Sabado, 23 de noviembre de 2024
Consideraciones del autor sobre el "nacionalismo lingüístico"·
Un “comanche” en la autónoma
Leo una entrevista, de Carles Bellsolá al catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Carlos Moreno Cabrera, que ha publicado el libro, "El nacionalismo lingüístico”.
PRIMERO.
Una tesis profundamente provocadora del autor es: “que el único nacionalismo lingüístico que existe en el Estado es el español. Y que es muy agresivo”.
Reconozco que, siendo muy suave, se trata de una tesis más vomitiva que provocadora. El primer paso sería clarificar (por parte del autor) la expresión “nacionalismo lingüístico español”. Tal vez se trate de un nacionalismo cuyas características básicas sean muy diferentes a las típicas de los denominados “nacionalismos lingüísticos periféricos”. De momento, quedémonos con su afirmación de que el único nacionalismo lingüístico, en el Estado español, es el español. Y que es, además, muy agresivo.
Se ve que no compartimos, el sr. Moreno y yo, significados usuales de la lengua española. Le pondré un ejemplo de algo “muy agresivo”. No necesito devanarme los sesos. Basta copiar lo que hacen los políticos en Cataluña, en la que no hay (según el sr. Moreno) “nacionalismo lingüístico”.
Los políticos catalanistas han conseguido que no haya escuelas en las que los padres puedan enviar a sus hijos para que les enseñen en castellano, o español. O sea, en una parte de España (y la Comunidad autónoma de Cataluña forma parte de España) los padres no pueden conseguir que sus hijos sean enseñados en su lengua materna, cuando ésta es el español. Esto es lo que sucede en Cataluña, en la que no hay (según el sr. Moreno) nacionalismo lingüístico. Por otra parte, no conozco ninguna nación-Estado en la que los padres no tengan colegios en los que se enseñe en la lengua oficial del Estado. Excepto España. Realmente, los españoles somos muy agresivos. En cambio, los catalanistas, sin nación-Estado, ejercen de excluyentes y discriminadores. Menos para el sr. Moreno.
Ahí va el ejemplo de un modelo realmente “muy agresivo”. No habrá, en toda España, colegios en los que se pueda enseñar en catalán, gallego o vasco. Como mucho, se permitirá que haya dos o tres horas lectivas a la semana en estas lenguas. Este modelo, sr. Moreno, es un modelo “muy agresivo” que, curiosamente, coincide con los modelos de los “territorios comanches”. Que son los que discriminan la lengua oficial y común: el español. Aunque usted lo niegue.
Pero, según las anteojeras del sr. Moreno, el modelo que permite que el español sea desplazado de la enseñanza y de las instituciones (en Cataluña, País Vasco, Galicia y Baleares, al menos) no es un modelo “muy agresivo”. Todo lo contrario. Por tanto, afirmo que el sr. Moreno miente al decir que el “nacionalismo lingüístico español” es “muy agresivo”. Y miente al decir que es “el único muy agresivo”. Y también miente al decir que los nacionalismos periféricos son monjas ursulinas periféricas.
SEGUNDO.
Dice el sr. Moreno: “Exactamente igual que el catalán es una lengua de segunda en Castilla. En Madrid, si es que existe, el catalán es una lengua de segunda o de tercera. Y eso, a todo el mundo le parece muy bien. Que el castellano sea una lengua de segunda en Cataluña, a mí no me parecería mal”.
Esto ya alcanza niveles preocupantes de estupidez. Porque es una estupidez decir “exactamente igual que el catalán es una lengua de segunda en Castilla”. No, sr. Moreno, no es exactamente igual. En Castilla no hay demanda de catalán. En Cataluña, en cambio, hay demanda de español porque la mitad (aproximadamente) de los catalanes habla, habitualmente, el español. Aunque los políticos catalanistas no quieran atender esta realidad lingüística, lo que muestra su fanatismo antidemocrático y su desprecio por los derechos individuales. Bien es cierto que, en este lodazal antidemocrático, han participado (con sus respectivas cuotas de responsabilidad), el Partido Socialista y el Partido Popular. Y el profesor Moreno miente, una vez más, diciendo que en Cataluña no hay “nacionalismo lingüístico”.
TERCERO.
Añade el profesor: “La única inmersión lingüística que conozco es la del castellano. En Cataluña no hay inmersión lingüística”.
Hay que ser un caradura para decir esto. En fin, si tiene un átomo de dignidad y quiere enterarse de lo que realmente sucede, le ruego que se ponga en contacto con D. Antonio Robles, ahora representante de UPyD en Cataluña. Si él no quiere ponerse en contacto con usted, haga el favor de leer sus libros (empiece por “Extranjeros en su país”) y sus artículos sobre la cuestión lingüística en Cataluña. También le pueden ilustrar, Horacio Vázquez Rial, José García Domínguez, Antonio Tercero, Vidal-Quadras, Arcadi Espada, Xavier Pericay (este último coordinador de “¿Libertad o coacción? Políticas lingüísticas y nacionalismos en España”) y un largo etcétera. Por supuesto, hable con las numerosas familias que tienen que soportar este fanatismo lingüístico catalanista que, según usted, no existe. Estas familias también le pueden informar de la inmersión lingüística que sufren en sus propias carnes.
CUATRO.
Las barbaridades que dice el sr. Moreno se ven, al menos en parte, clarificadas (no justificadas), al leer lo siguiente:
“Se habla de derechos individuales, pero las lenguas existen dentro de de una comunidad lingüística, no se trata de individuos aislados... Hablar de derechos individuales en cuestiones lingüísticas no tiene sentido”.
Ahora se entienden mejor los dislates del sr. Moreno. Resulta que, para él, lo que existe es el animal metafísico, “la comunidad” (o la “comunidad lingüística”), pero no las personas individuales de carne y hueso. De ahí que, según el sr. Moreno, sea un sinsentido hablar de derechos individuales lingüísticos.
Sigamos el razonamiento del profesor, y pasemos de la comunidad lingüística a la comunidad, a secas. Si en la comunidad lingüística hablar de derechos individuales no tiene sentido, ¿por qué va a tener sentido hablar de derechos individuales en la comunidad, a secas? O sea, volvemos a Herder, con su nacionalismo cultural (con la preeminencia de la nación) y Fichte, con su nacionalismo político (y la preeminencia del Estado). En definitiva, el individuo queda subordinado y dominado por la Nación o el Estado, o ambos.
Ya no nos puede sorprender que, con estos antecedentes, lo respetable no sean los derechos individuales de las personas, sino los supuestos derechos del animal metafísico (la comunidad, la nación o el Estado) al que se deben someter los individuos de carne y hueso. Es decir, los seres humanos son personajes secundarios en la vergonzosa opereta del profesor Moreno.
No hay duda, está usted a la altura de sus camaradas de los “territorios comanches”.
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