Sabado, 23 de noviembre de 2024
Castillo de naipes
Explicar el próximo colapso del régimen democrático-capitalista es algo igualmente sencillo: no hay personas y necesidades, sino consumidores y beneficio. Aunque como aún no se ha consumado su fin, no faltan mercenarios académicos que dicen que esto es imposible.
Sin embargo las cosas son así: desde el acuerdo de Bretton-Woods, a partir de mediados de los años 40 del siglo pasado, EEUU sigue una estrategia económica muy inteligente aunque con fecha de caducidad. Hizo que su moneda fuese aceptada como divisa de reserva y para pagos internacionales, asegurándose una intensa demanda de la misma. De esta forma el país pudo imprimir dólares de forma enfebrecida, gastándolos en faraónicos proyectos militares y espaciales de los que se benefició la industria civil asociada, el llamado complejo militar-industrial del que habló Eisenhower al despedirse de su cargo en 1961. Este intensísimo gasto público permitió a sus contratas privadas desarrollar una tecnología puntera que muy pronto las convirtió en líderes mundiales en sus respectivos ámbitos de conocimiento.
Sin embargo la guerra de Vietnam supuso el primer varapalo de esta estrategia. Se pasaron imprimiendo billetes y tuvieron que devaluar su moneda. Por si fuera poco, acto seguido tuvieron que afrontar la crisis del petróleo y la carrera armamentística de los primeros 80 con los soviéticos. Este sería el último gran esfuerzo que podrían realizar.
Acto seguido, EEUU se involucró en la integración comercial mundial de los últimos 30 años, lo que supuso un gran estrés para sus empresas: sus competidores habían accedido a tecnologías similares, su mano de obra estaba igual o más cualificada y además producían mejor, más bonito y más barato. Entre estas naciones destacan dos: ayer Japón y hoy China.
El principal activo de los EEUU es, desde entonces, su dólar. Es la aceptación universal de su moneda (especialmente para pagos de crudo) lo que permite a dicha nación sobrevivir financieramente con ciclópeos déficits externos. En los últimos años también les ha ayudado mucho la compra masiva de su deuda pública por parte de China, aunque “el auxilio” no es desinteresado. ¿Qué ganan los chinos con todo esto? Pues el silencio de EEUU ante su política proteccionista, consistente en abaratar las mercancías chinas manteniendo el yuan en un tipo de cambio fijo que no responde al tremendo afluir de divisas internacionales... punto y aparte las lamentables condiciones laborales de su población, su nulo respeto por la propiedad intelectual o las maniobras de espionaje industrial amparadas por su gobierno.
Los chinos tienen por tanto un incentivo para apoyar a EEUU, pero no son tan estúpidos como para hundirse con ellos. No permitirán un colapso económico repentino de los EEUU, que convertiría en billetes del monopoly sus reservas de dólares y destruiría uno de sus principales mercados de exportación. Para ganar tiempo exigen que los EEUU reduzcan su déficit público y, para saltar del barco, sugieren la creación de una nueva divisa internacional convertible en dólares, a la que poder cambiar sus "pavos".
Ahora bien, que nadie piense que China se convertirá en una superpotencia. Su éxito económico se basa en la exportación a países liberales, cuyas élites políticas persiguen el éxito rápido gracias al libertinaje y la emisión de deuda, y cuyas élites económicas sólo buscan el beneficio rápido. Si estos países caen, China se encontrará sin tontos a los que parasitar.
Es por tanto muy probable que en próximas fechas, quizás no más de cinco años, veamos cómo el sistema capitalista tal y como lo conocemos se venga abajo catastróficamente. Qué resultará de ese hundimiento no se sabe. Lo que sí se sabe es que será, desde luego una lección de la que los economistas liberales –al igual que sus homólogos comunistas- no aprenderán nada en absoluto. Seguirán creyendo que libertinaje y abundancia material pueden guiar a una sociedad, mágica y espontáneamente, hacia la felicidad.
Columnistas
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