Viernes, 26 de abril de 2024

Analisis de la situacion española

El diagnóstico: ¿qué nos está pasando? (I)

Comienza hoy una serie de análisis que, bajo el título Un proyecto de regeneración para España, pretende hacer un diagnóstico acerca de la situación actual de España, que sirva para saber lo que está pasando y lo que nos está pasando, para así estar en disposición de reflexionar sobre cómo orientar rectamente el futuro de nuestra Nación desde la primacía del bien común de los españoles, lo que, a nuestro entender, tal como anunciamos días atrás, puede y debe contribuir a sentar las bases de un proyecto ilusionante y esperanzador de regeneración para España que debe incorporarse al debate público y al discurso político.

1¿Qué nos está pasando? Somos cada vez más los españoles que tenemos la necesidad acuciante de aclarar nuestras ideas para encontrar una respuesta a este difícil y complejo interrogante: ¿qué es lo que nos está pasando? Hace ya muchos años, en circunstancias paradójicamente muy semejantes a las actuales, Ortega decía: Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa. No nos serviría hoy un diagnóstico así, como tampoco sirvió en aquel momento. Se trata de una frase ingeniosa, pero también muy peligrosa. Necesitamos saber lo que pasa y saber lo que nos pasa. De otra manera, los españoles no podríamos ser dueños de nuestro destino, no podríamos actuar con libertad y con responsabilidad. Y vivir así sería más propio de siervos o de súbditos que de ciudadanos libres y responsables.

Es ya un tópico referirse a los rápidos y profundos cambios que se han dado en la sociedad española en los últimos decenios. Lo cierto es que nuestra historia reciente es más agitada y convulsa de lo que sería deseable. Pero no se puede comprender bien lo que estamos viviendo en la actualidad si no lo vemos en la perspectiva de lo ocurrido a lo largo de nuestra historia reciente, y muy especialmente a lo largo del siglo pasado, como tampoco lo comprenderemos si no lo contemplamos en una perspectiva más general, que no es otra que la del contexto social, cultural, antropológico y espiritual de Occidente. Basta tener en cuenta la historia, a veces dramática, como maestra de sensatez y de cordura.

Quisiera referirme en esta y en próximas entregas a algunas de las circunstancias que tienen para nosotros especial importancia. La primera de ellas es el advenimiento de la democracia en España después de 40 años de duración del régimen político anterior.

2 La reconciliación, amenazada Hace 30 años comenzó una nueva etapa en la historia de España. La meta hacia la cual se orientó esa nueva etapa era la que el pueblo español anhelaba: el definitivo protagonismo en su propio destino en democracia y libertad.

Pero si la meta era clara, el camino para llegar a ella era incierto y lleno de dificultades, y desde luego no exento de riesgos. Puede decirse con cierto orgullo que la determinación y el buen sentido de la clase política y del pueblo español hicieron posible allanar esas dificultades. En aquella coyuntura, la Corona representó una voluntad de impulso, un motor para la transformación política, un poder moderador. La Iglesia católica que peregrina en España –esa Iglesia considerada hoy por algunos un auténtico peligro para la democracia –, iluminada por el Concilio Vaticano II y en estrecha comunión con la Santa Sede, superando cualquier añoranza del pasado, colaboró decididamente para hacer posible la democracia, con el pleno reconocimiento de la dignidad de la persona humana y de los derechos fundamentales e inviolables que le son propios, sin ninguna discriminación por razones religiosas. Esta decidida actitud de la Iglesia y de los católicos contribuyó y facilitó una Transición fundada sobre un espíritu de concordia y reconciliación entre los españoles. Perdón, reconciliación, paz y convivencia fueron los grandes valores morales que la Iglesia proclamó y que la mayoría de los católicos y de los españoles en general vivieron intensamente en aquellos momentos.

Y la Constitución representó el marco del nuevo orden político. Una Constitución basada en la idea de pacto y de compromiso político, probablemente la única Constitución auténticamente paccionada de nuestra historia política, que rompía con el maleficio de nuestro constitucionalismo histórico, caracterizado por una sucesión de textos que las fuerzas políticas dominantes iban imponiendo. Una Constitución que, pudiendo haber sido la de unos, como lo fueron otras en el pasado, se quiso que fuese la de todos. Se quería una Constitución perdurable. Una Constitución que concitase el máximo asentimiento social y político. Y en todo caso, una Constitución que sirviese a la reconciliación nacional y a la definitiva superación de las luchas fratricidas entre las llamadas dos Españas.

Hoy, 30 años después, España, lejos de ser una nación orgullosa de sí misma por el éxito de la reforma política y el desarrollo alcanzado, se encuentra de nuevo ante un desafío histórico, ante una auténtica encrucijada, que no sólo le impide disfrutar de ese éxito, sino que algunos parecen haberse propuesto denodadamente transmutar el éxito en fracaso, como si nada de lo ocurrido durante estos años hubiese valido la pena.

El auge y la influencia de los nacionalismos exacerbados, agravados por el fenómeno del terrorismo, el cuestionamiento de la existencia y de la propia unidad de la Nación española, la puesta en marcha de unas reformas estatutarias que revisten caracteres de auténtico proceso constituyente, una actitud de confrontación que viene a violentar el espíritu de concordia nacional trabajosamente labrada en la Transición y la promoción de políticas públicas inspiradas en un laicismo ideológico impropio de una sociedad democrática, y más aún de un Estado aconfesional, unido a un progresivo e incesante deterioro del sistema institucional, son todos ellos factores y circunstancias que, lejos de contribuir a la paz civil y al progreso social, constituyen un auténtico retroceso histórico y cívico, que amenaza con truncar la normalidad social y política de nuestra Nación y la tranquila convivencia entre españoles.Parecía que los defectos que, en palabra de insignes historiadores, habían lastrado nuestra historia contemporánea –el común irrespeto a la ley y el débil sentido de comunidad– habían sido superados por el pacto constitucional de 1978. Parecía que ese esencialismo que atribuye las desgracias históricas de España y de los españoles a un supuesto carácter nacional, a un determinismo histórico más o menos cainita e irremediable, a una suerte de destino repetitivo de ciclos históricos catastróficos, había quedado arrumbado. Parecía que la trágica división de la sociedad que nos había llevado a una sucesión de pronunciamientos y levantamientos durante el siglo XIX y al horror de la Guerra Civil, con su cortejo de horrores y atrocidades, había quedado definitivamente superada.

Muchos pensaban que sobre el trasfondo espiritual de la reconciliación y con la Constitución de 1978, los españoles, después de muchos errores y de muchos sufrimientos, habían conseguido poner las bases de una auténtica democracia, de una sociedad verdaderamente libre, una sociedad en la que pudiéramos vivir y convivir todos los españoles. Pero no ha sido así.

Una sociedad que parecía haber encontrado el camino de su reconciliación y distensión vuelve a hallarse dividida y enfrentada. Al parecer, quedaban desconfianzas y, según parece, cuentas pendientes. Y se abren de nuevo y de manera gravemente irresponsable viejas heridas y se avivan sentimientos encontrados que parecían estar superados.


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