a tragar. Porque en estos tiempos de relativismo, todo vale, lo importante no es lo que somos, sino cómo nos sentimos. Muerte a la antropología y a la biología (por no hablar de la transcendencia y la Historia), viva el imperio de la voluntad.

  Lo más curioso de todo es que precisamente esa inconsistencia ideológica es lo que le dá más fortaleza al nacionalismo vasco. Porque frente a quien esgrime argumentos, tú puedes desplegar los tuyos, demostrar lo erróneo de sus fundamentos, desmontar sus mitos. Pero frente al argumento de los sentimientos de nada vale la fuerza de la razón. Los sentimientos no se combaten con la razón. Razón y emoción se mueven en esferas distintas.  

 De ahí que la lección que aprendí de esa estancia en Guipúzcoa es que los sentimientos han de combatirse con sentimientos, con emociones, con símbolos, con la semántica. Por eso es tan importante que los españoles que estamos orgullosos de serlo, lo propaguemos a los cuatro vientos, que no nos amilanemos, que nos declaremos orgullosos de nuestro pasado porque sólo así tendremos futuro. Que plantemos cara en la batalla de los símbolos, de la semántica, que llamemos a las cosas por su nombre. Que España no es “este país”, sino España; que la selección española no es “la roja”, sino España; que la denominación más respetuosa con la tradición para las provincias vascas no es País Vasco, ni Euskadi, sino Vascongadas. Que nos mostremos orgullosos de nuestras gestas patrias, de la Reconquista, de la Conquista de América, de la Batalla de Lepanto y de tantas otras libradas por los Tercios de Flandes; de nuestros héroes: de Blas de Lezo, de Don Juan de Austria, de los Últimos de Filipinas, de Hernán Cortés, de Elcano, de Agustina de Aragón y de muchísimos otros. Que hablen mal de nosotros otros, no nosotros.  

 Mi experiencia en San Sebastián y en Barcelona –a donde voy con bastante frecuencia por motivos de trabajo- es que los nacionalistas no están acostumbrados a que se les lleve la contraria y que cuando alguien muestra firmeza, se desconciertan. Que están acostumbrados a tratar con acomplejados que no les plantan batalla y que, por lo tanto, cuando se encuentran con alguien que no rehúye el envite, se achican. Y es que frente al torrente del discurso separatista y antiespañol no se ha levantado ningún dique que lo contrarreste y lo haga retroceder.  

Ésta es una batalla en la que cada uno de nosotros puede hacer mucho, que absolutamente todos podemos participar, en nuestro entorno, con nuestros amigos, conocidos, familiares y compañeros de trabajo y sobre todo, que esta es una batalla que se puede ganar, que la situación es reversible y no hay que caer en el desánimo. Así que no os arruguéis, no rehuyáis la confrontación y como dijo Juan Pablo II “no tengáis miedo” y ¡viva España!


Comentarios

Por JMG 2011-07-11 10:09:00

Me encanta. Nostros podemos vivir sin vascos ni catalanes ¿ellos podrían vivir sin ser de España?, ¿de quien dependería?


Por Covadonga 2011-07-09 12:04:00

Comentarios. Estupendo artículo, Javier, y valiente tu postura en situaciones profesionales en las que, a veces, no resulta fácil atreverse a hacer frente a ciertas cuestiones. Tenemos que seguir defendiendo nuestra Nación Política y saber ubicar adecuadamente las diferentes "naciones étnicas" que la componen. En estas es en las que caben los sentimentalismos "patrioteros". Me agrada mucho tener compatriotas como tu.


Por NCH 2011-07-08 17:37:00

Comentarios Coincido de que, en el ámbito dialéctico, discutir sobre sentimientos es inútil. Así que lo mejor es el ejemplo. Trabajo en Barcelona desde hace casi 10 años. Tengo la bandera española en mi despacho. Nadie la ha mirado con cara rara. Hablo siempre en español por razones de simple economía expresiva, de utilizar el instrumento de comunicación más ágil y útil en una conversación en la que no participa un catalohablante. Sencillamente, se trata de hacer que lo normal se vea como normal, que, por lo demás, es lo que suele pasar entre la gente no sectaria.


Por NCH 2011-07-08 17:30:00

Comentarios Trabajo en Barcelona desde hace casi 10 años. Tengo la bandera española en mi despacho. Nadie la ha mirado con extrañeza. El objetivo es, sencillamente, es la normalidad.


Por lluvisa 2011-07-08 13:07:00

Comentarios VIVA LA RECONQUISTA ARRIBA LA I RECONQUISTA Y LA II QUE ACABA DE EMPEZAR EN ASTURIAS VIVA ASTURIAS VIVA ESPAÑA ARRIBA ESPAÑA VIVA MI BANDERA ROJA Y GUALDA ARRIBA MI PATRIA ESPAÑA ¡¡ VIVA ASTURIAS ¡¡ ¡¡¡ TODO POR ESPAÑA ¡¡¡ VIVA ESPAÑA ¡ Los que amamos la Nacion Española y estamos orgullosos de nuestra historia jamas nos dejaremos vencer y proclamaremos a los cuatro vientos nuestro amor y nuestra lucha por ELLA


Por ALFONSO 2011-07-08 10:37:00

Muy bueno Javier,ese es el camino.Valor,honor y orguyo de ser ESPAÑOLES. ¡ Arriba Siempre ! .


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