Sabado, 23 de noviembre de 2024
Revolución permanente, olvido negligente y malminorismo con sabor a azufre
Ante unas ruinas
De hecho el Papa ha abierto los ojos a quienes aún hoy se niegan a ver la realidad:
“Pero también es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España”.
Es decir, casi como por sorpresa los católicos volvemos a hallarnos frente a frente con la Revolución. ¿Cuál fue nuestro error?
Las experiencias de la Revolución Francesa, la Soviética y la Guerra Civil Española han mostrado al mundo que la sangre de los cristianos es semilla de mártires y que por tanto, la mejor manera de hacer una Revolución anticristiana no es matar cristianos, sino expulsarlos de la vida pública imitando la estrategia del diablo, consistente en hacer creer que no existe ni diablo ni Revolución... hasta que se tiene encima y es demasiado tarde para reaccionar. Tal estrategia requiere tiempo, trocar un régimen político por otro sin brusquedades, reemplazando unas leyes por otras leyes, todo lento, lentísimo, como se tortura con la gota china o se cuece una rana.
¿Ingredientes?:
1º. Libertad sin Verdad: la democracia es un método para elegir libremente unos gobernantes que guarden el bien y la verdad, no un método de elección del bien y la verdad por parte de unos gobernantes. Si se quiere una democracia saludable y duradera, se ha de procurar la tiranía de la verdad y del bien. Si se quiere una tiranía saludable y duradera, se ha de procurar la elección democrática de la verdad y del bien.
En pocas palabras y como decía S. Agustín: “en lo esencial unidad, en lo accidental libertad y en todo Caridad”. Como digo yo: extender la libertad a lo esencial es fundamental para una Revolución anticristiana.
2º. Introducción del mal en las leyes: se corrompe la semántica desde el Estado, creando significados ideológicos de las palabras y, por consiguiente, una Babel en la que los ciudadanos no son capaces de entenderse. También se desvirtúa el contenido de la familia, el patriotismo, la fe, etc. justo los diques sociales que pueden oponer resistencia al mal.
3º. Débil oposición católica: cambios legales graduales generan protestas católicas proporcionadas, es decir, pequeñas; sobremanera cuando los políticos "católicos" neutralizan a sus bases con la esperanza de cambiar las leyes tras llegar al poder.
4º. Mantenimiento de la apariencia de legitimidad: ¿cómo va a ser malo un régimen en el que participan políticos católicos?
5º. Histeria: si un partido católico alcanza el poder e intenta revertir las iniquidades legales, los revolucionarios pasan a padecer el “síndrome de los gansos de Juno”, oponiéndose a gritos, manifestándose masivamente, etc.
6º. Control de los “medios de comunicación de masas”: para que el gobierno del partido católico parezca estar solo en la tesitura anterior, los medios de comunicación afines deben ser una abrumadora mayoría, lo que es tanto más sencillo cuanto más control se ejerce sobre la economía (televisiones públicas, licencias televisivas, amenazas a las empresas anunciantes en cadenas enemigas, etc.)
7º. Violencia física: se emplean dosis calculadas de violencia para convencer a los políticos católicos reticentes de que, por motivos de orden público, es mejor dejar las cosas tal cual están.
8º. Transigencia: finalmente se admiten los cambios legales de sus enemigos, presentándolos como legítimas reformas expresión de la “voluntad popular”.
¿Consecuencia final para los católicos?
Las leyes revolucionarias obligan a hacer X. Pero X es incompatible con la fe católica, por lo que los católicos ortodoxos se ven excluidos automáticamente de la política.
¿Quiénes quedan?
Persisten en política los sucedáneos de católico, puro escarnio de nuestra fe y nuestros mártires, que dicen servir al bien pero transigen y/o hacen el mal. Trajeados e impecables por fuera, son inservibles odres viejos, sepulcros impolutos de absoluta podredumbre interior. Son hombres viejos, esclavos del mundo y sus vanidades que pretenden pasar por virtuosos y catolicísimos varones.
Es fácil identificarlos, por cuanto son éstos los que reciben halagos y cumplidos de la Revolución anticristiana, tanto más sencillo es cuanto más ferozmente señalen a los buenos cristianos como enemigos de la “democracia”, cosa que hacen con gusto, pues éstos les recuerdan lo que no son y debieran ser. En verdad se podría afirmar de tal político “católico” que es un hombre justo y leal, pero en el sentido que le daba Cambises al hablar con su hijo Ciro:
“(Para que un hombre venza a sus enemigos) [...] debe ser insidioso, disimulado, falso, engañoso, ladrón, salteador y superior a sus enemigos en todo”. Y Ciro riéndose respondió: ¿Por Hércules padre, qué clase de hombre quieres que yo sea? Si así fueras, hijo, dijo Cambises, serías un varón justísimo y muy leal.
Quizás nuestros políticos dizque católicos callen la verdad, pero las ruinas del monumento al Sagrado Corazón dan testimonio y pleno sentido a las palabras de Cristo:
Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». Pero él respondió: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras. Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: «¡Si tú también hubieras comprendido en ese día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios». (Lucas 19, 37-44)
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